-Ya te he dicho que me va a serrr imposible irrr a tu pueblo
en esas fechas.-la escuché decirme a través del auricular de mi teléfono móvil, pronunciando
las erres con ese acento que tanto me gustaba.
-Y por más veces que me lo digas, más te vuelvo a decir que me encantaría que vinieras conmigo.-respondí.
-¡Qué toooonto errres! – exclamó utilizando la expresión que
tantas veces nos dedicábamos.- En esas fechas, yo estarrré lejísimos. El sábado 8
de Abrrril, aterrrrrizo a media mañana en el aerrropuerrrto interrrnacional
Kingsforrrd Smith de Sidney, prrrocedente de Dubai. Es imposible. Anda, cuéntame en qué consiste lo del nombrrramiento
ese de prrregonerrro, que tanta ilusión te hace.
-Pero si ya te lo he explicado cien veces.
-Es que sigo sin comprrrenderrrr cómo han podido pensarrr en
ti.-replicó.-Si te salen grrranos cada vez que te acerrrcas a una Iglesia y
ahorrra te vas a subirrr al Altarrr Mayorrr.
Tendrrrán que inyectarrrte un arrrbisón.-cada vez me resultaba más simpático
ese acento suyo. (A partir de aquí, transcribo con normalidad sus palabras).
-Urbasón. Se dice
urbasón. No das ni una con el nombre de
los medicamentos.
-Nunca me he quedado con los nombres de los medicamentos. Y
lo sabes –me dijo volviendo a sonreir.
-El nombramiento de pregonero no tiene nada que ver con la
Iglesia. Es la Cofradía del Cristo de
los Tambores y Bombos quién me ha elegido.
-¿Y esa Cofradía no pertenece a la Iglesia?.
-En mi pueblo ninguna Cofradía pertenece a la Iglesia. La gran mayoría vienen de una lejana
tradición familiar, de padres a hijos.
Las dos últimas que se han incorporado a la Junta Local de la Semana
Santa la componen personas que se juntaron para sufragar los gastos que supuso
su adquisición. Gente que quería vivir
la Semana Santa desde dentro y cuyas familias no tenían un Santo al que
procesionar.
-Me estoy perdiendo –apuntó.
-La Junta Local de la Semana Santa la engloban todas las
Cofradías del pueblo, incluida la del Cristo de los Tambores y Bombos, que es
quien aglutina a todos los que tocamos el tambor y el bombo. Ellos han sido quienes me han propuesto como
pregonero. El acto se celebra en la
Iglesia Parroquial y por eso debo leer el pregón desde el Altar Mayor.
-¿Y qué es lo que tienes que leerles?.
-Tengo que leerles lo que yo escriba para la ocasión. – me
di cuenta que explicarle a mi azafata rusa todo aquel embrollo sería, sin duda,
más complicado de lo que yo había supuesto.– Tengo que ser capaz de plasmar mis
sentimientos, relatar mis vivencias, describir mis sensaciones, redactar mis
inquietudes.
-¿Y tú crees que eso puede llegar a interesarle a alguien?.-
me cortó bruscamente.
-Quiero pensar que sí, desde luego.- le contesté con toda la
suavidad que pude -Imagino que todo aquel que suba ese día hasta la Iglesia
será porque querrá saber que representa para mí nuestra peculiar y entrañable
Semana Santa.
-O porque son familia tuya, amigos, conocidos.
-Imagino que a ellos también les gustará escucharme. – le
repliqué con convicción.-Pero también habrá mucha gente que no me conozca de
nada. Según me han dicho es uno de los
actos que más gente atrae en el pueblo.
Cada año que pasa se va haciendo mucho más popular. La Iglesia estará de “bote en bote”.
-¿De bote en bote?.-me preguntó incapaz de entenderme.
-Que la Iglesia estará llena de gente.-le contesté al
comprobar que con muchas de mis expresiones mi azafata rusa se hacía un buen
lío.- La gente se va un buen rato antes para coger sitio.
-¡Qué importante es mi “maridito”!.- enfatizó mucho la
palabreja.
-La verdad es que me siento un privilegiado. Siempre he querido ser pregonero de la Semana
Santa. Y me hubiera encantado que se hubiera producido hace unos años, cuando
todavía vivían mis padres. A ellos le
hubiera encantado vivir estos momentos que nosotros vamos a vivir.
-No llegué a conocerlos, desgraciadamente, pero por lo que
me cuentas de ellos, seguro que estarían muy orgullosos de ti. Yo también lo estoy, desde luego – añadió.-El
problema que yo tengo es que no llego a entender bien qué es lo que tienes que
hacer y qué se espera de ti. Seguro que
también influye que soy una “soviet”, como tú siempre me llamas.-volví a
escuchar su risilla a través del auricular.
-El pregón es el primer acto del programa oficial. A partir de ese momento queda abierta la
Semana Santa y se suceden los diferentes actos que la conforman. El pregonero tiene que describir lo que él
siente cuando se habla de la Semana Santa.
Es como si tú me pides que te describa lo que siento cuando salgo en las
procesiones con mi Paso, o cuando salgo a tocar el bombo con mis amigos.
-¿Y qué sientes?.
Somos muchos los que no entendemos cómo te puedes transformar de esa
forma. Ninguno de tus tres hijos han
sido bautizados. Tú siempre te defines
como no creyente.
-Eso es lo que quiero decirles a mis paisanos. Hacerles partícipes de mi “¡Bendita
Contradicción!”. Explicarles que desde
mi aconfesionalidad se puede llegar a sentir la “devoción” que yo siento por la Semana Santa de mi querida Andorra, sí, la de
Teruel.
-No te va a entender nadie.-replicó.
-Seguro que sí. Ya lo
verás.-le contesté convencido absolutamente de mis palabras.
Y
aquí me encuentro yo, sentado en el
primer banco de la fila de la derecha, mirando hacia el Altar, entre la alcaldesa
y el presidente de la Junta Local, ensimismado en mis cosas, mientras el Boni lee lo que yo había escrito meses
antes, justo en el momento de hacerse público mi nombramiento como pregonero
para este inolvidable 2017 y que está sirviendo como preámbulo de mi
intervención. Cuanto hubiera dado porque mi azafata rusa estuviera sentada
junto a mi familia, en el segundo banco de la fila de la izquierda, justo
detrás de los miembros de la corporación municipal, pero ciertamente no había
justificación alguna para su presencia. Nadie la conoce, ni nadie la espera, ni
nadie, evidentemente, la echa de menos, salvo yo, claro está. Están todos los que han querido, o han podido,
acompañarme. Sin reproches. Agradecido por cuanto han hecho para estar aquí.
Encantado. Una nueva mirada hacia dónde están ellos, mi familia, para comprobar,
una vez más, que no estaba ella entre ellos.
Lástima.
-“… tras el año de periodo
militar obligatorio…”- seguía leyendo el Boni. Todavía quedaban unos cuantos
párrafos.
En
unos pocos minutos, tendré que subir al Altar, al pulpito, con mi iPad. Tendría que haber elegido los folios de toda
la vida. Mejor en el iPad, puedo hacer
la letra tan grande como quiera. ¿Y si
me quedo sin batería?. Imposible, está
cargada a tope. De todas formas, mi
hermana en el bolso lleva una copia en papel.
Me vuelvo y la observo. Con la
mirada le pregunto y me enseña el manojo de folios que sostiene entre sus manos. Mejor con el iPad. Le sonrío.
Estoy nervioso. Me sonríe
tratando de transmitirme una tranquilidad que ni ella siente. ¿Cuánta gente hay en la Iglesia?. ¿Les gustará mi pregón?. ¿No será demasiado extenso?. Veintiocho minutos en las pruebas que he
hecho en casa. No puedo leerlo más
rápido. Tengo que controlar los
nervios. ¿Cómo se controlan los nervios
en una situación así?.
-“Con orgullo, sin arrogancias ni
pedanterías…” – escuchaba de fondo las palabras que yo me sabía de
memoria. Último párrafo.
Llegó la
hora. Ya no puedo echarme atrás. <<”Respira hondo”>>, me habían
aconsejado. Toco la pantalla para
desbloquearla. Todo preparado.
-Cuando quieras Albino – me pasa
el testigo el Boni.
Me
incorporo. ¿Me giro para comprobar
cuánta gente hay?. Ni se te ocurra. Paso firme hacia el Altar. Cuidado al subir los escalones. Coloco el iPad en el atril y la botella de
agua en un hueco que hay en el pulpito, a la altura de las rodillas. Levanto la vista por primera vez. Lleno a reventar. Respiro hondo. Me agacho y cojo la botella de agua. Bebo un pequeño sorbo. La dejo de nuevo en su sitio. Hago un barrido con la vista. Hasta en el coro hay gente. “De bote en bote”. Sonrío.
<<”Mira al fondo, sin fijarte en nadie, coge una referencia y cada
vez que levantes la cabeza, mira a ese punto”>>, me aconsejaba mi buen
amigo Marcelino, acostumbrado a estos menesteres de hablar en público y al que tanto
envidiaba en estos momentos. ¿Dónde fijo
la vista?. En la balaustrada del coro. Decidido. <<”Yo te deslumbraré con el foco de la
televisión local, así ya no verás a nadie”>>, me comentaba el Pepe
Abella, sabedor que él ocuparía un lugar privilegiado en la Iglesia. A mi derecha.
El “jodio” foco y la cámara de televisión. Sigo distinguiendo las caras de las primeras
filas. <<”No mires a nadie”>>. Mi primo, mi cuñado, mi hijo, mi hermano, mi
cuñada, mis primas, mis tías. Debo
colocarme el micrófono a la altura idónea.
¿Cuál es la altura idónea?. Mejor
no toques nada. ¿Debo empezar ya?. ¡A por todas!. ¿Dónde estará en estos momentos mi azafata
rusa?. ¿Habrá llegado a comprender todo
lo que ésto significa para mí?.
<<”A mí me viene muy bien tener un bolígrafo en la mano mientras
hablo en público”>>, es otro de los sabios consejos que me había dado
Marcelino. Y yo que había cogido uno de
casa de mi padre, lo tengo olvidado en el bolsillo derecho de la chaqueta del
traje que hoy luzco. El único que tengo,
bien es cierto. Ya no hay tiempo para
sacarlo. Carraspeo para suavizar mi voz
aguardentosa. Allá voy.
-Buenas tardes – comienzo.
Levanto la
vista. La balaustrada del coro. Mi hermana al frente. Lucio, el cura,
Fernando, Pedro y Sofía, de izquierda a derecha, en el primer banco a mi
izquierda. Respiro hondo.
-Alcaldesa, – prosigo volviendo
mi mirada al texto – miembros de la corporación municipal, presidente y
miembros de la Junta Local…- me lo sé casi de memoria.
Párrafo
a párrafo, sin descanso, voy leyendo el pregón que he preparado durante tanto tiempo. De vez en cuando levanto la vista del
iPad. Ya casi me he olvidado de los
consejos de unos y de otros. Miro directamente
a los ojos del director de la banda municipal.
Busco entre el público a personas conocidas que me dan la confianza
necesaria para ir rebajando los nervios que aún siento. Observo como mi hermana pasa los folios a
medida que yo voy pasando pantallas. Es
lo que en el argot taurino se denomina “estar al quite”. Lo que hubiera cambiado mi vida si yo hubiera
tenido el valor suficiente para ser torero.
Voy notando como me estoy quedando sin voz. Malditos papilomas. Tendré que hacer una pausa y beber un poco de
agua. Tengo calor. ¿Hace calor?.
Estoy sudando. Lo noto en la
parte superior de mis labios. En el
bigote. Levanto la vista. Mi azafata rusa. ¿Mi azafata rusa?. ¿Qué hace aquí mi azafata rusa?. Del susto que me he pegado, he desplazado el
texto a su inicio. ¡La cagué!. Trato de buscar rápidamente por dónde iba
leyendo. Silencio absoluto. Desconcierto.
Pantalla tras pantalla. Ya había
leído casi doce páginas. Mi hermana me mira por si tiene que acercarme los
folios. Los primeros aplausos nos
tranquilizan a los dos. Me he quedado en
blanco. ¿Era mi azafata rusa?. Sin que “callen” los aplausos, encuentro el párrafo por donde iba. Listo.
-Aprovecho y bebo agua. – comento
con toda la naturalidad que puedo, acercándome al micrófono y recibiendo las
risas del público. –Me estoy quedando sin voz.- los aplausos y las risas van
aflojando hasta que solo queda un suave rumor.
Mientras
bebo, recorro con mi mirada cada rincón de la Iglesia. Ya no la veo.
¿Dónde se ha metido mi azafata rusa?.
Era ella. Voy a empezar a leer, de
nuevo, por el inicio del párrafo. Confío
en que el Pepe puede manipular el video y que no se note el corte. ¿Está aquí
ella?. No puedo seguir buscándola. Tengo que centrarme y seguir leyendo. La balaustrada del coro. No distingo a nadie. Nervios.
¿Saco el boli del bolsillo?. El
foco. No puedo decirle a nadie que me he
quedado parado porque he creído ver a mi azafata rusa. <<"¿A quién dices
que has visto?">>. Tendré que
mentirles. << "Estaba buscando un
salto de párrafo donde poder parar para beber agua y sin darme cuenta, he tocado la tecla de inicio de
documento">>. ¡Joder!. Seguro que
era ella. He visto como me sonreía. Solo ella tiene esa mueca tan suya. Ya he terminado de tragarme el agua. ¿Dónde se habrá metido?. Prosigo.
-Aquel descenso vertiginoso desde
la plaza de la Iglesia hasta casa, … -repito por segunda vez.
Vuelve
la normalidad. Se suceden los párrafos. Con el desplazamiento de mi dedo, van pasando
las pantallas. Mi hermana hace lo mismo,
pero con los folios. Capote en mano. Llega
la parte final del pregón. Paro de leer
y levanto la vista mientras tomo el aire suficiente para acometer los últimos y
definitivos párrafos. Mi cuñado trata de
darme ánimos levantando el dedo pulgar de su mano derecha. Respiro profundamente. No sé si le está gustando a la gente. ¿Quién puede saberlo?. Siempre que he introducido un pequeño toque
de humor, las risas del respetable me han acompañado. Buen síntoma, sin duda. Ya debo llevar alrededor de veinticinco
minutos. El tiempo máximo que debería
durar una buena misa, como siempre sentenciaba el bueno de mi padre. Pobres penitentes. De pie y aguantando semejante tostón. Lo siento, de verdad, pero no quiero dejar de
vivir este inolvidable lance.
-Aquí subido, quizás, sea el
momento en que más cerca he estado de cumplir uno de los deseos más disparatados
de mi madre, que siempre quiso que fuera yo arzobispo de Zaragoza. - leo entrecortado.
Una sonora carcajada emana de todos los rincones de la Iglesia. Todavía siguen escuchándome. ¡Bien!. Se van difuminando las risas mientras prosigo con el texto. No debo pararme porque estoy sintiendo que me tiembla la voz. Y no es que note que tenga que volver a beber agua. Sé de memoria lo que voy a leer a continuación y me estoy empezando a emocionar. Hoy, no. Aquí, no. Ahora, no. Lentamente, el recuerdo de mis padres. Su emotivo e indiscutible momento. Por y para ellos. No quiero levantar la vista porque escucho algún que otro sollozo en los primeros bancos. Las roscas de Pascuica me devuelven la entereza que necesito. Levanto la vista mientras gesticulo con ambas manos. Ya casi he terminado. Tan solo la dedicatoria final. Y la despedida. Se acabó.
Los aplausos me reconfortan. Nunca los he recibido. Es la primera vez que hablo en público. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y miro agradecido al público que me aplaude. Siento paz. Los nervios me abandonan. Cierro la tapa azul celeste del iPad mientras observo como mi hermana guarda los folios en su bolso. Cojo la botella de agua. Me alejo del pulpito. Cuidado al bajar los escalones. Recibo la primera enhorabuena de manos de Sofía, la alcaldesa. El presidente de la Junta Local, Pedro, me estrecha la mano mientras me felicita. El presidente de la Cofradía del Cristo de los tambores y bombos, Fernando, me abraza con una sonrisa cómplice de satisfacción. El Sacerdote, Lucio, me saluda efusivamente. Continúan los aplausos. Nos sentamos.
Una sonora carcajada emana de todos los rincones de la Iglesia. Todavía siguen escuchándome. ¡Bien!. Se van difuminando las risas mientras prosigo con el texto. No debo pararme porque estoy sintiendo que me tiembla la voz. Y no es que note que tenga que volver a beber agua. Sé de memoria lo que voy a leer a continuación y me estoy empezando a emocionar. Hoy, no. Aquí, no. Ahora, no. Lentamente, el recuerdo de mis padres. Su emotivo e indiscutible momento. Por y para ellos. No quiero levantar la vista porque escucho algún que otro sollozo en los primeros bancos. Las roscas de Pascuica me devuelven la entereza que necesito. Levanto la vista mientras gesticulo con ambas manos. Ya casi he terminado. Tan solo la dedicatoria final. Y la despedida. Se acabó.
Los aplausos me reconfortan. Nunca los he recibido. Es la primera vez que hablo en público. Una sonrisa se dibuja en mi rostro y miro agradecido al público que me aplaude. Siento paz. Los nervios me abandonan. Cierro la tapa azul celeste del iPad mientras observo como mi hermana guarda los folios en su bolso. Cojo la botella de agua. Me alejo del pulpito. Cuidado al bajar los escalones. Recibo la primera enhorabuena de manos de Sofía, la alcaldesa. El presidente de la Junta Local, Pedro, me estrecha la mano mientras me felicita. El presidente de la Cofradía del Cristo de los tambores y bombos, Fernando, me abraza con una sonrisa cómplice de satisfacción. El Sacerdote, Lucio, me saluda efusivamente. Continúan los aplausos. Nos sentamos.
-Muchas gracias, Albino.- exclama la Fina Carmen siguiendo con el guion del acto, mientras se callan ya los últimos aplausos que a mí me están sabiendo a Gloria Bendita.-A continuación el presidente de la Junta Local de la Semana Santa hace entrega de un diploma y un libro al pregonero.-silencio absoluto mientras nos levantamos.
De pie, frente a todos, recibo los regalos. Resuenan, nuevamente, algunos aplausos que tímidamente van desapareciendo, mientras busco con mi mirada su presencia. Me desconsuela comprobar que no logro encontrarla. ¿Dónde te has metido?. Fijo mi vista en la ventana vidriada de medio punto que preside el coro. El colorido de la misma me atrae. Amarillo, verde, naranja, rosa, lila y, finalmente, blanco.
COMO SIEMPRE , ME ENCNTA.
ResponderEliminarCon tu perfecta descripción del momento nos haces sentir que somos nosotros los protagonistas y nos haces sentir la presencia de la azafata sonriendo de forma socarrona mientras nos observa.
ResponderEliminarBien orgullosos tienen que estar tus padres, un abrazo