miércoles, 29 de julio de 2015

Las Heridas.


-¿Qué estamos haciendo aquí? - le pregunté.
-No lo sé. Hace tiempo que no me hago preguntas para las que no tengo respuestas. Creo que deberías hacer tu lo mismo.- me respondió cariñosamente tratando de ser lo más sincera posible.
  A aquel primer beso siguieron otros mucho más apasionados. Nuestras manos recorrieron el cuerpo contrario, acariciando cuanto encontraban en su camino. No puedo describir mi deseo, mi pasión o el grado en el que yo ardía por dentro, sería cuestión preguntárselo a mi azafata rusa. Pero su pasión, su deseo y su fogosidad eran impresionantes. No me he sentido nunca tan deseado, ni tan deseable. La perplejidad con la que recibía sus besos me hacía pensar que quizás estaba demasiado abrumado por la situación. La infidelidad no había sido, hasta ahora, uno de mis muchos defectos. Recorrían sus manos todo mi cuerpo, sin detenerse en ningún sitio en concreto, pero sin dejar de explorarme. A cada roce de sus manos, mi cuerpo ardía en deseo de despojarla de toda la ropa que la envolvía.
-Es la primera vez que tengo una "aventura"- justifiqué sin necesidad, puesto que temblaba de arriba abajo, signo inequívoco que no estaba acostumbrado a estos menesteres, lógicamente.
  Seguíamos abrazados, muy cerca el uno del otro. Podía sentir yo su cuerpo pegado al mío y seguro que ella podía sentir cómo aquellos besos que nos acabábamos de dar me habían excitado enormemente. Ese sexto sentido que algunos varones también tenemos, me decía que ella también lo estaba y sus brazos me rodeaban y las palmas de sus manos empujaban mi cuerpo hacia el suyo, como no queriendo dejar de sentirme. No cabía ni el aire entre nuestros cuerpos y ninguno de los dos hacíamos nada por separarnos lo más mínimo. Todo lo contrario.
-Te he traído un pequeño regalo. Es una tontería, una insignificancia, pero me hacía ilusión que la tuvieras. Es algo muy Extremeño, muy de mi tierra de adopción. - dije separándome de ella para coger una pequeña cajita que había dejado encima de la mesa que había en la habitación. Se la ofrecí. La cogió y casi se le cae por el temblor de sus manos. Trato, sin éxito, de abrirla. Sonrió.
-Estoy súper nerviosa. - exclamó mientras me pasaba la caja para que yo la abriera.
-No creas que yo estoy menos nervioso que tu. Y sin uñas, será difícil que la abra.- cogí la caja y traté, ingenuamente, de abrirla. Imposible. Me temblaban hasta las manos. Ayudado por los dientes fuí desenlazando el nudo y, al final, la abrí.
-¿Qué es?. - preguntó.
-Es un pequeño colgante de oro con forma de bellota. - contesté.
-¡¡Qué bonito!!. Podré llevarla junto a la Cruz Ortodoxa Rusa que me regaló, cuando nací, mi abuela paterna. No me separo nunca de ella. Siempre me ha dado suerte.- dijo, mientras me mostraba una cadena de oro, de la que colgaba una cruz con tres travesaños, uno de ellos, el inferior, completamente sesgado. Mis ojos, instintivamente, se dirigieron hacia sus turgentes pechos. Sin poner freno a mi deseo, mis manos se ajustaron a sus senos. Unos encantadores pechos que deseosos de ser liberados, aclamaban por ser despojados de sus ataduras. Uno de sus pezones, el izquierdo, completamente erecto se marcaba en el vestido de una forma escandalosa. No pude por menos que juguetear con mis dedos con él por encima de la ropa. Un suspiro de placer se le escapó.
-Recuerda que ya te conté en Hangzhou, que una bala perdida en un intento de secuestro de un avión Iraquí, en el que viajaba como miembro de la tripulación, no pudo terminar, afortunadamente, con mi vida, pero si me produjo unas secuelas que me acompañaran para siempre.- me dijo con voz muy suave y la mirada perdida. - He tenido oportunidad de acostarme, después, con otros hombres y siempre he rehusado porque me atormenta la idea que me rechacen al verme desnuda.
-¿Rechazarte?. ¿Tu te has mirado en el espejo? - le dije mientras le giraba la cintura para que se quedara enfrentada al enorme espejo que presidía la habitación.
  A través de dicho espejo pude comprobar el cuerpo que tenía delante. Un vestido muy ajustado, acorde a su estilo completamente femenino, marcaba una silueta de curvas y contra curvas deseables a los ojos de cualquier hombre. Me situé detrás de ella, mirando de frente a su espalda y con dificultad, comencé a bajarle la cremallera que me permitiría despojarla de su vestido. Acompañé el descender del vestido para que se desprendiera de los hombros y se quedó sujeto en su cintura. A la altura del omóplato derecho, podía verse una minúscula cicatriz, con forma de una estrella, del tamaño de una moneda de cincuenta céntimos. Me cogió la mano y me instó a que me pusiera frente a ella. Cara a cara.
  Cuando pude verla de frente, desnuda, solo cubierta por el sujetador que atenazaba aquellos increíbles pechos, no pude por menos que respirar tan hondo como me fue posible. El cráter de un hipotético volcán estaba esculpido en la parte derecha de su vientre, justo debajo del pecho. La piel de los bordes estaba incluso un poco abultada y unas indescriptibles arrugas bordeaban su perfil. Ella me miraba fijamente, tratando de descubrir el mas mínimo indicio de desprecio en mi mirada. No hacía falta ser un experto forense para determinar que era el orificio de salida de la bala. Había entrado por la espalda y había salido por delante. Se me pasó por la cabeza preguntarle cómo no había acudido a la cirugía plástica, pero no lo consideré ni propio, ni oportuno. Recordé, por un momento, la palabra rechazo que ella había pronunciado. No era, sin duda, la más adecuada, pero sí era una cicatriz tremendamente impactante. Y sus pupilas seguían clavadas en las mías, esperando mi reacción. Acerqué mis labios al borde de aquella espeluznante cicatriz y la besé con toda la pasión que pude. La miré a los ojos, fijamente. Su mirada me seguía interrogando, esperando a que yo le contara qué estaba pasando por mi cabeza.
-¡¡Erres prreciosa!! - le dije imitando su dificultoso español -Yo sabía que eras un volcán, pero no esperaba ésto. Cuando vayas a entrar en erupción, me avisas para salir corriendo.
-¡¡Qué toooooonto erres!! - sonrió, relajando cuanta tensión había acumulado hasta entonces.
  Con ese movimiento de muñeca que solo las mujeres saben ejecutar, se despojó del sujetador y sus dos pechos, simétricos, bien "plantaos", tersos, aparecieron en escena. A mi rápida mirada a ambos, contrarrestó ella con una pícara sonrisa. Cuando mis manos quisieron acariciarlos, ella ya se había abrazado a mí y mi mano izquierda, sin querer, rozó un segundo su atormentada herida. Aunque pensé que podría haberle hecho algo de daño, que siguiera con su despreocupada sonrisa me tranquilizó.
  Intuía que algo iba a pasar en aquella habitación. Cuando ella rozó mi lengua con la suya, aprendí que los buenos besos son aquellos en los que las lenguas hablan por sí solas y comprendí que en estas cuestiones nunca has llegado a aprenderlo absolutamente todo, siempre viene alguien y te enseña un sentido diferente que creías inalcanzable. Delante mío, con el vestido a la altura de la cintura, el torso completamente desnudo y el deseo y la pasión dibujados en sus pupilas, se encontraba aquella increíble azafata rusa por la que estaba perdiendo hasta "el sentío".
  Comenzó a desabrocharme los botones de mi camisa. Temblaban sus manos y no podía. Me miraba a los ojos un segundo y volvía a trata de desabrocharlos. Una manicura perfecta dejaba ver unas uñas cuidadas con mimo. Tratando de ayudarla, me desabroché el primer botón.
-Déjame, por favor, que lo haga yo- me dijo - Necesito hacerlo yo. ¿Te importa?.
-Por supuesto que no. Estoy encantado. Solo quería ayudarte.
  Con una enorme dificultad me fue desabrochando cada uno de los botones, hasta que pudo empujar mi camisa hacia atrás y quedo tendida en el suelo, detrás de mis talones. Con la uña del dedo índice de su mano derecha, empezó a acariciar mi pecho y fue formando aleatorias figuras que enlazaban mis pezones, mis pectorales y mi ombligo. A cada figura que hacía, una nueva sonrisa se dibujaba en su rostro. ¿Cómo podía desear tanto a aquella mujer?. Acercó su lengua a mi pezón izquierdo y comenzó a jugar con él. A cada sacudida de su lengua, elevaba la vista para mirarme a los ojos. Estaba experimentando unas sensaciones inimaginables. Mis manos cogieron su cabeza, la separaron de mi cuerpo y la invité a retroceder hasta que quedó de pie pegada a la cama. Flexioné mis rodillas y empujé su vestido hasta que cayó al suelo. Una excitante braguita brasileña quedo al descubierto. Cogí su pierna izquierda y le pedí que la subiera para liberarla del vestido. Ahora la derecha. Le invité a que se sentara en la cama. Con una asombrosa habilidad, impropia de mis insensibles dedos al morderme las uñas más allá de los límites permitidos, le desabroché las hebillas de sus zapatos y se los quité, volviendo a dejar suavemente sus pies desnudos sobre el suelo.
  Sentada como estaba, solo tuvo que estirar sus brazos para deshebillar mi cinturón. Lo hizo con prisa, tensa y dubitativa. Con un movimiento rápido me desabrochó el pantalón y lo empujó hasta quedarse plegado sobre mis zapatos.  Me descalcé, como pude y me quité los pantalones. Ya quedaban pocas prendas tras las que escondernos. Le ayudé a recostarse en la cama y le sugerí que se tumbara completamente. Quedó plácidamente situada decúbito supino. Me senté encima de la cama contemplando aquel sublime cuerpo que se me brindaba sin tapujos. Mis pupilas lo recorrieron de cabo a rabo, sin apenas detectar la magnitud de las cicatrices que lo recorrían. Del impacto inicial, del temido rechazo, a la despreocupación, al desinterés por hurgar en unas heridas que ya deberían estar completamente cicatrizadas. 

  A mis caricias siguieron las suyas, a mis besos los suyos, a mi lengua la suya, a mi pasión la suya, a mi deseo el suyo y a mi excitación la suya. No nos dijimos nada más. ¡Para qué!. Hicimos el amor con la parsimonia y la lentitud con la que a mí me gusta hacerlo. No sabía si era como a ella le gustaba, pero como me había dejado llevar las riendas, la amé a mi manera. Disfruté de ella cuanto pude, al igual que ella disfrutó de mi cuanto quiso. No pusimos reparo alguno a cuanto nos pidieron nuestros cuerpos y no hubo zona de su cuerpo que no exploré, sin que ni ella, ni yo, cayéramos en la cuenta de las veces que me asomé al precipicio de aquella cicatriz.

  Casi sin tan apenas percibirlo, acababa de cicatrizar una herida que todavía mantenía abierta su mente. 

  

martes, 7 de julio de 2015

Cincuenta Segundos.

  Dos golpes suaves, como con miedo, de mis nudillos en la puerta de aquel hotel, no obtuvieron respuesta alguna, puesto que en el otro lado de la puerta fueron imperceptibles. Dudé ante si volver a llamar o esperar un poco más. Una tremenda angustia me recorrió al pensar que podía haberme equivocado de puerta, pero me tranquilicé al comprobar que no era así. Habitación 501, en efecto. Milésimas de segundo que se me hicieron eternas. No hubo respuesta. Temblor en mi mano al volver a golpear, con mas firmeza, la puerta. Mirada fugaz, de derecha a izquierda, para comprobar que seguía sin haber nadie en el pasillo, que nadie se había percatado de mi presencia. Era la primera vez. Siempre hay una primera vez para todo.

 Ayer por la tarde recibí la llamada de aquella increíble azafata rusa que había conocido en el Hotel  Shangri-La, junto al Lago del Oeste en Hangzhou, en la Republica Popular China, donde había acudido, formando parte de la expedición Española, para la presentación a nivel mundial del nuevo Switch 8800 de 3Com. <<" Me encatarria verrte">>, me espetó enfatizando las "erres" hasta límites casi ridículos. <<"No je podiido dejarr de pensarr en ti">>. Vagaba ella, de aquí para allá, sin documentación alguna, amparada por su profesión, embarcada en cualquier lujoso medio de locomoción donde quisieran contratarla. Era, sin duda, una "Ciudadana de un lugar llamado Mundo". Durante cuatro intensas sobremesas nocturnas, pudimos compartir largas charlas en la lujosa cafetería del Hotel donde nos hospedábamos. Chapurreaba un dificultoso español en el que nos entendimos, ya que mi inglés, desgraciadamente, dejaba muchísimo que desear. Era tremendamente fácil dejarse embaucar por su impresionante belleza, las curvas de su silueta dibujaban un paisaje digno de ser explorado y su incorregible simpatía casi pudo hacerme olvidar que estaba casado. Felizmente casado.<<"Te esperro maniana a las diess de la maniana en la habitassión quiniientoss uno del Jotel Esspaciio Assajarr de Ssevilia">>, me habló a modo de suplica. Casi seis meses después de aquellos fortuitos encuentros, sin que hubiera pasado, entonces, absolutamente nada entre nosotros, la Tentación volvía a llamar a mi puerta.

 Escuché como se acercaba alguien al otro lado de la puerta. Percibí el ruido de la manilla al girar para liberar el pestillo que permitía abrir la puerta que nos separaba. Teníamos tanto de que hablar, pero lo importante era salir del campo de visión y desaparecer dentro de la habitación, encontrar esa intimidad que nos permitiera liberar toda la tensión acumulada. Cerré la puerta con rapidez y quedamos, los dos, en medio de un estrecho recibidor, enfrentados. No nos habíamos cruzado ni una sola palabra. No nos habíamos, ni tan siquiera, dado los buenos días con dos fríos besos en la mejilla. No hubiéramos sabido determinar quién estaba más nervioso de los dos. Ella por esperarme ansiosamente. Yo por acudir a esa cita clandestina.

  Transcurrieron unos segundos en los que sólo nuestras pupilas se hablaron. Fijas las unas en las otras. De arriba abajo, las mías. De abajo arriba, las suyas. ¡¡Cuestión de estatura!!. Aunque los enormes taconazos que siempre usaba, casi nos igualaban. Las palabras que no pronunciábamos eran expresadas por unos ojos que transmitían todo lo que queríamos habernos dicho allí, en Hangzhou y que no pudimos, no quisimos o, simplemente, no nos atrevimos a decirnos. No había una explicación lógica para justificar qué hacía yo allí. Ni tampoco la necesitaba. O al menos, eso pensaba. 
 
  Cuando se atrevió ella a articular alguna palabra con la que romper el silencio que nos envolvía, sintió como mi mano derecha buscaba la suya. Un profundo escalofrío recorrió nuestros cuerpos cuando ambas manos se tocaron, como si de una descarga de electricidad estática se tratara. Una suave y cálida sonrisa se dibujó en su rostro. No sabía que yo también había percibido lo mismo. Buscaba, cómplice, mi respuesta y la encontró en la risueña mueca que le dibujé, sin dejar de mirarla fijamente. Mi mano derecha agarró la izquierda suya y entrelacé mis dedos con los suyos, tratando de trasmitirle una seguridad que yo no tenía, pero que la sabía deseosa de ella. Sentí el frio de sus manos.
 
  Busqué con mi mano izquierda su rostro. Acaricié su mejilla derecha con las yemas de mis insensibles dedos, mientras mi dedo pulgar acariciaba su mejilla izquierda dejando su sensual boca en medio de mi mano que, con movimientos circulares, recorría todo su rostro. Dejó de mirarme porque sin saberlo, sus ojos se cerraron tratando de asimilar todas las sensaciones que aquella mano le estaba provocando. Hacía mucho tiempo que no sentía nada igual. Ni tan siquiera recordaba si lo había experimentado alguna vez. Mi dedo índice recorrió varias veces sus labios y al unísono, se entreabrieron éstos dejando al descubierto la punta de una lengua que se desvivía por corretear. Se reprimió, porque le hubiera encantado juguetear con aquel dedo que tanto placer le estaba regalando. Un ridículo pudor la retenía.
 
 Escuchó, con los ojos todavía cerrados, como mi respiración se le acercaba e, impaciente, quiso adivinar que iba a besarla. No habían trascurrido ni tan siquiera cincuenta segundos desde que la puerta de la habitación se cerró tras de nosotros, pero tampoco hacían falta muchos más. Se humedeció los labios con su lengua y esperó a que yo aparcara los míos sobre los suyos. Cuando nos fundimos en un sensual y apasionado beso, ambos, olvidamos de dónde veníamos y pensamos, ingenuos, que habíamos sido capaces de detener el tiempo que corría en nuestra contra.
 

miércoles, 1 de julio de 2015

Naturismo

   Acompañado de mi azafata rusa, esa inseparable e incomparable mujer a la que sigo allí donde ella quiere llevarme, este fin de semana he descubierto el Nudismo, o como ellos prefieren llamarlo, el Naturismo, en una preciosa Playa Portuguesa.
 
   El Diccionario de La Real Academia Española define el nudismo como:
"nudismo. (Del lat. nūdus, desnudo, e -ismo). 1. m. Actitud o práctica de quienes sostienen que la desnudez completa es conveniente para un perfecto equilibrio físico e incluso moral. 2. m. Doctrina o teoría que lo propugna."
 
  Buscando un lugar donde vivir nuestra clandestinidad, os recuerdo que mi azafata no tiene permiso de residencia en nuestro País, alguien nos habló de las inconmensurables Playas de Portugal y la tranquilidad de sus maravillosos parajes. Aprovechando los fines de semana en los que el Hotelito en el que vivo sigue estando tremendamente vacío, con un par de bermudas vaqueras, dos cómodas camisetas y el bañador como equipaje, recogí a mi bella compañera en el Puerto de Huelva, donde acababa de atracar como tripulante de un Crucero  y nos encaminamos hacia la frontera natural que forma el Rio Guadiana en Ayamonte. Cruzamos el majestuoso puente y nos encontramos con el cartel que nos daba la bienvenida al Algarve Portugués.
 
  Una parada obligatoria para descansar en una típica Area de Servicio portuguesa, nos permitió escuchar la conversación de unos españoles que estaban sentados en una mesa junto a la nuestra. << "Hay una preciosa playa nudista en un pequeño pueblecito llamado Liberdade">>. Mirada cómplice, sonrisa ingenua de desconocimiento y una aprobación  de nuestro próximo destino. Sentados en los asientos del coche, manipulamos rápidamente el navegador e introdujimos el destino. Antes que su femenina voz nos indicara que ya había calculado la ruta,  ya estábamos en marcha.
 
  Cuando uno llega a una playa nudista sufre un tremendo enfrentamiento entre lo que siempre pensó que sentiría al encontrarse en esa situación y lo que experimenta en ese momento. De repente vienen a ti cientos de imágenes que aquí carecen de sentido.  Hombres desconocidos envueltos en toallas que tapan sus "desvergüenzas" mientras se cambian de bañador. Mujeres en incómodas posturas para abrocharse el sostén y darse la vuelta sobre la toalla sin que nadie sea capaz de descubrir ni un milímetro de sus pechos. Imaginativos pensamientos ante un tanga que no puede tapar cuanto pretende envolver. Reproches de esposas celosas ante las lujuriosas miradas de sus esposos a cuantos cuerpos femeninos caen en sus campos de visión. Intentos fallidos para que un minúsculo sujetador cubra un seno del calibre 95 letra C, de Cáceres....
 
 
  Aquí, todo ésto es impensable. Uno se muestra ante los demás, sin tapujos, sin vestimentas y sin nada tras lo que poder esconderse. Te aproximas, todavía vestido, al lugar que habéis elegido para instalar los bártulos, mirando con recelo cuanto te rodea. No es una playa nudista estricta, se mezclan nudistas y gentes vestidas, sin que haya una línea divisoria que los delimite. Curiosamente lo que más me llama la atención son los hombres, los de mi misma especie. Tratas de mirarlos sin que se te note, ¡¡claro!!, y sin que la preciosidad que llevas a tu lado se percate del destino de tus miradas. ¿Qué podría pensar?. Aunque alguno de las personas que allí se están tostando te hace sentir diminuto, increíblemente diminuto, la verdad es que también alguno de los "miembros" que ves te hacen sentir importante, masculinamente importante. Las que entran por las que salen. Me llama muchísimo la atención que son mayoría en la playa. Casi todos los desnudos son hombres. Y que un gran porcentaje de las mujeres que allí se encuentran no están completamente desnudas. Ahora le toca el turno a ellas. Y si antes tenía que disimular para que mi acompañante no me "pillara" mirando a mis congéneres, ni contaros si me coge evaluando los cuerpos de las mujeres "rivales". Nada como unas estupendas gafas de sol, desde luego. Un rápido vistazo para comprobar que, sin duda, mi azafata está en el escalafón más alto de la clasificación. ¡Faltaría más!. Me sorprende que hay un inesperado ambiente familiar, muy familiar. Jamás lo hubiera pensado. Siempre pensé que era un lugar reservado sólo para adultos.

  Tras el ritual de la "plantá" de la sombrilla, la colocación de las toallas sobre la fina arena y una vez despojados de las camisetas, viene el momento crítico por excelencia. <<"¿Nos desnudamos?">>, me pregunta mientras yo me encuentro ya con mi bañador a la altura de mis rodillas y la miro con cara de  <<¿"Cómo qué si nos desnudamos?">>. El angélico que todos llevamos dentro me empuja a que tire del bañador hacia arriba, mientras que ese diablillo, que tanto me gusta y que también vive dentro de mi, me susurra al oído <<"¡ahora no vayas a rajarte, cagón!>>". Y lo que parecía impensable se produce. Mi bañador se "reboza" de tierra porque entre uno y otro, entre el ángel y el demonio, me he quedado, literalmente, con el culo al aire. Un culo bastante blanco, por cierto. Un rápido y fugaz vistazo a mis alrededores para comprobar que nadie me está mirando. ¿Decepcionado?. Todos siguen con sus cosas. ¡Pero bueno!, que acabo de empelotarme. Tan sólo mi fiel compañera acompaña su mirada con una leve sonrisa que se dibuja en su rostro. << "¡¡Te has desnudado!!">>, a lo que le respondo << ¡¡Coño, para eso hemos "venio", ¿no?">>. Al menos a ella si le ha causado sensación que fuera capaz de desnudarme delante de toda esa gente desconocida por completo. Se despoja de la parte de arriba de su bikini y me invita a que me siente a su lado. A diferencia de los demás, seguro que asiduos visitantes del lugar, los dos nos ponemos a "chinchorrear". <<Fíjate que barriga tiene ese tío de la izquierda>>, <<pues anda que la mujer de la derecha, cómo no se cuidará más>>,<<mira que buen tipo tiene el moreno que juega a las palas con su hijo>>,<<es muy difícil ver a una mujer que no tenga celulitis>>,<<menudo artilugio tiene el tipo de la sombrilla azul marino>>,<<anda, la gente que pasea por la orilla están vestidos>>. Se nos nota demasiado que es la primera vez que venimos.

   Después del tiempo prudencial de adaptación al nuevo medio en el que nos encontrábamos, dejamos de meternos con los demás y empezamos a disfrutar de lo que la Naturaleza nos ofrecía. Nos tumbamos en la toalla, boca arriba, y dirigimos nuestras miradas hacia el cielo que nos envolvía. Nuestras manos se juntaron, nuestros dedos se entrelazaron y cerramos los ojos para disfrutar del placer de escuchar como las olas rompían en la orilla de la Playa. No se escuchaban apenas ruidos. Las conversaciones eran suaves, pausadas. El respeto por los demás era palpable. Incluso los niños que jugaban en la orilla, lo hacían con suma delicadeza. Casi había olvidado que estaba completamente desnudo. Y lo curioso es que tenía la sensación que jamás había tomado el sol de otra forma. ¿Era lo que ellos llaman "perfecto equilibrio físico o incluso moral"?. Antes de entrar en el agua, mi compañera se despojó de la parte de abajo del bikini, mostrando todo su cuerpo a quién quisiera mirarla. Varias miradas la recorrieron de arriba a abajo y de abajo arriba, de nuevo. Y ahí acabó la inspección. Nadie volvió a mirarnos más. ¿Decepcionados?.

  Si puede haber una sensación gratificante por si sola, sin duda, ésa es bañarse desnudo en el mar. Entras con la precaución de poder dañar aquel valioso "compañero" que llevas contigo, desprotegido, cabizbajo y acompasando sus movimientos con los tuyos para evitar daños colaterales. Sumergirlo en las aguas no es tarea fácil, aunque siempre te queda la sensación que flota más por la búsqueda de su auto salvación, que por el propio principio de Arquímedes. Cosas de la Física. Tratar de saltar sobre las olas, nadar de espaldas o hacer el pino pueden y deben ser actividades a evitar en los primeros momentos, hasta que has conseguido familiarizarte con el medio que te envuelve. Demasiadas emociones para un solo día.

  Después de varias horas en el Playa, recogimos todo lo que habíamos ido distribuyendo alrededor de la sombrilla, "encerré" mis vergüenzas en el bañador con el que llegué y desaparecimos con la sensación de haber descubierto algo maravilloso de lo que nadie nunca nos había hablado. Fiel a mis principios de preguntar más allá de lo permitido, cuando estuvimos sentados en el coche, le pedí a mi azafata rusa que me resumiera qué había sentido en aquel lugar y ella, con ese español dificultoso que tiene, haciendo gala de su poder de síntesis me dijo sonriendo <<¡¡ LIBERTAD !!>>.


  Justo entonces, sonó el despertador. Las siete de la mañana.

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  Todos los personajes, salvo yo, así como los lugares que aparecen, son fruto de mi imaginación. No existen en la vida real. O al menos yo todavía no he sido capaz de encontrarlos. ¡¡A seguir soñando!!.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Retrato




Cuadro pintado por Manuela Abellán Benaque
Sosiego hecho VIDA,
sonrisa hecha caricia,
entusiasmo hecho COLOR,
delicadeza hecha beso,
elegancia hecha LUZ,
feminidad hecha guiño,
finura hecha susurro,
frenesí hecho ilusión,
suavidad hecha mujer,
dulzura hecha PASIÓN,
delirio hecho cariño,
piropo hecho DESEO,
anhelo hecho arrebato,
afecto hecho AMOR.

jueves, 21 de mayo de 2015

¡¡ A votar !!

   Resulta curioso comprobar cómo a medida que se acerca el Domingo, cada uno se posiciona donde siempre ha querido estar. Los de "derechas" a la Derecha, los de "izquierdas" a la Izquierda. ¿Sobre qué eje?. Afloran sentimientos que muchos consideramos obsoletos, pero que sirven, todavía, de base para posicionamientos ancestrales. Mi buen amigo Diego, planteaba el otro día mientras corríamos qué pensábamos de la frase "un obrero no puede votar al Partido Popular", con la que un conocido suyo le había recriminado. Y a mí, personalmente, me resulta indefendible. Yo, que cuando gobernaba el PSOE me tachaban del PP porque llevaba engominado mi pelo y ahora, que gobierna el PP, se me encuadra en las filas del PSOE porque soy "mú rojo", ¿qué debería votar el próximo Domingo?.
 
  Profesionalmente hablando, me ha resultado indiferente que gobernara uno u otro. Las dos supuestas formas de Gobernar han apostado abiertamente por la Externalización de los Servicios de Informática, donde curiosonamente yo trabajo, en lugar de potenciar el Empleo Público, en el que creo sin fisuras. Lejos de pensar que el equivocado soy yo, faltaría más, como buen maño que soy, ExtreMaño de adopción para más señas, afirmo que ambos Gobiernos se han equivocado. Solo el tiempo me dará o me quitará la razón. Si todo el dinero que hemos invertido en enriquecer a alguna Empresa cuyo nombre quisiera olvidar más rápido que los nombres de quienes la dirigieron, a ellos y a nosotros, a la vez, lo hubiéramos canalizado en crear un Equipo de Técnicos propios, Empleados Públicos claro, en numero y con formación suficiente, estoy absolutamente convencido que hubiéramos podido ofrecer a nuestros Profesionales algo menos "infollable" que lo que hasta ahora hemos puesto a su disposición. Y que a nadie se le ocurra preguntar cuánto dinero llevamos "invertido" en tan maravillosas herramientas de trabajo. Es, sin duda, el secreto mejor guardado. Una vez más, y ya son muchas,  tengo que proclamar que necesitamos dejar de teñir la Administración con el color del Partido Político que la gobierne, porque nosotros, los Empleados Públicos, no  dejaremos de trabajar por y para la Ciudadanía, independientemente de quién nos gobierne.
 
  Personalmente he mantenido, y mantengo, una excelente relación con cuantos Directivos ha querido la Política poner en mi camino.  Los ha habido buenos Gestores, excelentes Directivos y maravillosas personas. Otros no tanto. A todos los he recibido con la mejor de mis sonrisas y aquellos que han  querido trabajar conmigo, lo he hecho de la mejor forma que sé, sin importarme para nada su significación política, dando lo mejor de mí, tanto con unos como con los otros. A algunos los he despedido con lágrimas en los ojos, con un sentido abrazo, como amigos para siempre; a otros con la misma sonrisa con la que los recibí, les estreché cordialmente la mano y a algunos, también, con el mayor de mis desprecios les vi partir, aunque fueron despedidos con igual sonrisa que a los anteriores, ya que nunca se sabe las vueltas que puede dar la vida. Después de no menos "batacazos", yo también he aprendido a torear en las peores Plazas. He educado, al fin,  uno de mis peores defectos, la sinceridad.
 
 
  Y cuando me siento a reflexionar el voto del próximo Domingo, aparecen en el escenario actores secundarios que quieren interpretar el mejor papel de su vida.  Poco o nada conocemos de ellos, pero eso también pasaba con los que ahora son tan reconocidos, un día fueron noveles y alguien, yo entre ellos, les dimos el empujón para que pasaran a primera fila. Algunos de ellos vienen rebotados de otros Grupos Políticos, pero entiendo que todo el mundo tiene derecho a recapacitar y encauzar libremente su pensamiento. No en vano, yo fui incluso monaguillo de pequeño. Y ya ven. Otros vienen con el firme propósito de "corromperse" más allá de lo que lo han hecho hasta ahora en otros Partidos Políticos, en los que ya han sido descubiertos. Patéticos. Algunos, afortunadamente, querrán aportar toda su honradez y su trabajo desinteresado, para que escritos como éste dejen de tener sentido y volvamos a recobrar la confianza en una Clase Política que han hundido ellos mismos.
 
 Aquellos que ya estuvieron, prometen hacer aquello que jamás se plantearon hacer mientras pudieron. Los que están, prometen hacer lo que no han hecho cuando han podido. Y los que aspiran a llegar, prometen lo que saben que no podrán hacer cuando puedan. Y después,  los de "Podéis".

  Pensar que la Abstención Activa es otra alternativa, otra solución, otro toque de atención para unos Políticos sin representatividad, otra forma de voto, es, quizás, una Utopía. Demasiados "estómagos agradecidos" que acudirán, sin dudarlo, a ejercer su derecho sin plantearse inquietud alguna. No quiero que se interprete que todo el que acuda a votar es un "estomago agradecido", nada más lejos de mi pensamiento. Sería tan ridículo como pensar que todos los que no vamos a ir a votar, es porque no nos interesa la Política, o sería igual de desafortunado como afirmar que si no acudimos a las urnas no podemos opinar. Dejadme que sueñe con qué pasaría si al cerrar los Colegios Electorales el próximo Domingo, 24 de Mayo de 2015, todas las urnas estuvieran completamente vacías.

jueves, 14 de mayo de 2015

Cuatro Años.

   La percepción de la realidad es, a menudo, tan subjetiva que no podemos hacernos una idea de lo que nos perdemos. La anormalidad se hace dogma e, incluso, la normalidad se humilla ante la anormalidad.

  Siguiendo las directrices de las sendas sentencias que me permiten disfrutar de mis tres hijos los fines de semana alternos, este pasado fin de semana se ha ido llenando el Hotelito en el que se convierte la casa en la que habito normalmente, acompañado de una soledad que me martiriza. Después de la cena, reunidos en tormo a una televisión que sólo es la excusa para estar juntos, nos encontrábamos los cuatro. Es, sin duda, un momento tierno, entrañable. Los tres hermanos reían ante las ocurrencias de un Pablo "acarajotado" con las tonterías propias de una edad complicada. Quince años los que haga. Albino escondía su risa tras una avergonzada edad que no le permite jugar abiertamente con sus hermanos. Diecinueve años. Lucas, el peque, incansable e insaciable, mantenía, no sin esfuerzos, sus ojos abiertos. Cuatro años. Y yo, a mis "cuarenta y diez años", sin caber en mí de gozo. Imagínense.
 

   Ellos y yo, formamos una atípica familia numerosa. Cuando el tiempo ya debería haber puesto las cosas en su sitio, me siento reconfortado por cómo han sabido unirse, ellos, en la adversidad de un tiempo que les hemos obligado a vivir, sus madres y yo. Pese a todo, y sobre todo, ellos siguen sintiéndose hermanos. ¡Qué lección magistral!. Recuerdo, con tristeza, como se dudaba incluso de su parentesco, ¿hermanos o hermanastros?, en clara referencia a una animadversión cada vez más aguda, más profunda, más distanciadora. Verlos reír juntos, desvivirse los grandes por el pequeño, añorar éste a los grandes, disfrutar de los momentos que comparten, son las pinceladas más maravillosas que yo puedo dibujar en estos momentos. No creo que pueda herir a nadie cuando afirme que yo no tenía ninguna necesidad de tener otro hijo más. Fue, quizás, el más desprendido de mis regalos. O, quizás, el más terrible de mis errores. Ingenuamente llegué a pensar que podría ser la solución a una relación dinamitada. Nada más lejos de la realidad. Desobedecí, una y otra vez, a cuantos me lo desaconsejaban. Y a esa mochila con la que cabalgaba, desde el principio, por su vida, sumé un nuevo compañero de viaje. No quiero que se me interprete como que estoy arrepentido. Me sentí, eso sí, en su momento, fracasado, tremendamente fracasado. Yo que lo había dado todo, absolutamente todo. A los dos problemas que yo ya tenía, le sumé uno más. Y ya eran tres. "Pues si que te ha cundido", fueron las palabras de una vieja amiga a la que descubrí, de casualidad,  por Internet, casi treinta y cinco años después de habernos dicho aquel hasta siempre. Ni yo hubiera sido capaz de hacer un resumen tan elocuente de mi vida con tan pocas palabras.
 
  Aquello que era increíblemente anormal, ahora es normal. Se esfumaron todos los fantasmas que no nos permitían disfrutarnos los unos de los otros. Ha sido muy alto el tributo que hemos tenido, todos, que pagar, al no ser conscientes que era imposible conseguir el objetivo final, formar una familia compuesta por cinco miembros. Ninguno quiso dar su brazo a torcer, fruto de una obstinación sin igual, en la que el Niño fue, sin duda, el adulto y los Adultos, fuimos los niños. Muchas veces me pregunto cómo fui capaz de tensar tanto la cuerda. Incluso estuve a punto de perder, sentimentalmente hablando, a mi hijo mayor. ¡Cuánto me ha enseñado su silencio!. Una distancia que resultó insalvable y que nunca se acortó ni, incluso, en mis mejores sueños. Una vez más, otra vez más, cuando tuve que elegir, de verdad, pese a saber dónde me arrastraban los acontecimientos, los elegí a ellos, a los tres. Me sobraban los motivos.
 

  El sábado, 16 de Mayo, es el cumpleaños de Lucas. Cuatro años. Quisiera regalarle este pequeño fragmento para que lo lea cuando sea capaz de hacerlo. Que me entienda ya será otra cuestión. Que me comprenda, seguramente, será imposible. Cosas que pasan.

jueves, 30 de abril de 2015

Corazón & Cerebro

    Reconozco que vivo inmerso en un permanente conflicto conmigo mismo. Y como siempre he sido un cobarde, prefiero dejar pasar el tiempo, no hacerme preguntas para las que no tengo una respuesta inmediata y no buscar soluciones para aquellos conflictos que me acompañan. Entre otras muchas cosas, porque no repercutirían solo en mi, y aunque yo piense que soy el "dueño" de mi propia vida, no lo soy de aquellas personas que me rodean. Afortunadamente para ellos.
 
   
  El eterno conflicto entre el corazón y el cerebro, entre el sentimiento y la razón, entre la locura y el raciocinio, entre el querer y el poder. 
 
   Alguna que otra vez he pensado qué hubiera sido de mi vida si le hubiera hecho más caso a mi cerebro y menos a mi corazón. A buen seguro que todo hubiera sido completamente diferente, pero también me consuela pensar que no hubiera sido nunca yo. O si, quién puede saberlo.
 
   Recuerdo con nostalgia como mi madre siempre soñó, al nacer yo varón, con que algún día sería designado Arzobispo de Zaragoza. Pobre mujer, evidentemente, murió sin ver cumplida su ilusión. Imagino que sería para escuchar mi nombre todos los Domingos en misa. Y sentirse tremendamente orgullosa de mí, su ojito derecho. Consiguió, no sin grandes esfuerzos, que fuera monaguillo, como casi todos los niños en una etapa turbia de su infancia. Y a partir de entonces, la Religión por un lado y yo por el contrario. Ayudó a mi distanciamiento con la Santa Madre Iglesia, enormemente, que el Obispo de Valencia, estudiando yo por aquel entonces en la Universidad Laboral de Cheste,  cancelara nuestra ceremonia de Confirmación al tener otro compromiso ineludible, demostrándonos el especial interés que tenía por acogernos en su seno. Nunca más volvimos a saber ni nosotros de él, ni él de muchos de nosotros. Volvimos a encontrarnos, la Religión y yo, cuando le brindé a la mujer más importante de mi vida, mi madre, el día de mi primer matrimonio, casándome por la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Y ese fue el adiós definitivo. Con el apoyo de sus respectivas madres, ninguno de mis tres hijos han sido bautizados y serán ellos quienes decidirán, cuando lo estimen oportuno, si quieren formar parte, o no, de alguna Congregación. Evidentemente, ante mi segundo matrimonio, la propia Iglesia se encargó de recordarme, por si acaso, que "pecadores" reincidentes como yo no éramos bien recibidos. Salvo, claro, que pudiéramos poner un buen fajo de euros encima de la mesa. Que no era mi caso, por supuesto.

   Los que me conocen, saben que me sale un "peculiar sarpullido" cuando estoy mucho tiempo en Lugar Sagrado. Y ese molesto sarpullido también irrumpe en mi piel, cuando acudo a los Servicios Centrales de mi querido Servicio Extremeño de Salud. Curioso. Ahora, con el Partido Popular y su Gobierno de Extremadura y antes, con el Partido Socialista y su Junta. Paradójico. En muchas ocasiones he tratado que mi amigo Juanjo, Microbiólogo en el Hospital donde trabajo, venga conmigo a tomar muestras del ambiente que envuelve aquella maravillosa cúpula del saber, para realizar un minucioso cultivo y determinar si pululan por allí ciertos "bichitos", pero siempre ha declinado, correctamente, mi invitación. Quizás, él también tenga miedo a descubrir que sea cierta mi teoría y se confirme mi suposición que cuando uno se acostumbra a "vivir" en ese Sacro Lugar, pierde la noción del tiempo y del espacio, olvidándose de cuanto hubiera podido aprender, si de allí viniera, en las Áreas en las que se dividió la Sanidad Extremeña. Es lo que yo vengo a denominar "idiotizarse", sin ánimo alguno de ofender a nadie. Qué fácil es sentirte allí el Rey y hacernos sentir, a los que vivimos fuera, los prescindibles. Nosotros sin ellos, no somos nada. Cuánto y qué bueno. Si los "coletas de Podéis" quisieran devolvernos nuestro maltrecho INSALUD, cuanto ganaríamos todos. Soy de los que piensan que la Sanidad, la Educación y la Justicia, al menos, nunca debieron pasar a estos Reinos Autonómicos que con tanto daño nos han vilipendiado a los Empleados Públicos.
 
 Cuando ya he desobedecido, conscientemente, a dos de las tres premisas en las que se subdivide una de mis directrices fundamentales que me aconseja que "de Religión, de Toros y de mis Jefes, yo no hable nunca en público", solo me resta hablar del mundo taurino. Que cada cual opine lo que estime oportuno. Yo, parafraseando a mi admirado Joaquin Sabina, "soy informático por cobardía, lo que me hubiera gustado es ser torero", pero un novillo con mucho encaste y no menos trapío truncó mi vocación de cuajo y casi, incluso, mi integridad física, de no mediar en el trance mi paisano José Martos, alias el "si me lo fueras dicho", al que nunca seré capaz de agradecerle, suficientemente, que me apartara de aquellos impresionantes pitones. No sé explicar muy bien el porqué, o si realmente necesito explicárselo a alguien, pero lo cierto y verdadero es que me gustan los toros. Enmudezco cuando el "maestro" hace la estatua delante de un morlaco de casi quinientos kilos o me emociona observar una buena verónica, una perfecta chicuelina, o incluso una vistosa gaonera, todas ellas con el capote, sin olvidarme de una buena tanda de muletazos al natural rematados con un magnifico pase de pecho. Y sí, lo reconozco, también me encabronan, y mucho,  porque no decirlo, aquellos "espadas" que no son capaces de matar al  toro con la dignidad con la que ha vivido desde que nació en el campo, o aquellos banderilleros, picadores y demás miembros de la cuadrilla a los que mejor les hubiera sonreído la vida recogiendo fruta o plantando tomates. Que de todo hay en la viña del Señor.

 Si hiciera caso a mi cerebro, que no se lo voy a hacer, no debería publicar ni la mitad de las cosas que aquí he dejado plasmadas, pero como mi vida siempre ha estado "dirigida" por mi corazón, aquí quedan dichas. Punto final.
 
 

jueves, 26 de marzo de 2015

Un año después.

 La vida, ese don que un día habían puesto, mis queridos padres, a mis pies, había vuelto a mi vera, sin ser todavía consciente que se había ido para no volver. Y solo un golpe de suerte, el destino, un no ser mi día, o vaya Vd. a saber, me devolvieron a esta vida que me ha tocado vivir.

 Ya ha pasado un año desde aquel fatídico día en el que sufrí el accidente de tráfico y todavía sigo preguntándome cómo pude salir ileso del mismo. En ocasiones, solo cuando estoy perdido en  algún problema que para aquellos que los tienen  de verdad, lo catalogan como simple "gilipollez", miro las fotos que guardo de cómo quedo el coche que me habían "regalado" y a quién, al coche digo,  echo la mayor parte de la culpa de que yo pueda seguir escribiendo en este rinconcito, en el que se ha convertido mi blog.  Y como siempre hay varias respuestas para una misma pregunta, os cuento, si me permitís hacerlo.


Recuerdo como estando respondiendo a las preguntas de uno de los Guardias Civiles del destacamento de Tráfico de Ciudad Real, sentado frente a él en el furgón en el que se personaron con una rapidez tranquilizadora para mí, me comentaba la enorme suerte que había tenido al poder estar allí, con vida. Él, desconocedor de mis creencias, me decía que era un Milagro cómo se habían desarrollado las cosas y que podía dar gracias a Dios, por no haber sufrido más que un pequeño rasguño en mi muñeca derecha y un cortecito, sin importancia, en la parte superior de mi oreja izquierda. Me llamaba la atención que mientras charlaba conmigo, miraba y remiraba el estado del coche, como dudando de si yo había estado alguna vez dentro del mismo y me observaba como esperando que en cualquier momento perdiera el conocimiento, imaginando que ese hubiera sido el desenlace natural. Insistía en que, con su experiencia, pocos eran las personas que podían contarlo tras sufrir tan aparatoso siniestro. Después de haber rellenado cuantos formularios fueron precisos, el hombre seguía insistiendo en achacar a la Providencia Divina el estado en el que me encontraba y yo que ya había podido recuperarme, un poco, del susto recibido, haciendo gala de ese humor, no sé si murciano o aragonés, no sé si Cañada o Abellán, o mezcla de los cuatro,  habiendo adquirido la confianza necesaria, olvidando un poco el respeto que siempre produce el uniforme de la Benemérita, ése que incluso nos induce, al verlo, a levantar el pie del pedal del acelerador aunque circulemos por debajo de los limites de velocidad permitida, le comenté que yo no era creyente,  ni tan siquiera simpatizante del Señor del que me hablaba, por lo que no creía, ni que supiera de mi existencia, ni que hubiera desatendido todas sus múltiples obligaciones para devolverme, a mi,  a la vida . Más bien, proseguí, podía imputarlo a que mis dos ex mujeres, al unísono, habían advertido que iban a perder el "donativo" mensual con el que participo en sus gastos y en los de mis tres hijos y, por primera vez, sus espíritus, que me acompañan allá donde vaya, habían sumado no pocos esfuerzos para lograr impedir que los hubiera dejado huérfanos, a los cinco, aquella fría mañana ciudadrealeña del 27 de Marzo de 2014. Ni que decir tiene, la enorme carcajada que aquel comentario provocó en aquel buen hombre que con tanta amabilidad me trató y a quien estaré agradecido por y para siempre.
 
 Me vienen, igualmente, a la memoria las palabras del camionero que me auxilió en los primeros momentos, llegado al lugar de los hechos cuando yo ya había salido del coche, que me dijo que era una suerte que yo hubiera salido despedido del coche porque de haberme quedado dentro, viendo el estado en el que había quedado el vehículo y la altura que yo tenía, ciento ochenta y cuatro centímetros, hubiera muerto con total seguridad. Sin contemplaciones. Podéis imaginar la cara de sorpresa cuando le comenté que no era así, que yo acababa de salir, ileso, de ese amasijo de hierros en el que se había convertido mi coche, mi querido Citroën C5 Tourer, después de haber abierto, sin problema, la puerta que me separaba del exterior. Con su móvil, que gentilmente me prestó, marque el número de mi línea de teléfono móvil para determinar dónde se encontraba mi fiel compañero y cuando escuchamos la vibración del mismo, porque el único daño que sufrió, mi móvil, fue el de activarse el modo silencio de forma automática, traté, ingenuo, de entrar en el habitáculo por el mismo sitio por donde había salido y comprendí, perplejo, que era materialmente imposible hacerlo, sin atreverme a preguntarme cómo había sido capaz de salir momentos antes. Un escalofrió me recorrió y comencé a sentir un intenso frio. Cuando traté de buscar la cazadora de cuero que llevaba en el asiento de atrás, comprobé que no había nada, absolutamente nada, ni en los asientos, ni en maletero. Todo mi equipaje había salido despedido a cada vuelta de campana. Tan solo la sillita de Lucas permanecía anclada en su sitio, como si nada hubiera acontecido. Y en ese momento la carita de mi peque y la de sus dos hermanos, me vinieron a la mente. Suerte que viajaba solo. Incluso un enorme bote de cristal con turmas en vinagre que mi hermana me había preparado, se había roto y una gran cantidad de  cristales, tanto del bote como los de las puertas, mezclados con las turmas, estaban desparramadas por todos los alrededores, junto a mi maleta, mi mochila con la ropa de correr y cuantos enseres llevaba en el interior del vehículo. Éstas, las turmas, fueron objeto de curiosa admiración por parte de cuantas personas se personaron allí, ya que no es un producto conocido por aquellas lindes. El desinteresado camionero encontró mi cazadora encima de una retama a unos pocos de metros detrás de donde se detuvo el vuelco del vehículo. Y me la puse tratando de calmar la temblina que tenía, sin saber si era fruto del frio en sí o de la sensación de la realidad de lo que estaba viviendo en primera persona. El espectáculo era cuanto menos dantesco.

 Aunque me animaban a que abandonara el lugar del accidente para dirigirme al Centro de Salud donde se aseguraron que, milagrosamente, no tenía daño alguno, quise permanecer allí hasta que la grúa se hubiera llevado completamente mi coche. Cuando arrastrado por el cable que tiraba de él, fue subiendo, no sin dificultad al estar los neumáticos destrozados, por la rampa, me acerqué a la matricula trasera, la acaricié con mi mano derecha y le dediqué un profundo "gracias Campeón", que aún hoy, un año después, todavía humedece mis ojos. El Guardia Civil, que permaneció en todo momento a mi lado, escuchó lo que yo le había "dicho" a mi coche, esbozó una leve sonrisa y me invitó a que le acompañara hasta el taxi. En ese caminar descubrí que debajo del coche había quedado mi inseparable iPad y que al mover el vehículo, había quedado al descubierto, completamente destrozado. Lo recogí, le limpié con mis manos la tierra que envolvía la funda con el que lo protegía y poniéndolo debajo de mi brazo, me subí en el vehículo que me trasladó hasta el Centro Asistencial, primero, y luego hasta mi domicilio emeritense.

 Y esa sucesión de acontecimientos se vuelve a reproducir mentalmente cada vez que paso por ese lugar. Tomo la curva a la derecha, el coche se orilla demasiado hacia la cuneta, golpe de volante a la izquierda para no salir despedido y brutal choque frontal contra un desagüe de hormigón que permite canalizar las aguas que bajan de la montaña. A partir de ese momento, vueltas y vueltas de campana y en cada una de ellas, la terrible sensación de estar perdiendo mi más preciado bien, la vida. Un año después.

viernes, 13 de marzo de 2015

La tela de araña






No sé, cómo alcanzarte,
ni sé, cómo reemplazarte.
No sé, cómo rodearte,
ni sé, cómo ladearte.
No sé, cómo conseguirte,
ni sé, cómo dejarte.
No sé, cómo amarte,
ni sé, cómo aborrecerte.
 
 
No sé, cómo añorarte,
ni sé, cómo olvidarte.
No sé, cómo acariciarte,
ni sé, cómo separarte.
No sé, cómo recibirte,
ni sé, cómo despedirte.



lunes, 5 de enero de 2015

Allí, en el Cielo.


     Recuerdo, con una amplia sonrisa, ahora que ya no volveremos a vernos, cómo la primera vez que me separé, ensimismado yo en mis cosas, viniste a mí, valiente, directa y majestuosa, en tu línea, para "ofrecerte" en todo aquello en lo que yo pudiera necesitarte. Y como no sabías si me había quedado claro, me repetiste, "para todo, Albino, para todo, como si quieres que nos demos ese revolcón que me gustaría darme contigo". Como si nada, con dos ovarios vamos, a lo Isabel Andrades. Y pasado el tiempo, cuando uno evalúa quién está entre esos que muchos denominan amigos, resulta que te cuento entre ellos, porque pocas personas me demostraron tanto apoyo en momentos tan críticos. En mi debe, quedará, siempre, el no haber tenido el valor suficiente para enfrentarme al reto que me planteabas.

 
Más allá de anécdotas de esta índole, que a nadie que te conociera puede ocasionarle rubor alguno, hoy quiero despedirme de ti, como mereces. Los que te queríamos, muchos más de los que tus enemigos piensan, estamos felices porque has dejado de sufrir. Y para alguien de tu carácter, verte postrada a esa vida que la enfermedad te había abocado, no podía menos que sumirte en la profunda resignación en la que te encontrabas. Tuviste hasta el final, a tu lado, a tu fiel Pedro, ese bonachón al que queremos casi tanto como te quisimos a ti. Y te trató, hasta el último día, como la Reina que eras para él. Fuiste, en vida, el ciclón que "acosaba" sin pudor a todos los muchachitos que entraban, o entramos en su día, en tu espacio vital. Fuiste, en vida, la compañera que siempre se desvivió por ayudar a cuantos estábamos a tu lado. Fuiste, en vida, la fortaleza que hacía falta para mover cientos de Historias Clínicas. Fuiste, en vida, la alegría de una sonrisa siempre para recibirnos. Fuiste, en vida, la "mula" de cuanta carga quisieron echarte encima de tu escritorio. Fuiste, en vida, la paciencia con la que tratar a superiores "tiquismiquis". Fuiste, en vida, el "alma"  de las Fiestas que se organizaron. Fuiste, en vida, una valerosa mujer que no se arrugaba, jamás, ante la mirada lujuriosa de un hombre. Faltaría más.

   Y ahora que te has ido, ahora que los del Cielo, ingenuos, se te han llevado de aquí, van a conocer, allí, quién eres realmente. No tardarás mucho en revolucionar ese casto lugar en el que, seguro, te encuentras. Hasta el mismísimo diablo hubiera dado lo que fuera por tenerte entre sus garras. Que se preparen allí, en el Cielo, porque ha llegado Isabel Andrades. Casi nada.

   Descansa en paz, compañera.