viernes, 31 de mayo de 2013

Mi infancia más querida.

 Cuando todo parece teñirse de negro, cuando a uno le envuelve la más absoluta obscuridad, cuando todos los frentes parecen cerrarse, cuando no ves salida por ningún sitio, cuando cierras los ojos y te gustaría no abrirlos más, cuando ni desaparecer es ya una solución convincente, cuando ni las lagrimas curan la desazón de tu dolor,  encuentras en el espacio una luz tenue y suave, lejana, que te indica que sigues estando vivo. 
 Y al mirar esa luz de la que no puedes despegarte, descubres, sonriente, una época nunca olvidada, ciertos aromas de flores asilvestradas, una voz indefinida, unas manos temblorosas, unos ojos agrietados, una sonrisa delatadora, unos labios deseosos, un corazón enamorado. 
 Y cuando tratas de acercarte, nervioso y dubitativo, a esa luz, maravillosa, descubres que no ha transcurrido una  eternidad, tan sólo el pequeño instante de cerrar los párpados para besar, torpemente, esos labios afrutados.
 Y entonces, sólo entonces, descubres que la luz no es más que ese sentimiento de amor platónico que perdura eternamente.
 Y entonces, sólo entonces, descubres que la luz eres tu, mi infancia más querida.

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