Observo como mi madre repasa, mentalmente, aspectos de su vida e intuyo el desasosiego que la envuelve en ese sueño conciliador que debería acompañarla a estas horas de la noche. Nadie recorre los pasillos del Hospital, todos descansan, o al menos eso parece y sin embargo no deja de entablar conversación consigo misma, quizás intentando encontrar el consuelo de quien necesita por fin sentirse bien interiormente.
Acaricio su áspera mano tratando de consolarla y noto como no soy capaz de hacerlo. La penumbra de la tenue luz que pretende iluminar la estancia, no me impide verle el rostro en el que se dibuja un dolor impropio de alguien que debería estar descansando. Muecas de incomodidad por la acumulación de días en la cama de este pequeño Hospital de Alcañiz, en Teruel. Bronco respirar propio de pulmones dañados. Fatigoso aliento de enfermedad crónica que se acentúa con la edad. Balbuceos indescifrables de tormentosos episodios que sólo ella sabrá dónde, cuándo y porqué se produjeron.
Si no supiera que es una Neumonía lo que la mantiene postrada, diría que está haciendo balance de su vida. Y si no supiera de sus dotes de luchadora, diría que se está despidiendo de nosotros, poco a poco, lentamente, sin prisa, pero sin pausa.
Mañana despertará cansada, nerviosa, impaciente, intranquila, porque no habrá sido capaz de localizar en toda la noche, las palabras adecuadas para encontrarse con ella misma. Y esa tormentosa búsqueda solo hace que hundirla un poco más, si cabe. Y esperará impaciente a que la vida le brinde un día más para volver a intentar encontrarse, sin darse cuenta que se escapa por todos los minúsculos agujeros producidos, curiosamente, por las agujas con las que tratan de sanarla.
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