miércoles, 29 de julio de 2015

Las Heridas.


-¿Qué estamos haciendo aquí? - le pregunté.
-No lo sé. Hace tiempo que no me hago preguntas para las que no tengo respuestas. Creo que deberías hacer tu lo mismo.- me respondió cariñosamente tratando de ser lo más sincera posible.
  A aquel primer beso siguieron otros mucho más apasionados. Nuestras manos recorrieron el cuerpo contrario, acariciando cuanto encontraban en su camino. No puedo describir mi deseo, mi pasión o el grado en el que yo ardía por dentro, sería cuestión preguntárselo a mi azafata rusa. Pero su pasión, su deseo y su fogosidad eran impresionantes. No me he sentido nunca tan deseado, ni tan deseable. La perplejidad con la que recibía sus besos me hacía pensar que quizás estaba demasiado abrumado por la situación. La infidelidad no había sido, hasta ahora, uno de mis muchos defectos. Recorrían sus manos todo mi cuerpo, sin detenerse en ningún sitio en concreto, pero sin dejar de explorarme. A cada roce de sus manos, mi cuerpo ardía en deseo de despojarla de toda la ropa que la envolvía.
-Es la primera vez que tengo una "aventura"- justifiqué sin necesidad, puesto que temblaba de arriba abajo, signo inequívoco que no estaba acostumbrado a estos menesteres, lógicamente.
  Seguíamos abrazados, muy cerca el uno del otro. Podía sentir yo su cuerpo pegado al mío y seguro que ella podía sentir cómo aquellos besos que nos acabábamos de dar me habían excitado enormemente. Ese sexto sentido que algunos varones también tenemos, me decía que ella también lo estaba y sus brazos me rodeaban y las palmas de sus manos empujaban mi cuerpo hacia el suyo, como no queriendo dejar de sentirme. No cabía ni el aire entre nuestros cuerpos y ninguno de los dos hacíamos nada por separarnos lo más mínimo. Todo lo contrario.
-Te he traído un pequeño regalo. Es una tontería, una insignificancia, pero me hacía ilusión que la tuvieras. Es algo muy Extremeño, muy de mi tierra de adopción. - dije separándome de ella para coger una pequeña cajita que había dejado encima de la mesa que había en la habitación. Se la ofrecí. La cogió y casi se le cae por el temblor de sus manos. Trato, sin éxito, de abrirla. Sonrió.
-Estoy súper nerviosa. - exclamó mientras me pasaba la caja para que yo la abriera.
-No creas que yo estoy menos nervioso que tu. Y sin uñas, será difícil que la abra.- cogí la caja y traté, ingenuamente, de abrirla. Imposible. Me temblaban hasta las manos. Ayudado por los dientes fuí desenlazando el nudo y, al final, la abrí.
-¿Qué es?. - preguntó.
-Es un pequeño colgante de oro con forma de bellota. - contesté.
-¡¡Qué bonito!!. Podré llevarla junto a la Cruz Ortodoxa Rusa que me regaló, cuando nací, mi abuela paterna. No me separo nunca de ella. Siempre me ha dado suerte.- dijo, mientras me mostraba una cadena de oro, de la que colgaba una cruz con tres travesaños, uno de ellos, el inferior, completamente sesgado. Mis ojos, instintivamente, se dirigieron hacia sus turgentes pechos. Sin poner freno a mi deseo, mis manos se ajustaron a sus senos. Unos encantadores pechos que deseosos de ser liberados, aclamaban por ser despojados de sus ataduras. Uno de sus pezones, el izquierdo, completamente erecto se marcaba en el vestido de una forma escandalosa. No pude por menos que juguetear con mis dedos con él por encima de la ropa. Un suspiro de placer se le escapó.
-Recuerda que ya te conté en Hangzhou, que una bala perdida en un intento de secuestro de un avión Iraquí, en el que viajaba como miembro de la tripulación, no pudo terminar, afortunadamente, con mi vida, pero si me produjo unas secuelas que me acompañaran para siempre.- me dijo con voz muy suave y la mirada perdida. - He tenido oportunidad de acostarme, después, con otros hombres y siempre he rehusado porque me atormenta la idea que me rechacen al verme desnuda.
-¿Rechazarte?. ¿Tu te has mirado en el espejo? - le dije mientras le giraba la cintura para que se quedara enfrentada al enorme espejo que presidía la habitación.
  A través de dicho espejo pude comprobar el cuerpo que tenía delante. Un vestido muy ajustado, acorde a su estilo completamente femenino, marcaba una silueta de curvas y contra curvas deseables a los ojos de cualquier hombre. Me situé detrás de ella, mirando de frente a su espalda y con dificultad, comencé a bajarle la cremallera que me permitiría despojarla de su vestido. Acompañé el descender del vestido para que se desprendiera de los hombros y se quedó sujeto en su cintura. A la altura del omóplato derecho, podía verse una minúscula cicatriz, con forma de una estrella, del tamaño de una moneda de cincuenta céntimos. Me cogió la mano y me instó a que me pusiera frente a ella. Cara a cara.
  Cuando pude verla de frente, desnuda, solo cubierta por el sujetador que atenazaba aquellos increíbles pechos, no pude por menos que respirar tan hondo como me fue posible. El cráter de un hipotético volcán estaba esculpido en la parte derecha de su vientre, justo debajo del pecho. La piel de los bordes estaba incluso un poco abultada y unas indescriptibles arrugas bordeaban su perfil. Ella me miraba fijamente, tratando de descubrir el mas mínimo indicio de desprecio en mi mirada. No hacía falta ser un experto forense para determinar que era el orificio de salida de la bala. Había entrado por la espalda y había salido por delante. Se me pasó por la cabeza preguntarle cómo no había acudido a la cirugía plástica, pero no lo consideré ni propio, ni oportuno. Recordé, por un momento, la palabra rechazo que ella había pronunciado. No era, sin duda, la más adecuada, pero sí era una cicatriz tremendamente impactante. Y sus pupilas seguían clavadas en las mías, esperando mi reacción. Acerqué mis labios al borde de aquella espeluznante cicatriz y la besé con toda la pasión que pude. La miré a los ojos, fijamente. Su mirada me seguía interrogando, esperando a que yo le contara qué estaba pasando por mi cabeza.
-¡¡Erres prreciosa!! - le dije imitando su dificultoso español -Yo sabía que eras un volcán, pero no esperaba ésto. Cuando vayas a entrar en erupción, me avisas para salir corriendo.
-¡¡Qué toooooonto erres!! - sonrió, relajando cuanta tensión había acumulado hasta entonces.
  Con ese movimiento de muñeca que solo las mujeres saben ejecutar, se despojó del sujetador y sus dos pechos, simétricos, bien "plantaos", tersos, aparecieron en escena. A mi rápida mirada a ambos, contrarrestó ella con una pícara sonrisa. Cuando mis manos quisieron acariciarlos, ella ya se había abrazado a mí y mi mano izquierda, sin querer, rozó un segundo su atormentada herida. Aunque pensé que podría haberle hecho algo de daño, que siguiera con su despreocupada sonrisa me tranquilizó.
  Intuía que algo iba a pasar en aquella habitación. Cuando ella rozó mi lengua con la suya, aprendí que los buenos besos son aquellos en los que las lenguas hablan por sí solas y comprendí que en estas cuestiones nunca has llegado a aprenderlo absolutamente todo, siempre viene alguien y te enseña un sentido diferente que creías inalcanzable. Delante mío, con el vestido a la altura de la cintura, el torso completamente desnudo y el deseo y la pasión dibujados en sus pupilas, se encontraba aquella increíble azafata rusa por la que estaba perdiendo hasta "el sentío".
  Comenzó a desabrocharme los botones de mi camisa. Temblaban sus manos y no podía. Me miraba a los ojos un segundo y volvía a trata de desabrocharlos. Una manicura perfecta dejaba ver unas uñas cuidadas con mimo. Tratando de ayudarla, me desabroché el primer botón.
-Déjame, por favor, que lo haga yo- me dijo - Necesito hacerlo yo. ¿Te importa?.
-Por supuesto que no. Estoy encantado. Solo quería ayudarte.
  Con una enorme dificultad me fue desabrochando cada uno de los botones, hasta que pudo empujar mi camisa hacia atrás y quedo tendida en el suelo, detrás de mis talones. Con la uña del dedo índice de su mano derecha, empezó a acariciar mi pecho y fue formando aleatorias figuras que enlazaban mis pezones, mis pectorales y mi ombligo. A cada figura que hacía, una nueva sonrisa se dibujaba en su rostro. ¿Cómo podía desear tanto a aquella mujer?. Acercó su lengua a mi pezón izquierdo y comenzó a jugar con él. A cada sacudida de su lengua, elevaba la vista para mirarme a los ojos. Estaba experimentando unas sensaciones inimaginables. Mis manos cogieron su cabeza, la separaron de mi cuerpo y la invité a retroceder hasta que quedó de pie pegada a la cama. Flexioné mis rodillas y empujé su vestido hasta que cayó al suelo. Una excitante braguita brasileña quedo al descubierto. Cogí su pierna izquierda y le pedí que la subiera para liberarla del vestido. Ahora la derecha. Le invité a que se sentara en la cama. Con una asombrosa habilidad, impropia de mis insensibles dedos al morderme las uñas más allá de los límites permitidos, le desabroché las hebillas de sus zapatos y se los quité, volviendo a dejar suavemente sus pies desnudos sobre el suelo.
  Sentada como estaba, solo tuvo que estirar sus brazos para deshebillar mi cinturón. Lo hizo con prisa, tensa y dubitativa. Con un movimiento rápido me desabrochó el pantalón y lo empujó hasta quedarse plegado sobre mis zapatos.  Me descalcé, como pude y me quité los pantalones. Ya quedaban pocas prendas tras las que escondernos. Le ayudé a recostarse en la cama y le sugerí que se tumbara completamente. Quedó plácidamente situada decúbito supino. Me senté encima de la cama contemplando aquel sublime cuerpo que se me brindaba sin tapujos. Mis pupilas lo recorrieron de cabo a rabo, sin apenas detectar la magnitud de las cicatrices que lo recorrían. Del impacto inicial, del temido rechazo, a la despreocupación, al desinterés por hurgar en unas heridas que ya deberían estar completamente cicatrizadas. 

  A mis caricias siguieron las suyas, a mis besos los suyos, a mi lengua la suya, a mi pasión la suya, a mi deseo el suyo y a mi excitación la suya. No nos dijimos nada más. ¡Para qué!. Hicimos el amor con la parsimonia y la lentitud con la que a mí me gusta hacerlo. No sabía si era como a ella le gustaba, pero como me había dejado llevar las riendas, la amé a mi manera. Disfruté de ella cuanto pude, al igual que ella disfrutó de mi cuanto quiso. No pusimos reparo alguno a cuanto nos pidieron nuestros cuerpos y no hubo zona de su cuerpo que no exploré, sin que ni ella, ni yo, cayéramos en la cuenta de las veces que me asomé al precipicio de aquella cicatriz.

  Casi sin tan apenas percibirlo, acababa de cicatrizar una herida que todavía mantenía abierta su mente. 

  

martes, 7 de julio de 2015

Cincuenta Segundos.

  Dos golpes suaves, como con miedo, de mis nudillos en la puerta de aquel hotel, no obtuvieron respuesta alguna, puesto que en el otro lado de la puerta fueron imperceptibles. Dudé ante si volver a llamar o esperar un poco más. Una tremenda angustia me recorrió al pensar que podía haberme equivocado de puerta, pero me tranquilicé al comprobar que no era así. Habitación 501, en efecto. Milésimas de segundo que se me hicieron eternas. No hubo respuesta. Temblor en mi mano al volver a golpear, con mas firmeza, la puerta. Mirada fugaz, de derecha a izquierda, para comprobar que seguía sin haber nadie en el pasillo, que nadie se había percatado de mi presencia. Era la primera vez. Siempre hay una primera vez para todo.

 Ayer por la tarde recibí la llamada de aquella increíble azafata rusa que había conocido en el Hotel  Shangri-La, junto al Lago del Oeste en Hangzhou, en la Republica Popular China, donde había acudido, formando parte de la expedición Española, para la presentación a nivel mundial del nuevo Switch 8800 de 3Com. <<" Me encatarria verrte">>, me espetó enfatizando las "erres" hasta límites casi ridículos. <<"No je podiido dejarr de pensarr en ti">>. Vagaba ella, de aquí para allá, sin documentación alguna, amparada por su profesión, embarcada en cualquier lujoso medio de locomoción donde quisieran contratarla. Era, sin duda, una "Ciudadana de un lugar llamado Mundo". Durante cuatro intensas sobremesas nocturnas, pudimos compartir largas charlas en la lujosa cafetería del Hotel donde nos hospedábamos. Chapurreaba un dificultoso español en el que nos entendimos, ya que mi inglés, desgraciadamente, dejaba muchísimo que desear. Era tremendamente fácil dejarse embaucar por su impresionante belleza, las curvas de su silueta dibujaban un paisaje digno de ser explorado y su incorregible simpatía casi pudo hacerme olvidar que estaba casado. Felizmente casado.<<"Te esperro maniana a las diess de la maniana en la habitassión quiniientoss uno del Jotel Esspaciio Assajarr de Ssevilia">>, me habló a modo de suplica. Casi seis meses después de aquellos fortuitos encuentros, sin que hubiera pasado, entonces, absolutamente nada entre nosotros, la Tentación volvía a llamar a mi puerta.

 Escuché como se acercaba alguien al otro lado de la puerta. Percibí el ruido de la manilla al girar para liberar el pestillo que permitía abrir la puerta que nos separaba. Teníamos tanto de que hablar, pero lo importante era salir del campo de visión y desaparecer dentro de la habitación, encontrar esa intimidad que nos permitiera liberar toda la tensión acumulada. Cerré la puerta con rapidez y quedamos, los dos, en medio de un estrecho recibidor, enfrentados. No nos habíamos cruzado ni una sola palabra. No nos habíamos, ni tan siquiera, dado los buenos días con dos fríos besos en la mejilla. No hubiéramos sabido determinar quién estaba más nervioso de los dos. Ella por esperarme ansiosamente. Yo por acudir a esa cita clandestina.

  Transcurrieron unos segundos en los que sólo nuestras pupilas se hablaron. Fijas las unas en las otras. De arriba abajo, las mías. De abajo arriba, las suyas. ¡¡Cuestión de estatura!!. Aunque los enormes taconazos que siempre usaba, casi nos igualaban. Las palabras que no pronunciábamos eran expresadas por unos ojos que transmitían todo lo que queríamos habernos dicho allí, en Hangzhou y que no pudimos, no quisimos o, simplemente, no nos atrevimos a decirnos. No había una explicación lógica para justificar qué hacía yo allí. Ni tampoco la necesitaba. O al menos, eso pensaba. 
 
  Cuando se atrevió ella a articular alguna palabra con la que romper el silencio que nos envolvía, sintió como mi mano derecha buscaba la suya. Un profundo escalofrío recorrió nuestros cuerpos cuando ambas manos se tocaron, como si de una descarga de electricidad estática se tratara. Una suave y cálida sonrisa se dibujó en su rostro. No sabía que yo también había percibido lo mismo. Buscaba, cómplice, mi respuesta y la encontró en la risueña mueca que le dibujé, sin dejar de mirarla fijamente. Mi mano derecha agarró la izquierda suya y entrelacé mis dedos con los suyos, tratando de trasmitirle una seguridad que yo no tenía, pero que la sabía deseosa de ella. Sentí el frio de sus manos.
 
  Busqué con mi mano izquierda su rostro. Acaricié su mejilla derecha con las yemas de mis insensibles dedos, mientras mi dedo pulgar acariciaba su mejilla izquierda dejando su sensual boca en medio de mi mano que, con movimientos circulares, recorría todo su rostro. Dejó de mirarme porque sin saberlo, sus ojos se cerraron tratando de asimilar todas las sensaciones que aquella mano le estaba provocando. Hacía mucho tiempo que no sentía nada igual. Ni tan siquiera recordaba si lo había experimentado alguna vez. Mi dedo índice recorrió varias veces sus labios y al unísono, se entreabrieron éstos dejando al descubierto la punta de una lengua que se desvivía por corretear. Se reprimió, porque le hubiera encantado juguetear con aquel dedo que tanto placer le estaba regalando. Un ridículo pudor la retenía.
 
 Escuchó, con los ojos todavía cerrados, como mi respiración se le acercaba e, impaciente, quiso adivinar que iba a besarla. No habían trascurrido ni tan siquiera cincuenta segundos desde que la puerta de la habitación se cerró tras de nosotros, pero tampoco hacían falta muchos más. Se humedeció los labios con su lengua y esperó a que yo aparcara los míos sobre los suyos. Cuando nos fundimos en un sensual y apasionado beso, ambos, olvidamos de dónde veníamos y pensamos, ingenuos, que habíamos sido capaces de detener el tiempo que corría en nuestra contra.
 

miércoles, 1 de julio de 2015

Naturismo

   Acompañado de mi azafata rusa, esa inseparable e incomparable mujer a la que sigo allí donde ella quiere llevarme, este fin de semana he descubierto el Nudismo, o como ellos prefieren llamarlo, el Naturismo, en una preciosa Playa Portuguesa.
 
   El Diccionario de La Real Academia Española define el nudismo como:
"nudismo. (Del lat. nūdus, desnudo, e -ismo). 1. m. Actitud o práctica de quienes sostienen que la desnudez completa es conveniente para un perfecto equilibrio físico e incluso moral. 2. m. Doctrina o teoría que lo propugna."
 
  Buscando un lugar donde vivir nuestra clandestinidad, os recuerdo que mi azafata no tiene permiso de residencia en nuestro País, alguien nos habló de las inconmensurables Playas de Portugal y la tranquilidad de sus maravillosos parajes. Aprovechando los fines de semana en los que el Hotelito en el que vivo sigue estando tremendamente vacío, con un par de bermudas vaqueras, dos cómodas camisetas y el bañador como equipaje, recogí a mi bella compañera en el Puerto de Huelva, donde acababa de atracar como tripulante de un Crucero  y nos encaminamos hacia la frontera natural que forma el Rio Guadiana en Ayamonte. Cruzamos el majestuoso puente y nos encontramos con el cartel que nos daba la bienvenida al Algarve Portugués.
 
  Una parada obligatoria para descansar en una típica Area de Servicio portuguesa, nos permitió escuchar la conversación de unos españoles que estaban sentados en una mesa junto a la nuestra. << "Hay una preciosa playa nudista en un pequeño pueblecito llamado Liberdade">>. Mirada cómplice, sonrisa ingenua de desconocimiento y una aprobación  de nuestro próximo destino. Sentados en los asientos del coche, manipulamos rápidamente el navegador e introdujimos el destino. Antes que su femenina voz nos indicara que ya había calculado la ruta,  ya estábamos en marcha.
 
  Cuando uno llega a una playa nudista sufre un tremendo enfrentamiento entre lo que siempre pensó que sentiría al encontrarse en esa situación y lo que experimenta en ese momento. De repente vienen a ti cientos de imágenes que aquí carecen de sentido.  Hombres desconocidos envueltos en toallas que tapan sus "desvergüenzas" mientras se cambian de bañador. Mujeres en incómodas posturas para abrocharse el sostén y darse la vuelta sobre la toalla sin que nadie sea capaz de descubrir ni un milímetro de sus pechos. Imaginativos pensamientos ante un tanga que no puede tapar cuanto pretende envolver. Reproches de esposas celosas ante las lujuriosas miradas de sus esposos a cuantos cuerpos femeninos caen en sus campos de visión. Intentos fallidos para que un minúsculo sujetador cubra un seno del calibre 95 letra C, de Cáceres....
 
 
  Aquí, todo ésto es impensable. Uno se muestra ante los demás, sin tapujos, sin vestimentas y sin nada tras lo que poder esconderse. Te aproximas, todavía vestido, al lugar que habéis elegido para instalar los bártulos, mirando con recelo cuanto te rodea. No es una playa nudista estricta, se mezclan nudistas y gentes vestidas, sin que haya una línea divisoria que los delimite. Curiosamente lo que más me llama la atención son los hombres, los de mi misma especie. Tratas de mirarlos sin que se te note, ¡¡claro!!, y sin que la preciosidad que llevas a tu lado se percate del destino de tus miradas. ¿Qué podría pensar?. Aunque alguno de las personas que allí se están tostando te hace sentir diminuto, increíblemente diminuto, la verdad es que también alguno de los "miembros" que ves te hacen sentir importante, masculinamente importante. Las que entran por las que salen. Me llama muchísimo la atención que son mayoría en la playa. Casi todos los desnudos son hombres. Y que un gran porcentaje de las mujeres que allí se encuentran no están completamente desnudas. Ahora le toca el turno a ellas. Y si antes tenía que disimular para que mi acompañante no me "pillara" mirando a mis congéneres, ni contaros si me coge evaluando los cuerpos de las mujeres "rivales". Nada como unas estupendas gafas de sol, desde luego. Un rápido vistazo para comprobar que, sin duda, mi azafata está en el escalafón más alto de la clasificación. ¡Faltaría más!. Me sorprende que hay un inesperado ambiente familiar, muy familiar. Jamás lo hubiera pensado. Siempre pensé que era un lugar reservado sólo para adultos.

  Tras el ritual de la "plantá" de la sombrilla, la colocación de las toallas sobre la fina arena y una vez despojados de las camisetas, viene el momento crítico por excelencia. <<"¿Nos desnudamos?">>, me pregunta mientras yo me encuentro ya con mi bañador a la altura de mis rodillas y la miro con cara de  <<¿"Cómo qué si nos desnudamos?">>. El angélico que todos llevamos dentro me empuja a que tire del bañador hacia arriba, mientras que ese diablillo, que tanto me gusta y que también vive dentro de mi, me susurra al oído <<"¡ahora no vayas a rajarte, cagón!>>". Y lo que parecía impensable se produce. Mi bañador se "reboza" de tierra porque entre uno y otro, entre el ángel y el demonio, me he quedado, literalmente, con el culo al aire. Un culo bastante blanco, por cierto. Un rápido y fugaz vistazo a mis alrededores para comprobar que nadie me está mirando. ¿Decepcionado?. Todos siguen con sus cosas. ¡Pero bueno!, que acabo de empelotarme. Tan sólo mi fiel compañera acompaña su mirada con una leve sonrisa que se dibuja en su rostro. << "¡¡Te has desnudado!!">>, a lo que le respondo << ¡¡Coño, para eso hemos "venio", ¿no?">>. Al menos a ella si le ha causado sensación que fuera capaz de desnudarme delante de toda esa gente desconocida por completo. Se despoja de la parte de arriba de su bikini y me invita a que me siente a su lado. A diferencia de los demás, seguro que asiduos visitantes del lugar, los dos nos ponemos a "chinchorrear". <<Fíjate que barriga tiene ese tío de la izquierda>>, <<pues anda que la mujer de la derecha, cómo no se cuidará más>>,<<mira que buen tipo tiene el moreno que juega a las palas con su hijo>>,<<es muy difícil ver a una mujer que no tenga celulitis>>,<<menudo artilugio tiene el tipo de la sombrilla azul marino>>,<<anda, la gente que pasea por la orilla están vestidos>>. Se nos nota demasiado que es la primera vez que venimos.

   Después del tiempo prudencial de adaptación al nuevo medio en el que nos encontrábamos, dejamos de meternos con los demás y empezamos a disfrutar de lo que la Naturaleza nos ofrecía. Nos tumbamos en la toalla, boca arriba, y dirigimos nuestras miradas hacia el cielo que nos envolvía. Nuestras manos se juntaron, nuestros dedos se entrelazaron y cerramos los ojos para disfrutar del placer de escuchar como las olas rompían en la orilla de la Playa. No se escuchaban apenas ruidos. Las conversaciones eran suaves, pausadas. El respeto por los demás era palpable. Incluso los niños que jugaban en la orilla, lo hacían con suma delicadeza. Casi había olvidado que estaba completamente desnudo. Y lo curioso es que tenía la sensación que jamás había tomado el sol de otra forma. ¿Era lo que ellos llaman "perfecto equilibrio físico o incluso moral"?. Antes de entrar en el agua, mi compañera se despojó de la parte de abajo del bikini, mostrando todo su cuerpo a quién quisiera mirarla. Varias miradas la recorrieron de arriba a abajo y de abajo arriba, de nuevo. Y ahí acabó la inspección. Nadie volvió a mirarnos más. ¿Decepcionados?.

  Si puede haber una sensación gratificante por si sola, sin duda, ésa es bañarse desnudo en el mar. Entras con la precaución de poder dañar aquel valioso "compañero" que llevas contigo, desprotegido, cabizbajo y acompasando sus movimientos con los tuyos para evitar daños colaterales. Sumergirlo en las aguas no es tarea fácil, aunque siempre te queda la sensación que flota más por la búsqueda de su auto salvación, que por el propio principio de Arquímedes. Cosas de la Física. Tratar de saltar sobre las olas, nadar de espaldas o hacer el pino pueden y deben ser actividades a evitar en los primeros momentos, hasta que has conseguido familiarizarte con el medio que te envuelve. Demasiadas emociones para un solo día.

  Después de varias horas en el Playa, recogimos todo lo que habíamos ido distribuyendo alrededor de la sombrilla, "encerré" mis vergüenzas en el bañador con el que llegué y desaparecimos con la sensación de haber descubierto algo maravilloso de lo que nadie nunca nos había hablado. Fiel a mis principios de preguntar más allá de lo permitido, cuando estuvimos sentados en el coche, le pedí a mi azafata rusa que me resumiera qué había sentido en aquel lugar y ella, con ese español dificultoso que tiene, haciendo gala de su poder de síntesis me dijo sonriendo <<¡¡ LIBERTAD !!>>.


  Justo entonces, sonó el despertador. Las siete de la mañana.

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  Todos los personajes, salvo yo, así como los lugares que aparecen, son fruto de mi imaginación. No existen en la vida real. O al menos yo todavía no he sido capaz de encontrarlos. ¡¡A seguir soñando!!.