jueves, 30 de abril de 2015

Corazón & Cerebro

    Reconozco que vivo inmerso en un permanente conflicto conmigo mismo. Y como siempre he sido un cobarde, prefiero dejar pasar el tiempo, no hacerme preguntas para las que no tengo una respuesta inmediata y no buscar soluciones para aquellos conflictos que me acompañan. Entre otras muchas cosas, porque no repercutirían solo en mi, y aunque yo piense que soy el "dueño" de mi propia vida, no lo soy de aquellas personas que me rodean. Afortunadamente para ellos.
 
   
  El eterno conflicto entre el corazón y el cerebro, entre el sentimiento y la razón, entre la locura y el raciocinio, entre el querer y el poder. 
 
   Alguna que otra vez he pensado qué hubiera sido de mi vida si le hubiera hecho más caso a mi cerebro y menos a mi corazón. A buen seguro que todo hubiera sido completamente diferente, pero también me consuela pensar que no hubiera sido nunca yo. O si, quién puede saberlo.
 
   Recuerdo con nostalgia como mi madre siempre soñó, al nacer yo varón, con que algún día sería designado Arzobispo de Zaragoza. Pobre mujer, evidentemente, murió sin ver cumplida su ilusión. Imagino que sería para escuchar mi nombre todos los Domingos en misa. Y sentirse tremendamente orgullosa de mí, su ojito derecho. Consiguió, no sin grandes esfuerzos, que fuera monaguillo, como casi todos los niños en una etapa turbia de su infancia. Y a partir de entonces, la Religión por un lado y yo por el contrario. Ayudó a mi distanciamiento con la Santa Madre Iglesia, enormemente, que el Obispo de Valencia, estudiando yo por aquel entonces en la Universidad Laboral de Cheste,  cancelara nuestra ceremonia de Confirmación al tener otro compromiso ineludible, demostrándonos el especial interés que tenía por acogernos en su seno. Nunca más volvimos a saber ni nosotros de él, ni él de muchos de nosotros. Volvimos a encontrarnos, la Religión y yo, cuando le brindé a la mujer más importante de mi vida, mi madre, el día de mi primer matrimonio, casándome por la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Y ese fue el adiós definitivo. Con el apoyo de sus respectivas madres, ninguno de mis tres hijos han sido bautizados y serán ellos quienes decidirán, cuando lo estimen oportuno, si quieren formar parte, o no, de alguna Congregación. Evidentemente, ante mi segundo matrimonio, la propia Iglesia se encargó de recordarme, por si acaso, que "pecadores" reincidentes como yo no éramos bien recibidos. Salvo, claro, que pudiéramos poner un buen fajo de euros encima de la mesa. Que no era mi caso, por supuesto.

   Los que me conocen, saben que me sale un "peculiar sarpullido" cuando estoy mucho tiempo en Lugar Sagrado. Y ese molesto sarpullido también irrumpe en mi piel, cuando acudo a los Servicios Centrales de mi querido Servicio Extremeño de Salud. Curioso. Ahora, con el Partido Popular y su Gobierno de Extremadura y antes, con el Partido Socialista y su Junta. Paradójico. En muchas ocasiones he tratado que mi amigo Juanjo, Microbiólogo en el Hospital donde trabajo, venga conmigo a tomar muestras del ambiente que envuelve aquella maravillosa cúpula del saber, para realizar un minucioso cultivo y determinar si pululan por allí ciertos "bichitos", pero siempre ha declinado, correctamente, mi invitación. Quizás, él también tenga miedo a descubrir que sea cierta mi teoría y se confirme mi suposición que cuando uno se acostumbra a "vivir" en ese Sacro Lugar, pierde la noción del tiempo y del espacio, olvidándose de cuanto hubiera podido aprender, si de allí viniera, en las Áreas en las que se dividió la Sanidad Extremeña. Es lo que yo vengo a denominar "idiotizarse", sin ánimo alguno de ofender a nadie. Qué fácil es sentirte allí el Rey y hacernos sentir, a los que vivimos fuera, los prescindibles. Nosotros sin ellos, no somos nada. Cuánto y qué bueno. Si los "coletas de Podéis" quisieran devolvernos nuestro maltrecho INSALUD, cuanto ganaríamos todos. Soy de los que piensan que la Sanidad, la Educación y la Justicia, al menos, nunca debieron pasar a estos Reinos Autonómicos que con tanto daño nos han vilipendiado a los Empleados Públicos.
 
 Cuando ya he desobedecido, conscientemente, a dos de las tres premisas en las que se subdivide una de mis directrices fundamentales que me aconseja que "de Religión, de Toros y de mis Jefes, yo no hable nunca en público", solo me resta hablar del mundo taurino. Que cada cual opine lo que estime oportuno. Yo, parafraseando a mi admirado Joaquin Sabina, "soy informático por cobardía, lo que me hubiera gustado es ser torero", pero un novillo con mucho encaste y no menos trapío truncó mi vocación de cuajo y casi, incluso, mi integridad física, de no mediar en el trance mi paisano José Martos, alias el "si me lo fueras dicho", al que nunca seré capaz de agradecerle, suficientemente, que me apartara de aquellos impresionantes pitones. No sé explicar muy bien el porqué, o si realmente necesito explicárselo a alguien, pero lo cierto y verdadero es que me gustan los toros. Enmudezco cuando el "maestro" hace la estatua delante de un morlaco de casi quinientos kilos o me emociona observar una buena verónica, una perfecta chicuelina, o incluso una vistosa gaonera, todas ellas con el capote, sin olvidarme de una buena tanda de muletazos al natural rematados con un magnifico pase de pecho. Y sí, lo reconozco, también me encabronan, y mucho,  porque no decirlo, aquellos "espadas" que no son capaces de matar al  toro con la dignidad con la que ha vivido desde que nació en el campo, o aquellos banderilleros, picadores y demás miembros de la cuadrilla a los que mejor les hubiera sonreído la vida recogiendo fruta o plantando tomates. Que de todo hay en la viña del Señor.

 Si hiciera caso a mi cerebro, que no se lo voy a hacer, no debería publicar ni la mitad de las cosas que aquí he dejado plasmadas, pero como mi vida siempre ha estado "dirigida" por mi corazón, aquí quedan dichas. Punto final.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario