domingo, 11 de junio de 2017

Réquiem.


   Hoy, que se cumple un año de tu muerte,
tu duelo, ya, debería ser tan solo un susurro,
tu recuerdo debería ser, ya, tan solo un reguero,
tu huella debería ser tan solo, ya, una estela.

  Y sin embargo, hoy, que se cumple un año,
te anhelo más que cuando zarpaste,
te preciso más que cuando desapareciste,
te añoro más que cuando partiste.

   Hoy, que se cumple un año de tu muerte,
lejanas, ya, deberían quedar nuestras confidencias,
relegadas deberían, ya, permanecer nuestras parrafadas,
enterradas deberían estar, ya, nuestras diferencias.

   Y sin embargo, hoy, que se cumple un año,
no quiero vivir sin tu vestigio,
no dejo de llorar tu silencio,
no termino de componer tu réquiem.












jueves, 1 de junio de 2017

El lance del Pregón

 
 -Ya te he dicho que me va a serrr imposible irrr a tu pueblo en esas fechas.-la escuché decirme a través del auricular de mi teléfono móvil, pronunciando las erres con ese acento que tanto me gustaba.

-Y por más veces que me lo digas, más te vuelvo a decir que me encantaría que vinieras conmigo.-respondí.

-¡Qué toooonto errres! – exclamó utilizando la expresión que tantas veces nos dedicábamos.- En esas fechas, yo estarrré lejísimos. El sábado 8 de Abrrril, aterrrrrizo a media mañana en el aerrropuerrrto interrrnacional Kingsforrrd Smith de Sidney, prrrocedente de Dubai.  Es imposible.  Anda, cuéntame en qué consiste lo del nombrrramiento ese de prrregonerrro, que tanta ilusión te hace.
-Pero si ya te lo he explicado cien veces.
 
-Es que sigo sin comprrrenderrrr cómo han podido pensarrr en ti.-replicó.-Si te salen grrranos cada vez que te acerrrcas a una Iglesia y ahorrra te vas a subirrr al Altarrr Mayorrr.  Tendrrrán que inyectarrrte un arrrbisón.-cada vez me resultaba más simpático ese acento suyo. (A partir de aquí, transcribo con normalidad sus palabras).
-Urbasón.  Se dice urbasón.  No das ni una con el nombre de los medicamentos.
-Nunca me he quedado con los nombres de los medicamentos. Y lo sabes –me dijo volviendo a sonreir.
-El nombramiento de pregonero no tiene nada que ver con la Iglesia.  Es la Cofradía del Cristo de los Tambores y Bombos quién me ha elegido.
-¿Y esa Cofradía no pertenece a la Iglesia?.
-En mi pueblo ninguna Cofradía pertenece a la Iglesia.   La gran mayoría vienen de una lejana tradición familiar, de padres a hijos.  Las dos últimas que se han incorporado a la Junta Local de la Semana Santa la componen personas que se juntaron para sufragar los gastos que supuso su adquisición.  Gente que quería vivir la Semana Santa desde dentro y cuyas familias no tenían un Santo al que procesionar.
-Me estoy perdiendo –apuntó.
-La Junta Local de la Semana Santa la engloban todas las Cofradías del pueblo, incluida la del Cristo de los Tambores y Bombos, que es quien aglutina a todos los que tocamos el tambor y el bombo.  Ellos han sido quienes me han propuesto como pregonero.  El acto se celebra en la Iglesia Parroquial y por eso debo leer el pregón desde el Altar Mayor.
-¿Y qué es lo que tienes que leerles?.
-Tengo que leerles lo que yo escriba para la ocasión. – me di cuenta que explicarle a mi azafata rusa todo aquel embrollo sería, sin duda, más complicado de lo que yo había supuesto.– Tengo que ser capaz de plasmar mis sentimientos, relatar mis vivencias, describir mis sensaciones, redactar mis inquietudes.
-¿Y tú crees que eso puede llegar a interesarle a alguien?.- me cortó bruscamente.
-Quiero pensar que sí, desde luego.- le contesté con toda la suavidad que pude -Imagino que todo aquel que suba ese día hasta la Iglesia será porque querrá saber que representa para mí nuestra peculiar y entrañable Semana Santa.
-O porque son familia tuya, amigos, conocidos.
-Imagino que a ellos también les gustará escucharme. – le repliqué con convicción.-Pero también habrá mucha gente que no me conozca de nada.  Según me han dicho es uno de los actos que más gente atrae en el pueblo.  Cada año que pasa se va haciendo mucho más popular.  La Iglesia estará de “bote en bote”.
-¿De bote en bote?.-me preguntó incapaz de entenderme.
-Que la Iglesia estará llena de gente.-le contesté al comprobar que con muchas de mis expresiones mi azafata rusa se hacía un buen lío.- La gente se va un buen rato antes para coger sitio.
-¡Qué importante es mi “maridito”!.- enfatizó mucho la palabreja.
-La verdad es que me siento un privilegiado.  Siempre he querido ser pregonero de la Semana Santa. Y me hubiera encantado que se hubiera producido hace unos años, cuando todavía vivían mis padres.  A ellos le hubiera encantado vivir estos momentos que nosotros vamos a vivir.
-No llegué a conocerlos, desgraciadamente, pero por lo que me cuentas de ellos, seguro que estarían muy orgullosos de ti.  Yo también lo estoy, desde luego – añadió.-El problema que yo tengo es que no llego a entender bien qué es lo que tienes que hacer y qué se espera de ti.  Seguro que también influye que soy una “soviet”, como tú siempre me llamas.-volví a escuchar su risilla a través del auricular.
-El pregón es el primer acto del programa oficial.  A partir de ese momento queda abierta la Semana Santa y se suceden los diferentes actos que la conforman.  El pregonero tiene que describir lo que él siente cuando se habla de la Semana Santa.  Es como si tú me pides que te describa lo que siento cuando salgo en las procesiones con mi Paso, o cuando salgo a tocar el bombo con mis amigos.
-¿Y qué sientes?.  Somos muchos los que no entendemos cómo te puedes transformar de esa forma.  Ninguno de tus tres hijos han sido bautizados.  Tú siempre te defines como no creyente.
-Eso es lo que quiero decirles a mis paisanos.  Hacerles partícipes de mi “¡Bendita Contradicción!”.  Explicarles que desde mi aconfesionalidad se puede llegar a sentir la “devoción” que yo siento por la  Semana Santa de mi querida Andorra, sí, la de Teruel.
-No te va a entender nadie.-replicó.
-Seguro que sí.  Ya lo verás.-le contesté convencido absolutamente de mis palabras.

 
 

      Y aquí me  encuentro yo, sentado en el primer banco de la fila de la derecha, mirando hacia el Altar, entre la alcaldesa y el presidente de la Junta Local, ensimismado en mis cosas, mientras  el Boni lee lo que yo había escrito meses antes, justo en el momento de hacerse público mi nombramiento como pregonero para este inolvidable 2017 y que está sirviendo como preámbulo de mi intervención. Cuanto hubiera dado porque mi azafata rusa estuviera sentada junto a mi familia, en el segundo banco de la fila de la izquierda, justo detrás de los miembros de la corporación municipal, pero ciertamente no había justificación alguna para su presencia. Nadie la conoce, ni nadie la espera, ni nadie, evidentemente, la echa de menos, salvo yo, claro está.  Están todos los que han querido, o han podido, acompañarme. Sin reproches. Agradecido por cuanto han hecho para estar aquí. Encantado. Una nueva mirada hacia dónde están ellos, mi familia, para comprobar, una vez más, que no estaba ella entre ellos.  Lástima.

-“… tras el año de periodo militar obligatorio…”- seguía leyendo el Boni. Todavía quedaban unos cuantos párrafos.
                En unos pocos minutos, tendré que subir al Altar, al pulpito, con mi iPad.  Tendría que haber elegido los folios de toda la vida.  Mejor en el iPad, puedo hacer la letra tan grande como quiera.  ¿Y si me quedo sin batería?.  Imposible, está cargada a tope.  De todas formas, mi hermana en el bolso lleva una copia en papel.  Me vuelvo y la observo.  Con la mirada le pregunto y me enseña el manojo de folios que sostiene entre sus manos.  Mejor con el iPad.  Le sonrío.  Estoy nervioso.  Me sonríe tratando de transmitirme una tranquilidad que ni ella siente.  ¿Cuánta gente hay en la Iglesia?.  ¿Les gustará mi pregón?.  ¿No será demasiado extenso?.  Veintiocho minutos en las pruebas que he hecho en casa.  No puedo leerlo más rápido.  Tengo que controlar los nervios.  ¿Cómo se controlan los nervios en una situación así?.
-“Con orgullo, sin arrogancias ni pedanterías…” – escuchaba de fondo las palabras que yo me sabía de memoria.  Último párrafo.
Llegó la hora.  Ya no puedo echarme atrás.  <<”Respira hondo”>>, me habían aconsejado.  Toco la pantalla para desbloquearla. Todo preparado.
-Cuando quieras Albino – me pasa el testigo el Boni.
                Me incorporo.  ¿Me giro para comprobar cuánta gente hay?.  Ni se te ocurra.  Paso firme hacia el Altar.  Cuidado al subir los escalones.  Coloco el iPad en el atril y la botella de agua en un hueco que hay en el pulpito, a la altura de las rodillas.  Levanto la vista por primera vez.  Lleno a reventar.  Respiro hondo.  Me agacho y cojo la botella de agua.  Bebo un pequeño sorbo.  La dejo de nuevo en su sitio.  Hago un barrido con la vista.  Hasta en el coro hay gente.  “De bote en bote”.  Sonrío.  <<”Mira al fondo, sin fijarte en nadie, coge una referencia y cada vez que levantes la cabeza, mira a ese punto”>>, me aconsejaba mi buen amigo Marcelino, acostumbrado a estos menesteres de hablar en público y al que tanto envidiaba en estos momentos.  ¿Dónde fijo la vista?.  En la balaustrada del coro.  Decidido.  <<”Yo te deslumbraré con el foco de la televisión local, así ya no verás a nadie”>>, me comentaba el Pepe Abella, sabedor que él ocuparía un lugar privilegiado en la Iglesia.  A mi derecha.  El “jodio” foco y la cámara de televisión.  Sigo distinguiendo las caras de las primeras filas.  <<”No mires a nadie”>>.  Mi primo, mi cuñado, mi hijo, mi hermano, mi cuñada, mis primas, mis tías.  Debo colocarme el micrófono a la altura idónea.  ¿Cuál es la altura idónea?.  Mejor no toques nada.  ¿Debo empezar ya?.  ¡A por todas!.  ¿Dónde estará en estos momentos mi azafata rusa?.  ¿Habrá llegado a comprender todo lo que ésto significa para mí?.  <<”A mí me viene muy bien tener un bolígrafo en la mano mientras hablo en público”>>, es otro de los sabios consejos que me había dado Marcelino.  Y yo que había cogido uno de casa de mi padre, lo tengo olvidado en el bolsillo derecho de la chaqueta del traje que hoy luzco.  El único que tengo, bien es cierto.  Ya no hay tiempo para sacarlo.  Carraspeo para suavizar mi voz aguardentosa.  Allá voy.
-Buenas tardes – comienzo.
Levanto la vista.  La balaustrada del coro.  Mi hermana al frente. Lucio, el cura, Fernando, Pedro y Sofía, de izquierda a derecha, en el primer banco a mi izquierda.  Respiro hondo.
-Alcaldesa, – prosigo volviendo mi mirada al texto – miembros de la corporación municipal, presidente y miembros de la Junta Local…- me lo sé casi de memoria.
                Párrafo a párrafo, sin descanso, voy leyendo el pregón que he preparado durante tanto tiempo.  De vez en cuando levanto la vista del iPad.  Ya casi me he olvidado de los consejos de unos y de otros.  Miro directamente a los ojos del director de la banda municipal.  Busco entre el público a personas conocidas que me dan la confianza necesaria para ir rebajando los nervios que aún siento.  Observo como mi hermana pasa los folios a medida que yo voy pasando pantallas.  Es lo que en el argot taurino se denomina “estar al quite”.  Lo que hubiera cambiado mi vida si yo hubiera tenido el valor suficiente para ser torero.  Voy notando como me estoy quedando sin voz.  Malditos papilomas.  Tendré que hacer una pausa y beber un poco de agua.  Tengo calor.  ¿Hace calor?.  Estoy sudando.  Lo noto en la parte superior de mis labios.  En el bigote.  Levanto la vista.  Mi azafata rusa.  ¿Mi azafata rusa?.  ¿Qué hace aquí mi azafata rusa?.  Del susto que me he pegado, he desplazado el texto a su inicio.  ¡La cagué!.  Trato de buscar rápidamente por dónde iba leyendo.  Silencio absoluto.  Desconcierto.  Pantalla tras pantalla.  Ya había leído casi doce páginas. Mi hermana me mira por si tiene que acercarme los folios.  Los primeros aplausos nos tranquilizan a los dos.  Me he quedado en blanco.  ¿Era mi azafata rusa?.  Sin que “callen” los  aplausos, encuentro el párrafo por donde iba.  Listo.
-Aprovecho y bebo agua. – comento con toda la naturalidad que puedo, acercándome al micrófono y recibiendo las risas del público. –Me estoy quedando sin voz.- los aplausos y las risas van aflojando hasta que solo queda un suave rumor.
                Mientras bebo, recorro con mi mirada cada rincón de la Iglesia.  Ya no la veo.  ¿Dónde se ha metido mi azafata rusa?.  Era ella.  Voy a empezar a leer, de nuevo, por el inicio del párrafo.  Confío en que el Pepe puede manipular el video y que no se note el corte. ¿Está aquí ella?.  No puedo seguir buscándola.  Tengo que centrarme y seguir leyendo.  La balaustrada del coro.  No distingo a nadie.  Nervios.  ¿Saco el boli del bolsillo?.  El foco.  No puedo decirle a nadie que me he quedado parado porque he creído ver a mi azafata rusa. <<"¿A quién dices que has visto?">>.  Tendré que mentirles.  << "Estaba buscando un salto de párrafo donde poder parar para beber agua y sin darme  cuenta, he tocado la tecla de inicio de documento">>. ¡Joder!.  Seguro que era ella.  He visto como me sonreía.  Solo ella tiene esa mueca tan suya.  Ya he terminado de tragarme el agua.  ¿Dónde se habrá metido?.  Prosigo.
-Aquel descenso vertiginoso desde la plaza de la Iglesia hasta casa, … -repito por segunda vez.
                Vuelve la normalidad.  Se suceden los párrafos.  Con el desplazamiento de mi dedo, van pasando las pantallas.  Mi hermana hace lo mismo, pero con los folios. Capote en mano.  Llega la parte final del pregón.  Paro de leer y levanto la vista mientras tomo el aire suficiente para acometer los últimos y definitivos párrafos.  Mi cuñado trata de darme ánimos levantando el dedo pulgar de su mano derecha.  Respiro profundamente.  No sé si le está gustando a la gente.  ¿Quién puede saberlo?.  Siempre que he introducido un pequeño toque de humor, las risas del respetable me han acompañado.  Buen síntoma, sin duda.  Ya debo llevar alrededor de veinticinco minutos.  El tiempo máximo que debería durar una buena misa, como siempre sentenciaba el bueno de mi padre.  Pobres penitentes.  De pie y aguantando semejante tostón.  Lo siento, de verdad, pero no quiero dejar de vivir este inolvidable lance.
-Aquí subido, quizás, sea el momento en que más cerca he estado de cumplir uno de los deseos más disparatados de mi madre, que siempre quiso que fuera yo arzobispo de Zaragoza. - leo entrecortado. 

           Una sonora carcajada emana de todos los rincones de la Iglesia. Todavía siguen escuchándome.  ¡Bien!.  Se van difuminando las risas mientras prosigo con el texto.  No debo pararme porque estoy sintiendo que me tiembla la voz.  Y no es que note que tenga que volver a beber agua.  Sé de memoria lo que voy a leer a continuación y me estoy empezando a emocionar.  Hoy, no.  Aquí, no.  Ahora, no.  Lentamente, el recuerdo de mis padres.  Su emotivo e indiscutible momento.  Por y para ellos.  No quiero levantar la vista porque escucho algún que otro sollozo en los primeros bancos.  Las roscas de Pascuica me devuelven la entereza que necesito.  Levanto la vista mientras gesticulo con ambas manos.  Ya casi he terminado.  Tan solo la dedicatoria final.  Y la despedida.  Se acabó.

 
          Los aplausos me reconfortan.  Nunca los he recibido.  Es la primera vez que hablo en público.  Una sonrisa se dibuja en mi rostro y miro agradecido al público que me aplaude.  Siento paz.  Los nervios me abandonan.  Cierro la tapa azul celeste del iPad mientras observo como mi hermana guarda los folios en su bolso.  Cojo la botella de agua. Me alejo del pulpito.  Cuidado al bajar los escalones.  Recibo la primera enhorabuena de manos de Sofía, la alcaldesa.  El presidente de la Junta Local, Pedro, me estrecha la mano mientras me felicita.  El presidente de la Cofradía del Cristo de los tambores y bombos, Fernando, me abraza con una sonrisa cómplice de satisfacción.  El Sacerdote, Lucio, me saluda efusivamente.  Continúan los aplausos.  Nos sentamos.

-Muchas gracias, Albino.- exclama la Fina Carmen siguiendo con el guion del acto, mientras se callan ya los últimos aplausos que a mí me están sabiendo a Gloria Bendita.-A continuación el presidente de la Junta Local de la Semana Santa hace entrega de un diploma y un libro al pregonero.-silencio absoluto mientras nos levantamos.

                De pie, frente a todos, recibo los regalos.  Resuenan, nuevamente, algunos aplausos que tímidamente van desapareciendo, mientras busco con mi mirada su presencia.  Me desconsuela comprobar que no logro encontrarla.  ¿Dónde te has metido?.  Fijo mi vista en la ventana vidriada de medio punto que preside el coro.  El colorido de la misma me atrae.  Amarillo, verde, naranja, rosa, lila y, finalmente, blanco.

martes, 25 de abril de 2017

El Embrujo del Bombo


                Después de tantos años añorando que alguno de mis dos hijos mayores me pidiera que le tensara uno de los bombos que “descansan” en la falsa de la casa que nos vio crecer, sin apenas tiempo para reaccionar y sin que hubiera mediado la más mínima incitación por mi parte, asumiendo un año más que sería mi bombo el único de la casa que procesionaría  este inolvidable año 2017, el Jueves Santo por la mañana, tensando el mío ayudado como siempre de mi cuñado Arturo, como manda la más pura de las tradiciones familiares, recibí, incrédulo, la petición por la parte de Albino.
                Mi perplejidad fue tal que hasta le sugerí que no quería tensarlo para que luego cambiara de opinión y se quedara, el pobre bombo, compuesto y sin pareja, esperando que mi reproche le obligara a cambiar de postura y reclinar su repentino deseo.  Pero lejos de achantarse, mantuvo su firme convicción de que quería este año debutar como “bombero”, sin importarle que ninguno de mis sobrinos, sus primos, iban a salir esa noche a tocar.  Decidimos que la mejor opción para él era el bombo de mi hermano Javier, que si bien es cierto que era un poco pequeño para su envergadura, le permitiría no cansarse por el peso que ejercería sobre su propio cuerpo.  Un montón de años esperando que se hiciera realidad ese sueño y ahora que se estaba produciendo, resultaba que era yo quien ponía palitos en la rueda para que no avanzara.  Varios intentos más por disuadirlo, <<”mira que yo tengo que subir al balcón para Romper la Hora, mira que tus primos no creo que salgan, mira que …”>> y obtenía la misma respuesta firme y contundente.  Este año quería tocar el bombo.  Estaba completamente decidido.  No me quedó más remedio que buscarle una maza adecuada, la correspondiente correa y una túnica negra acorde a su altura.
              Aquellos que me conocen bien, aquellos que saben lo mucho que hemos llegado a estar distanciados, aquellos que vivieron de cerca los frecuentes encontronazos con mi hijo Albino, aquellos que presintieron que nunca volveríamos a tener una relación padre-hijo, podrán entender, con facilidad, lo que ha significado esta inolvidable Semana Santa del 2017.  Indiscutiblemente mi designación como Pregonero la hará imborrable en mi memoria, pero también es cierto que una parte importantísima de la misma la ha protagonizado mi hijo.  Sin duda.  Y nada puede hacerme sentir más orgulloso.  Que se sepa.
 
               Hemos compartido multitud de cosas que para los demás pudieran resultar insignificantes, pero para mí, que venía de la obscuridad, de la distancia, de la frialdad, incluso de la indiferencia más cruel, cada segundo de nuestra convivencia ha estado impregnado de un halo increíble.  Hemos compartido desde las risas de los muchos momentos de diversión que hemos vivido, hasta los llantos por los sentimientos expresados, tanto por mi parte en el Pregón, como por la suya en sus queridas Redes Sociales.  Supo guardar en secreto la identidad de esa azafata rusa que tanta pregunta motivó. Mantuvo la serenidad y la cordura, pese a los cubatas que también se endosó, cuando su padre, un servidor, y mis amigos de siempre, la habían perdido por completo, “arremangándonos hasta la patica del pantalón” como en nuestros mejores días, en aquella cena de la Cofradía del Cristo de los Tambores, en la que tomamos el control de la pista de baile y de la barra del bar, por supuesto, y hasta el mismísimo Cristo, viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, decidió que lo mejor era desaparecer del Trufé y dejarnos solos ante los designios de la Divina Providencia.  Vivimos, juntos, el encuentro entre el Nazareno y la Virgen en la Plaza del Ayuntamiento.  Recorrimos, juntos, alguno de los muchos bares del pueblo, vermuteando, picoteando, alternando.  Rompimos la Hora. Subimos, juntos, a las dos de la mañana, en procesión tocando nuestros bombos, a la ermita de San Macario.  Recenamos, juntos, después en la Peña y seguimos tocando hasta que vimos amanecer bien entrado ya el Viernes Santo.  Procesionamos, juntos, en todas y cada una de las procesiones programadas por la Junta Local, tanto con el bombo como con nuestro Paso, Jesús atado a la Columna.  Compartimos, juntos, el momento sublime del Final de Redobles desde el edificio de la Comarca en la Plaza de la Iglesia. Recibió, poco antes de la cena de despedida de la Semana Santa el sábado, orgulloso, la tira que le hacía integrante de la Cuadrilla del Olmo e ilusionado  no tardó en colocarla en la bolsa de viaje que siempre le acompaña. Lo he sentido mucho más cercano y unido a mi familia, su familia de Andorra, sí, la de Teruel. Cuando de madrugada nos volvíamos hacia casa, me dijo  <”aunque tú no puedas venir el año que viene para Semana Santa, yo si podría venir a tocar el tambor y salir con el Paso”>> que aún ahora me emociona. 
                Se cerraba una maravillosa semana en la que he tenido la sensación de haber recuperado, definitivamente, a mi hijo. Acompañados por los sonidos emanados de los tambores y los bombos, hemos sellado la distancia que un día interpusimos entre nuestras vidas. Y aunque alguien pudiera pensar que fuimos el fruto del sacrificio de terceras personas, no quiero ocultar  ni mi responsabilidad ni mis errores. Solo yo soy el “culpable” de cuanto pasó.  Una y mil veces le pediré  el perdón necesario y le mostraré el arrepentimiento que él se merece, porque aún cuando era, entonces, el menor de edad, siempre me demostró mucha más cordura, solvencia e incluso madurez de la que yo le enseñé a él. No quiero que mi hijo me vea como si yo fuera un amigo suyo, que no lo soy. Pero no quiero que no me sienta como su padre, que si lo quiero ser. Y aún cuando sé que no es fácil perdonar todo lo que tuvo que sufrir en aquellos momentos, sé que esta Semana Santa nos ha servido, también, para unirnos un poco más.  Quizás, quién sabe, él haya descubierto el Embrujo del Bombo. Yo, ciertamente, ya sabia de su existencia. Aunque nunca lo había vivido a su lado. Bien ha merecido la pena.

martes, 11 de abril de 2017

Exaltación Local del Tambor y el Bombo

Buenas tardes.

Alcaldesa, miembros de la corporación municipal, presidente y miembros de la Directiva de la Cofradía del Cristo de los Tambores, asistentes a este acto de Exaltación local de tambores y bombos, andorranos todos.

Tan solo unas palabras para agradecer, de nuevo, a la Directiva de la Cofradía del Cristo de los Tambores mi designación como pregonero de la Semana Santa andorrana para este inolvidable 2017.  No me cansaré de repetir que es para mí un tremendo orgullo poder representar el sentir de los andorranos, de nacimiento o de adopción, con respecto a nuestra tradición más singular, el toque del tambor y el bombo.  Y desde aquí, quiero manifestar mi felicitación a dicha Directiva por su labor incansable en la divulgación de nuestras costumbres y al impagable trabajo de los monitores de las Escuelas de Tambores, que con su constancia incentivan  a los más jóvenes para  que tomen el relevo de esta manifestación cultural tan nuestra.

Obsequio conmemorativo como pregonero de la Semana Santa andorrana del 2017
Permitidme un ruego ahora que os tengo aquí congregados. Sé que para vosotros, los que manejáis el tambor y el bombo con esa maestría que tan “sana” envidia nos produce a los que vivimos fuera, los andorranos ausentes y aquellos que, aun viviendo aquí, no pueden ensayar lo que les gustaría, puede resultaros algo pesado y tedioso procesionar con el toque “oficial”.  Es prácticamente imposible aprender vuestros toques nuevos en unos pocos días, aunque como yo, os lo aseguro, lo intentemos, sin éxito, año tras año.  No hagáis olvidar, por favor, con vuestros innovadores toques aquellos otros que no suenen tan acompasados.  Algunas personas ya han desistido de sacar sus tambores y sus bombos, que “morirán”, irremediablemente, en las falsas de sus casas.  Y otros tan solo los sacan en las procesiones por aquello de saberse esos  toques tradicionales que, en mi humilde opinión, no deberían perderse jamás.  Seguro que no permitiréis que eso suceda y al mismo tiempo que innováis y creáis  esos maravillosos toques nuevos, seguid enseñando y ensayando, también, aquellos tradicionales que todos conocemos y que tan “fáciles” son de seguir para aquellos que quieran acompañarnos en estos días.  Todos, sin duda, tenemos cabida.  No olvidéis que aquí, en Andorra, sí, la de Teruel, siempre hemos acogido a todos aquellos tamborileros que no han podido tocar en otros sitios.  Y siempre nos ha ido bien. O, al menos, a mí siempre me lo ha parecido.

Por motivos de trabajo, éste es un acto que nunca he presenciado, por lo que me dispongo a disfrutar de vuestros toques, desde aquellos que brotan de los nervios propios de la primera vez, hasta los que son interpretados desde la madurez y la serenidad de los más veteranos.

Como decía ayer en el pregón, os invito a que viváis conmigo esta Semana Santa del 2017.

  Sin más, haced sonar  ya vuestros tambores y bombos.




Pregón de la Semana Santa 2017


 Buenas tardes.

 Alcaldesa, miembros de la corporación municipal, presidente y miembros de la Junta Local de la Semana Santa, representantes de todas nuestras Cofradías, Párroco, familiares venidos de tantos sitios, amigos que habéis querido acompañarme en este día tan especial para mí, asistentes, andorranos todos.

  Pedirles, antes de nada, disculpas por el tono de mi voz.  Unos caprichosos problemas en mis cuerdas vocales me hacen tener esta voz aguardentosa y ronca, que espero, y deseo, no sea impedimento para que puedan escuchar lo que me gustaría transmitirles.

  “De bien nacido es ser agradecido”, y como tal, quisiera dar las gracias, en primer lugar,  a Fina Carmen y a Boni, pertenecientes a la Cofradía “Oración en el Huerto”, Organizadora del Solemne Acto del Pregón, por la presentación que de mí han realizado y, en segundo lugar, agradecer públicamente, una vez más, a la Directiva de la Cofradía del Cristo de los Tambores mi designación como pregonero para este inolvidable año 2017, así como a la Junta Local de Semana Santa por su posterior ratificación.

 Pese a llevar meses tratando de buscar un calificativo que pudiera expresar lo que sentí en el momento de recibir la llamada de Fernando Galve, pese a lo variado de nuestro idioma y a sus casi infinitos vocablos, puedo asegurarles que no hay ni uno solo de ellos que pueda describir, en su justa medida, cuál fue esa sensación que no ha dejado de  acompañarme desde entonces. Por un lado, me sentí inmensamente FELIZ por ver cumplido uno de mis mejores sueños; enormemente AFORTUNADO por poder vivir lo que estoy viviendo desde ese mismo instante; extraordinariamente AGRADECIDO por todas las incontables muestras de cariño que hemos recibido, tanto mi familia como yo; considerablemente ILUSIONADO por la enorme satisfacción personal que me supuso mi designación; desmesuradamente ENCANTADO por poder transmitirles mis sentimientos más profundos; tremendamente ORGULLOSO de formar parte de este maravilloso grupo de personas que me han precedido; pero también, y ruego que me permitan la expresión, espantosamente “ACOJONADO”, que es como mejor puede expresarse el miedo escénico que tenía a subirme aquí, hoy y ahora, a este Altar Mayor de nuestra Iglesia Parroquial, entre otras cosas, porque no sabía, ni sé todavía, si podría, o puedo, estar a la altura de lo que se espera de alguien que esté en el lugar que hoy yo ocupo.


  - Primero hablará el Presidente de la Junta Local  – me comentaba Fernando - y tras la presentación que te hará alguien de la Cofradía a la que le toque organizar el acto, sólo tienes que subir al altar y expresar, delante de todo el mundo, lo que significa para tí nuestra Semana Santa. 

  Sólo dice, casi nada.

  - Sin importarte – continuaba - que la Iglesia esté “de bote en bote” porque es, sin duda, el acto más multitudinario de cuantos se organizan en el pueblo, - como hoy bien he podido constatar - donde confluyen casi  todas las autoridades locales, la Junta Local de la Semana Santa, representantes de todas las Cofradías, los Penitentes al completo, el Grupo de Tambores que representará al pueblo en las Jornadas de Exaltación, ……..  

  De mal en peor. A esa altura de la conversación, a mí,  me temblaban ya hasta las canillas.  

  - Además - seguía con su discurso bien aprendido e imagino que repetido año tras año - yo sé seguro que tú lo harás genial.  Incluso este año, que se conmemora el centenario de la Banda Municipal, también ellos participarán en el acto.  

  Hasta la Banda Municipal, pensaba yo.  Éramos pocos y parió la abuela.

  Cogiendo fuerzas de donde ya no tenía, le espeté que si seguía dándome esos ánimos le decía directamente que NO, que se buscara otro.  Y se calló, aunque pueda parecerles raro, se calló, porque cuerda tiene para rato el mozo, se lo aseguro. Obvio, y evidente, es que le dije que SÍ y aquí me encuentro yo tratando de trasmitirles a todos Vds., cómo es mi personal forma de entender nuestra peculiar e inigualable, al menos para mí, Semana Santa.

  Me llamo Albino García Abellán, aunque aquí en Andorra, sí, la de Teruel, yo siempre seré “el Albinico”, pese a los muchos años que ya tengo. Quisiera reivindicar esa forma nuestra tan peculiar para referirnos a las personas, usando los artículos determinados “el ó la” delante del nombre propio. Soy nieto del Vicente Abellán y de la Agustina Benaque, “La Parras”, hijo del Albino y de la Manolica.  Si todavía alguien no me ha reconocido, puedo añadirles que el marido de mi hermana Pilar, es el Arturo Conde, el del Conde Carrión y que dos de los hermanos de mi Padre eran mi tío Angel, el del Cine Tívoli y mi tío Matías.

 Pertenecer a una familia tan arraigada en las tradiciones del pueblo como la de los Abellanes, me ha impulsado, sin duda, a participar activamente en la Semana Santa desde antes de tener, incluso, uso de razón. Mi infancia y mi adolescencia me traen multitud de recuerdos asociados siempre a mi Paso, Jesus Atado a la Columna y a mi bombo, ese inseparable compañero.

  Aquellos  feos “azoteros” que se guardaban, cuando le tocaba a mis padres hacerse cargo del Santo, puesto que lo compartimos con  los Mansicos, los Barrenas, los Rodilla y los Ciríacos, en la falsa de nuestra casa, a la que mi hermana, lógicamente, nunca quería subir sola, ni de día ni de noche.  Encontrar a esos dos verdugos, un soldado romano y un sayón, en posición de flagelar a quien osase asomarse a aquel “pitañar”, no era, puedo asegurárselo, un plato de buen gusto.

  Aquel bellísimo Cristo que acompañaba a la Sagrarico, la hermana soltera de mi Tía Pascuala, las de la “Lejía La Escoscada”, en su alcoba durante todo el año.  El mismo Cristo cuya fotografía, hecha cuadro, presidía la habitación de mi abuela Agustina o el mismo Cristo que está esculpido en la lápida que custodia los restos mortales de mis abuelos maternos y de mis propios padres, en el Cementerio de nuestra localidad.

  Aquellas flores que mis Tíos de Barcelona, el Magín y la Pilarín, traían con su seat 850, nada menos que desde la ciudad condal, cuando aquí no había aún floristerías, la tarde del miércoles santo, con el tiempo justo para descargar aquellos ramos de hermosos gladiolos, aquellos enormes claveles blancos y  aquellas exultantes rosas rojas, milagrosamente mantenidos todos ellos con cubos de agua y esponjas sumergidas, que las manos de mi madre colocaba, con ese don natural que tenía, en los jarrones del Paso, siempre ayudada por mi otra tía Pilarín, la mujer de mi tío Macario, bien en la cochera del tío Próspero o, posteriormente, en la cochera que el Emilio, “el Mansico”, tenía en el barrio de La Sindical. ¡Qué día tan señalado!. Engalanar nuestro Paso y saborear aquellas exquisitas pastas que siempre hacían las delicias de todos los que iban a echar una mano.  Y qué orgullo cuando al procesionar, ya con la cara tapada con el capirote, escuchabas como las personas que observaban las procesiones se susurraban entre ellas << “qué cara tan hermosa tiene el Cristo”>> o <<”qué flores más bonitas lleva siempre este Paso”>> o incluso <<”qué cantidad de gente sale siempre en este Santo”>>.  Y tú sin poderles contestar, porque lo primero que habías aprendido era a guardar un respetuoso silencio cuando desfilabas.

  Aquel hueco de las escaleras de casa de mis padres repleto de túnicas blancas y capas rojas  del Santo, recién planchadas.

  Aquellas mañanas del Jueves Santo, en mi corral en la calle Agustina de Aragón, donde tensábamos cuantos bombos aparecían, y vaya si aparecían.  Mi “cuñao” Arturo, demostrando siempre mucha más fuerza que yo, cubiertas sus manos con guantes para tratar, ingenuamente, de no dañárselas por aquello de sus problemas de piel, siempre apretando más de la cuenta y descuadrando algún que otro marco.  Recuerdo, incluso, que momentos antes de Romper la Hora, después de cenar y con los nervios propios de la proximidad de la Rompida, en el patio de la casa de mis padres, hemos tensado el Bombo de la Encarna, o el de la Maria José Roqueta o el del Jean Louis Ragot, mi amigo y vecino “franchute”, recién llegado junto a toda su familia desde su Perpiñán natal.

 Aquellos copetes infantiles con los que desfilábamos, a cara descubierta, mi hermano Javier y yo, con el Paso.

  Aquel recorrido, toda la familia junta, momentos antes de la Procesión del Jueves Santo, desde nuestra casa hasta la plaza de la Iglesia, donde te reencontrabas, año tras año, con el resto de Abellanes, mientras observabas cómo las personas que estaban esperando para ver la procesión, te miraban deseando estar en tu lugar.

  Aquellos momentos previos en los que entrabas en la Iglesia y veías cómo tus mayores, mi padre, mi tío Magín, mi tío Macario, mi tío Miguel o el entonces jovencísimo Felipe y los demás mayores de las otras familias que comparten mi Paso, se preparaban para empujar la peana.  Y soñabas << “algún día podré empujarla yo”>>.

  Aquel preciso instante en el que aparecía el Paso por la puerta de la Iglesia y mi madre nos colocaba el capirote y nos ataba la veta alrededor del cuello para que no se nos moviera y pudiéramos ver bien, teniendo siempre que meter las orejicas dentro del gorrete para que éste no nos hiciera daño.

  Aquellas bellas Samaritanas delante del Santo, capitaneadas, cómo no, por mi prima Cuca. 

  Aquellos primeros pasos colocados ya en la fila y con la vista puesta en el de delante para guardar la distancia establecida entre cofrades.

  Aquel anonimato que te permitía ver sin ser visto, escuchar sin ser escuchado, percibir sin ser detectado.

  Aquella obligatoria parada, casi eterna, para que el Nazareno se incorporara a la procesión y que ni siquiera pudieron controlar los famosos “walkitalkis” del “Marquitos” (Marcos Vaqué), del “Botellas” (José Galve) y del “Pampán” (Francisco Ginés).

  Aquella curva, justo frente al bar “Rosa Mari” y la ventana del Banco Central, entrando en la Carretera, hoy Avenida San Jorge, donde tu corazón se aceleraba porque allí se concentraba el máximo número de espectadores.  Ese era el momento, sin duda, donde el protagonismo se hacía más palpable y donde la sensación de silencio, de recogimiento y de respeto se hacía más presente. 

  Aquella llegada a la plaza de la Iglesia, resoplando después del último repecho de la calle Aragón, cuando la mirada estaba fija ya en los balcones de casa del tío Angel y de la tía Sagrario, los del Estanco, echándonos a un lado y permitiendo que el Paso se introdujera por la estrecha puerta de la Iglesia gracias, sobre todo, a la habilidad de quien conducía la peana.

  Aquel paso de participante a espectador, capirote en mano, para contemplar las demás Cofradías, sin otro ánimo que el de mostrar el debido respeto a cuantos hacíamos posible aquella manifestación cultural que día a día iba tomando la importancia que hoy tiene.

  Aquel descenso vertiginoso desde la plaza de la Iglesia hasta casa, arremangadas la capa y la túnica.

  Aquella cena en la que siempre el tema de conversación era el mismo: La procesión y su organización.  Todos los años, las mismas quejas, los mismos lamentos, los mismos deseos de mejora y, ante la misma interrogante de por qué era incomprensible que estuviéramos tanto tiempo parados, mi padre, año tras año, haciendo gala de su apellido Cañada, como quién no quiere decir lo que dice, sentenciaba, acompañado de esa mirada perdida tan suya, aquello de que << “todos los Pasos que van delante del Nazareno tienen que mirar “patrás”, mientras que los que van detrás de él, lógicamente, tienen que tenerlo como referencia y mirar siempre “palante”>>. Y a mí, que me venía justo saber lo que era atrás y delante, no entendía, ya que si la solución era tan fácil, porqué nadie le hacía caso a mi padre. ¡Que alguien le diera a él, también, un “walki”, por Dios!.  Años después descubrí que las “florituras” que los Penitentes hacen  al incorporarse el Nazareno, provocaban esa parada en el devenir de la procesión y por eso, siempre trató de explicarnos que la referencia era dicho Paso y no el nuestro, como siempre yo había pensado, llevado, bien es cierto, más por el corazón que por el sentido común.

  Aquella premura en terminar la cena y ponerme la túnica blanca del Santo, con la que tantos años Rompí la Hora, ya que los que pertenecíamos a las Cofradías del pueblo, tocábamos el tambor con las túnicas del Santo. Y aquella eterna discusión con mi primo Vicente para que se viniera con nosotros, mientras iba yo escaleras abajo porque en la puerta ya me esperaban el Pepe Abella, el Pomposo, el Elías y el Carlos Arnedo. Subiendo hacia la plaza de la Iglesia recogíamos al Efrén en su casa, por encima de los Calzados Monserrat, al Aurelio Ara, en la barbacana, y en las Cuatro Esquinas nos juntábamos con el Agustín Félez, el Miguel y el Pepe Gómez.  Ya estábamos toda la “cuadrillica” en danza.

  Aquella concentración en la plaza de la Iglesia, poco antes de las doce de la noche, con aquel tambor, por no llamarlo lata, en ristre, con mis amigos para sumarnos a los adultos que año tras año trataban de arraigar esta tradición que hoy nadie discute y a los que mirábamos con devoción y con sana envidia por cómo se defendían con los palillos.  Permitidme que tenga una referencia muy especial a la cuadrilla de los Sauras, a la de los Artigas y a la de los Giles, con mi admiración personal al Alejo Catalán, padre de mi gran amiga Aureli, al que siempre tuve como referente en estos menesteres del tambor.

  Aquella Rompida de la Hora.  Aquella sensación de ser capaz de comprender que el ruido puede y debe, llegar a ser armonía y que, en el interior de cada uno de nosotros, los andorranos, el silencio no es más que el intervalo de tiempo que transcurre entre el Final de Redobles y la Rompida del año siguiente. 

  Aquellas rondas por las casas para saborear los dulces caseros y, años después, para catar aquellas copicas de buen moscatel.  Nuestras madres nos preparaban aquel ágape con todo el cariño, reiterándonos mil veces que no bebiéramos mucho, que no nos portáramos mal y que no aguantáramos toda la noche sin dormir. Y como bien dice el dicho, basta que a un maño se nos diga que no hagamos algo, para hacerlo con más intensidad. Así que esos días fueron, también, los primeros en los que vimos amanecer sin haber dormido absolutamente nada.

  Aquellas subidas a San Macario, a las cinco de la mañana, con más sueño que vergüenza, deseando bajar cuanto antes, porque la rasca que hacía arriba era considerable, pensando en refugiarnos en mi casa, donde mi abuela Agustina nos sacaba aquellos ”trocicos” de conserva, aquel buen lomo y aquella exquisita longaniza, de los que dábamos buena cuenta todos, sin importarnos lo más mínimo que no se pudiera comer carne en tan señalada fecha.  Años después, cuando se unieron las chicas y demás amigos al selecto grupo de “parranderos”, cuando la subida a San Macario  se hacía ya a las dos de la mañana, cuando la Rompida se hacía en la Plaza del Regallo porque se temía algún desprendimiento de la torre de la Iglesia, la parada obligatoria después de bajar de San Macario, fue la bodega que el padre de mi querida amiga Mariví Espada tenía en su casa y donde dábamos cuenta de cuantos caldos nos dejaba catar.

  Aquellas idas y venidas por la Carretera, tocando con más ilusión que destreza y, cuando tuvimos edad para “alternar”, parando en cada uno de los bares para reponer sobre todo líquido, por lo que alguna que otra vez veíamos más palillos que manos o nos faltaba bombo donde golpear la maza, pese a que cuando mis padres decidieron comprarme uno, allá por el año 1981, yo lo elegí del tamaño más grande que vendían, de ochenta, ¡faltaría más!.  Y bastantes años después, un poco más cabal que entonces y con bastantes menos bríos, me asusta lo grande que es y siempre que mi prima Cuca no saca el suyo, más pequeño que el mío, se lo usurpo sin pudor alguno.

  Aquella procesión del Viernes Santo por la tarde, con mi bombo, cuando ya el número de participantes obligó a ampliar el recorrido, pasando por la puerta de mi casa, en mi querida calle La Fuente y donde tenía que ingeniármelas para poder saludar, con la vista, a todos mis vecinos, a los que siempre he llamado tíos aunque nunca fueron de mi familia.  La tía Paca “la Volanta” y el tío José, el tío Mariano “el Rey” y la tía Josefa, la tía Juana “la Rubia” y el tío “Rafel”, la tía Rogelia y el tío Daniel, la Rosica, la tía Pascuala y el tío Prospero, la tía Concha y el tío José “el Pelotón”, la tía María “la Tejera” y el tío José.  ¿Pero cuanta “familia” podía llegar a tener en mi calle?.  Todavía sonrío al recordar aquella cantinela de <<”Albino Vicente, calle La Fuente, número veinte”>>, que tantos años me persiguió como burla infantil.

  Aquella procesión del Viernes Santo por la noche, con mi Paso, en la que siempre me impresionó sobremanera el Santo Entierro y la Guardia Civil con su uniforme de Gala.

  Aquel embrión de lo que hoy es el espectacular Final de Redobles, cuando, negándonos a despedir la Semana Santa, tocábamos y tocábamos sin parar en la plaza de la Iglesia, hasta que el Villanueva, casi subido al mítico buzón de correos que allí había, a toque de corneta, nos indicaba que teníamos que dejar de tocar.  Y el silencio se apoderaba de todo y de todos. Un enorme vacío nos envolvía, naciendo, al mismo tiempo, la ilusión, el deseo y la certeza que al año que tendría que venir, volveríamos a vivir aquello que sólo los que somos de esta tierra podemos darle el justo sentido que para nosotros merece.

  Y como cada año, aquellos recuerdos, aquellas sensaciones, aquellos sentimientos, volverán a reproducirse como si nunca se hubieran producido. Otro año más.  De nuevo, con mi Cofradía, “El Melero”, donde este año recordaremos, desgraciadamente, a mi añorado padre y a la dulce Silvia, cuya maravillosa sonrisa no olvidaremos jamás. De nuevo, con mi bombo junto a la “Cuadrilla del Olmo”, mis amigos de siempre.  Como muy bien escribía mi querido José Angel Aznar en su “Eco del Estruendo”:

  “Sus sonidos, sus redobles, aunque parezcan frescos y recientes, vienen a ser la voz de aquellos que les precedieron, fundiéndose en el eco de hoy y de mañana para seguir con esta tradición que mantiene vivo el ritmo y la magia del tambor”.

  Cada andorrano vive la Semana Santa como la siente. Todos tienen cabida en esta increíble “comunión” de sentimientos. Creyentes y no creyentes. Unos la viven desde el indiscutible fervor religioso.  Otros desde la fiesta más pagana.  Algunos, incluso, nos permitimos la osadía de transmitir lo que significa la semana santa para aquellas personas que desde la aconfesionalidad la vivimos tan activamente.  Cuántos años me ha costado hasta que mis amigos de Mérida han comprendido que esta semana santa nuestra, la de aquí, no tiene ni la misma significación, ni la misma interpretación, ni la misma idiosincrasia que la de allí.  ¡Bendita Contradicción!.  Y esta fusión entre polos tan diametralmente opuestos el resto del año, ha sido, sin duda, el estigma que le ha permitido crecer hasta ser declarada hoy de Interés Turístico Internacional.

  Muchas son las personas que he nombrado en este texto escrito desde lo más profundo de mi corazón. Y muchas otras se han quedado fuera y seguro que tendrían que haber tenido su particular hueco, por lo que quiero pedirles disculpas por no haberlas mencionado.

  Aquí subido, quizás, sea el momento en que más cerca he estado de cumplir uno de los deseos más disparatados de mi madre, que siempre quiso que fuera yo arzobispo de Zaragoza, como no dejaba de recordármelo siempre mi padre.  Evidentemente, nunca lo pudo ver realizado y no voy a engañarles diciéndoles que me hubiera gustado complacerla.  Nada más lejos de la realidad.  Pero ellos, hoy, hubieran disfrutado enormemente. Sin duda.  Si mi madre hubiera podido estar físicamente aquí conmigo, con su Albinico, Vds. no habrían podido acceder a la Iglesia, puesto que, de lo “güeca” que hubiera estado, no hubiera cabido nadie más.  La última vez que yo entré en esta Iglesia fue portando el féretro de mi padre el pasado mes de Junio.  Quisieron ambos que sus entierros se realizaran aquí, en esta misma Iglesia desde cuyo altar mayor les estoy yo hablando, sabiendo que, dondequiera que ellos hoy hayan estado, habrán escuchado cada una de mis palabras de este largo pregón que ya termino.  No quiero despedirme de todos Vds. sin decirles que sé que ellos han estado hoy aquí, conmigo, al menos así yo lo he sentido y sé que, también, muchos de vosotros.  No quiero despedirme de ellos sin decirle a mi padre que esté tranquilo, que sí, que ya hemos encargado las roscas de Pascuica para todos sus nietos, como él se encargaba de hacer todos los años por estas fechas.

  A ellos, mis padres, sin duda, mi dedicatoria más especial.  A mis hijos. A mis hermanos y sus respectivas parejas.  A mis sobrinos. A mi azafata rusa. A mis dos familias, Abellanes y Cañadas.  A todos mis amigos, los de aquí y los de allí. A todos mis conocidos.  A todos mis paisanos.  A todos Vds.

  VIVAN conmigo, por favor, esta  Semana Santa nuestra del 2017.




miércoles, 8 de febrero de 2017

Presentación como Pregonero de la Semana Santa de Andorra 2017

   Quiso mi madre que naciera yo en Zaragoza, el primer día de Marzo del año 1965, aunque yo siempre me he considerado de mi pueblo, Andorra, sí, la de Teruel. Un entrañable ambiente familiar, formado por mis padres, Albino y Manuela, mi abuela materna, Agustina, que siempre vivió con nosotros y mis dos hermanos, Pilar y Javier, me permitió vivir una infancia tremendamente feliz junto a los que hoy siguen siendo mis amigos, los de siempre, estudiando, en primer lugar, parvulitos, de la mano de mi idolatrada Rosibel, en la Escuela que hubo en la Plaza de las Eras y luego, en el Colegio “Ibañez Trujillo”, en lo que es hoy la Residencia de Ancianos Municipal, con Dª Pilar, D. Manuel Lou,..., hasta que en Quinto de EGB me conceden una beca para estudiar Sexto, Séptimo y Octavo en la Universidad Laboral de Cheste (Valencia) y a la que acudo con tan solo 11 años con más miedo que vergüenza, como siempre me decía mi madre. De ahí a la Laboral de Huesca donde curso los tres cursos de Bachillerato y en COU a Andorra, otra vez, porque al tener Instituto en el pueblo, automáticamente, no se me renueva la Beca.  Tras ese fugaz paso por mi Andorra, varios años de rebelde adolescencia por Zaragoza y, gracias a la perseverancia de mis padres, a los que nunca les pude agradecer, suficientemente, cuanto hicieron en ese momento, ni en toda mi vida, por mí, encarrilé mi futuro académico en la Escuela Universitaria Politécnica de Mérida (Badajoz), donde obtuve la Ingeniería Técnica Informática que hoy me da de comer. En el año 1991, tras el año de periodo militar obligatorio en el Cuartel Zaragozano de San Gregorio, empecé a trabajar en el Servicio de Informática del Hospital de Mérida, donde sigo teniendo, en la actualidad,  mi puesto de trabajo.
    Soy padre de tres hijos; Albino, VI en la saga de los Albinos, de 21 años; Pablo, 17 años los que haga en Julio; Lucas, el pequeño, nacido de mi segundo matrimonio, ya camino de los 6 años. Los cuatro formamos una atípica familia numerosa.
   
Mis recuerdos “semanasanteros” siempre van de la mano de dos imágenes: mi Paso y mi Bombo. Inseparables ambas. Indivisibles.
   Como Abellán que soy, apellido que heredo de mi abuelo Vicente, pertenezco a la "Cofradía de Jesús atado a la columna" desde mi más tierna infancia. Casi antes que supiera andar, en brazos de mi padre, como yo he hecho después con mis hijos, ya había procesionado junto al Paso que mi familia comparte con los Mansicos, los Barrena, los Rodilla y los Ciriacos.  Y así seguiré haciendo hasta que mis fuerzas me lo permitan. Contradicción absoluta con mis firmes convicciones religiosas, ya me llevaron a manifestarlo públicamente en aquel Extra del Cierzo de 2010 al que titulaba yo ""¡¡ Bendita Contradicción !!", que bien pudiera servirme de epitafio o como resumen de toda una vida.
     El viejo tambor ya jubilado en la falsa y mi Bombo, mi inseparable Bombo desde 1981, cuya piel, la misma después de treinta y tantos años, “mimo” cada Jueves Santo por la mañana, tensándola con la fuerza justa para que emita esos acordes que, los que no son de aquí, denominan ruido ensordecedor, estruendo o incluso estrépito.  Solo los que hemos nacido en esta tierra, como decía mi buen amigo José Angel Aznar, "podemos comprender su total significado. Es, sin duda, el ruido hecho cadencia".
    Con pasión, devoción y casi con vehemencia, he tratado de divulgar la Semana Santa Andorrana, allí donde me he encontrado.  Extremeño de adopción, hice mío el término "ExtreMaño" del reconocido Profesor Usón,  tratando de fusionar mi adoración por ambos territorios. No ha sido nada fácil arrimar Andorra a Mérida. Quiero expresar, desde estas líneas, mi más sincero agradecimiento a  los que trabajan, bien desde las Instituciones,  bien desde los Colegios, bien desde sus propias casas, por mantener viva la llama de nuestras tradiciones.
    Con orgullo, sin arrogancias ni pedanterías, me siento afortunado de poder representar, este año, el sentir de miles de andorranos, de nacimiento o adopción, que conjugan, sin absurdos prejuicios, la tradición más religiosa con la manifestación popular más estrepitosa y fiestera. Y fruto de esa “Comunión” entre dos polos tan diametralmente opuestos el resto del año, resurge, cada año, la magia de una Semana Santa sin igual, declarada hoy de Interés Turístico Internacional que no puede, ni debe, perder ni su idiosincrasia, ni las raíces que la vieron nacer hace ya tantos años.