viernes, 18 de enero de 2013

Por TODO.


 Que una persona mayor, cumplidos los ochenta y cuatro años, te confiese que tiene miedo de la vida que le queda por vivir, puede llegar incluso a resultarme preocupante.
 Estos días la vida me ha brindado la oportunidad de compartir habitación con una persona buena, sencilla, humilde y silenciosa. Su mujer y mi madre "residen" en la misma habitación de este confortable hotelito en el que nos hemos instalado. Como los segundos se hacen minutos y éstos horas, lo que nos sobra es tiempo para charlar y yo aprovecho cualquier ocasión para entablar un agradable diálogo con él. Hemos hablado de casi todo; de la vida, de la muerte, de la juventud, de las personas mayores, de la salud, de la educación, de la justicia, incluso de la crisis y de la situación de España en la actualidad. Coincidimos en muchos puntos y en aquellos en los que discrepamos, Jaime, omite su opinión, por aquello de ser fiel a su personalidad pacífica. Es casi imposible discutir con él y cuando no le interesa mucho de lo que se habla, introduce sus trabajadas manos en los bolsillos de su pantalón, se evade y desaparece sin hacer tan apenas ruido. Así, comprenderán Vds., es dificilísimo verle acalorado, encendido o elevando su dulce voz más allá de su tono parsimonioso.
 Sus ojos transmiten tranquilidad, su deambular sosiego, su conversación paz.
 Que una persona mayor, Jaime, me confiese que tiene miedo de la vida que le queda por vivir, me preocupa. No se sí por insensatez, por preocupación, por carácter, por desconocimiento o por necesidad, le pregunté el por qué de esta revelación. Con la suavidad con la que habla, simplemente, me contestó que por TODO, Albino, por TODO. Y ya no supe qué decirle.


 Mañana a la mujer de Jaime le dan el alta, ya está curada. Como están solos en el mundo, han decidido que quieren ir a una Residencia de Ancianos, donde los cuiden. Este pequeño fragmento pretende ser un agradecimiento por su comportamiento, su amabilidad, su conversación y su dulzura.
Por TODO, Jaime, por TODO.

martes, 15 de enero de 2013

El encuentro con uno mismo


 Observo como mi madre repasa, mentalmente, aspectos de su vida e intuyo el desasosiego que la envuelve en ese sueño conciliador que debería acompañarla a estas horas de la noche.  Nadie recorre los pasillos del Hospital, todos descansan, o al menos eso parece y sin embargo no deja de entablar conversación consigo misma, quizás intentando encontrar el consuelo de quien necesita por fin sentirse bien interiormente.
 Acaricio su áspera mano tratando de consolarla y noto como no soy capaz de hacerlo. La penumbra de la tenue luz que pretende iluminar la estancia, no me impide verle el rostro en el que se dibuja un dolor impropio de alguien que debería estar descansando. Muecas de incomodidad por la acumulación de días en la cama de este pequeño Hospital de Alcañiz, en Teruel. Bronco respirar propio de pulmones dañados. Fatigoso aliento de enfermedad crónica que se acentúa con la edad. Balbuceos indescifrables de tormentosos episodios que sólo ella sabrá dónde, cuándo y porqué se produjeron.
 Si no supiera que es una Neumonía lo que la mantiene postrada, diría que está haciendo balance de su vida. Y si no supiera de sus dotes de luchadora, diría que se está despidiendo de nosotros, poco a poco, lentamente, sin prisa, pero sin pausa.
 Mañana despertará cansada, nerviosa, impaciente, intranquila, porque no habrá sido capaz de localizar en toda la noche, las palabras adecuadas para encontrarse con ella misma. Y esa tormentosa búsqueda solo hace que hundirla un poco más, si cabe. Y esperará impaciente a que la vida le brinde un día más para volver a intentar encontrarse, sin darse cuenta que se escapa por todos los minúsculos agujeros producidos, curiosamente, por las agujas con las que tratan de sanarla.

jueves, 3 de enero de 2013

Honestidad lejos de la tentación


 Qué fácil es defender la honestidad de uno cuando no se puede sentir cerca el calor de la tentación.
 Una de las personas más influyentes en mi vida, por no decir la que más, mi padre, un buen día compartió conmigo una pequeña frase, como en él es habitual, sin titubear, sin inmutarse, con aplomo, como no diciendo nada, que me acompaña todos los días: "Uno no sabe si es un ladrón, hasta que no tiene oportunidad de serlo".
 Al igual que nadie hubiera fallado la pena máxima que el futbolista acaba de errar, igual que nadie reconoce, públicamente, ver esos programas de televisión con unos índices de audiencia aplastantes y, curiosamente, la mayoría vemos los programas culturales de la segunda cadena de Televisión Española, todos alardeamos de una honestidad que pocas veces hemos visto peligrar.
 Mientras no estemos en disposición de delinquir, de adueñarnos de lo que no es nuestro, de favorecer con nuestras decisiones a aquellos que quizás no sean los más idóneos, de gastar el dinero de todos de una manera irresponsable, de enriquecernos de hoy para mañana, todos tenemos la certeza que nosotros somos unos tipos íntegros, honestos donde los haya, políticamente correctos (ahora que está tan de moda).
 La honestidad empieza a resquebrajarse cuando la tentación se acerca. Pese a alejarla hoy de nuestro lado, mañana estará más cerca si cabe, más apetecible, más tentadora. Y pasado mañana, mejor ni os cuento.
 Y entonces, sólo entonces, cuando uno vive diariamente con la tentación, es cuando sabe si es, o no, impoluto.