domingo, 11 de junio de 2017

Réquiem.


   Hoy, que se cumple un año de tu muerte,
tu duelo, ya, debería ser tan solo un susurro,
tu recuerdo debería ser, ya, tan solo un reguero,
tu huella debería ser tan solo, ya, una estela.

  Y sin embargo, hoy, que se cumple un año,
te anhelo más que cuando zarpaste,
te preciso más que cuando desapareciste,
te añoro más que cuando partiste.

   Hoy, que se cumple un año de tu muerte,
lejanas, ya, deberían quedar nuestras confidencias,
relegadas deberían, ya, permanecer nuestras parrafadas,
enterradas deberían estar, ya, nuestras diferencias.

   Y sin embargo, hoy, que se cumple un año,
no quiero vivir sin tu vestigio,
no dejo de llorar tu silencio,
no termino de componer tu réquiem.












jueves, 1 de junio de 2017

El lance del Pregón

 
 -Ya te he dicho que me va a serrr imposible irrr a tu pueblo en esas fechas.-la escuché decirme a través del auricular de mi teléfono móvil, pronunciando las erres con ese acento que tanto me gustaba.

-Y por más veces que me lo digas, más te vuelvo a decir que me encantaría que vinieras conmigo.-respondí.

-¡Qué toooonto errres! – exclamó utilizando la expresión que tantas veces nos dedicábamos.- En esas fechas, yo estarrré lejísimos. El sábado 8 de Abrrril, aterrrrrizo a media mañana en el aerrropuerrrto interrrnacional Kingsforrrd Smith de Sidney, prrrocedente de Dubai.  Es imposible.  Anda, cuéntame en qué consiste lo del nombrrramiento ese de prrregonerrro, que tanta ilusión te hace.
-Pero si ya te lo he explicado cien veces.
 
-Es que sigo sin comprrrenderrrr cómo han podido pensarrr en ti.-replicó.-Si te salen grrranos cada vez que te acerrrcas a una Iglesia y ahorrra te vas a subirrr al Altarrr Mayorrr.  Tendrrrán que inyectarrrte un arrrbisón.-cada vez me resultaba más simpático ese acento suyo. (A partir de aquí, transcribo con normalidad sus palabras).
-Urbasón.  Se dice urbasón.  No das ni una con el nombre de los medicamentos.
-Nunca me he quedado con los nombres de los medicamentos. Y lo sabes –me dijo volviendo a sonreir.
-El nombramiento de pregonero no tiene nada que ver con la Iglesia.  Es la Cofradía del Cristo de los Tambores y Bombos quién me ha elegido.
-¿Y esa Cofradía no pertenece a la Iglesia?.
-En mi pueblo ninguna Cofradía pertenece a la Iglesia.   La gran mayoría vienen de una lejana tradición familiar, de padres a hijos.  Las dos últimas que se han incorporado a la Junta Local de la Semana Santa la componen personas que se juntaron para sufragar los gastos que supuso su adquisición.  Gente que quería vivir la Semana Santa desde dentro y cuyas familias no tenían un Santo al que procesionar.
-Me estoy perdiendo –apuntó.
-La Junta Local de la Semana Santa la engloban todas las Cofradías del pueblo, incluida la del Cristo de los Tambores y Bombos, que es quien aglutina a todos los que tocamos el tambor y el bombo.  Ellos han sido quienes me han propuesto como pregonero.  El acto se celebra en la Iglesia Parroquial y por eso debo leer el pregón desde el Altar Mayor.
-¿Y qué es lo que tienes que leerles?.
-Tengo que leerles lo que yo escriba para la ocasión. – me di cuenta que explicarle a mi azafata rusa todo aquel embrollo sería, sin duda, más complicado de lo que yo había supuesto.– Tengo que ser capaz de plasmar mis sentimientos, relatar mis vivencias, describir mis sensaciones, redactar mis inquietudes.
-¿Y tú crees que eso puede llegar a interesarle a alguien?.- me cortó bruscamente.
-Quiero pensar que sí, desde luego.- le contesté con toda la suavidad que pude -Imagino que todo aquel que suba ese día hasta la Iglesia será porque querrá saber que representa para mí nuestra peculiar y entrañable Semana Santa.
-O porque son familia tuya, amigos, conocidos.
-Imagino que a ellos también les gustará escucharme. – le repliqué con convicción.-Pero también habrá mucha gente que no me conozca de nada.  Según me han dicho es uno de los actos que más gente atrae en el pueblo.  Cada año que pasa se va haciendo mucho más popular.  La Iglesia estará de “bote en bote”.
-¿De bote en bote?.-me preguntó incapaz de entenderme.
-Que la Iglesia estará llena de gente.-le contesté al comprobar que con muchas de mis expresiones mi azafata rusa se hacía un buen lío.- La gente se va un buen rato antes para coger sitio.
-¡Qué importante es mi “maridito”!.- enfatizó mucho la palabreja.
-La verdad es que me siento un privilegiado.  Siempre he querido ser pregonero de la Semana Santa. Y me hubiera encantado que se hubiera producido hace unos años, cuando todavía vivían mis padres.  A ellos le hubiera encantado vivir estos momentos que nosotros vamos a vivir.
-No llegué a conocerlos, desgraciadamente, pero por lo que me cuentas de ellos, seguro que estarían muy orgullosos de ti.  Yo también lo estoy, desde luego – añadió.-El problema que yo tengo es que no llego a entender bien qué es lo que tienes que hacer y qué se espera de ti.  Seguro que también influye que soy una “soviet”, como tú siempre me llamas.-volví a escuchar su risilla a través del auricular.
-El pregón es el primer acto del programa oficial.  A partir de ese momento queda abierta la Semana Santa y se suceden los diferentes actos que la conforman.  El pregonero tiene que describir lo que él siente cuando se habla de la Semana Santa.  Es como si tú me pides que te describa lo que siento cuando salgo en las procesiones con mi Paso, o cuando salgo a tocar el bombo con mis amigos.
-¿Y qué sientes?.  Somos muchos los que no entendemos cómo te puedes transformar de esa forma.  Ninguno de tus tres hijos han sido bautizados.  Tú siempre te defines como no creyente.
-Eso es lo que quiero decirles a mis paisanos.  Hacerles partícipes de mi “¡Bendita Contradicción!”.  Explicarles que desde mi aconfesionalidad se puede llegar a sentir la “devoción” que yo siento por la  Semana Santa de mi querida Andorra, sí, la de Teruel.
-No te va a entender nadie.-replicó.
-Seguro que sí.  Ya lo verás.-le contesté convencido absolutamente de mis palabras.

 
 

      Y aquí me  encuentro yo, sentado en el primer banco de la fila de la derecha, mirando hacia el Altar, entre la alcaldesa y el presidente de la Junta Local, ensimismado en mis cosas, mientras  el Boni lee lo que yo había escrito meses antes, justo en el momento de hacerse público mi nombramiento como pregonero para este inolvidable 2017 y que está sirviendo como preámbulo de mi intervención. Cuanto hubiera dado porque mi azafata rusa estuviera sentada junto a mi familia, en el segundo banco de la fila de la izquierda, justo detrás de los miembros de la corporación municipal, pero ciertamente no había justificación alguna para su presencia. Nadie la conoce, ni nadie la espera, ni nadie, evidentemente, la echa de menos, salvo yo, claro está.  Están todos los que han querido, o han podido, acompañarme. Sin reproches. Agradecido por cuanto han hecho para estar aquí. Encantado. Una nueva mirada hacia dónde están ellos, mi familia, para comprobar, una vez más, que no estaba ella entre ellos.  Lástima.

-“… tras el año de periodo militar obligatorio…”- seguía leyendo el Boni. Todavía quedaban unos cuantos párrafos.
                En unos pocos minutos, tendré que subir al Altar, al pulpito, con mi iPad.  Tendría que haber elegido los folios de toda la vida.  Mejor en el iPad, puedo hacer la letra tan grande como quiera.  ¿Y si me quedo sin batería?.  Imposible, está cargada a tope.  De todas formas, mi hermana en el bolso lleva una copia en papel.  Me vuelvo y la observo.  Con la mirada le pregunto y me enseña el manojo de folios que sostiene entre sus manos.  Mejor con el iPad.  Le sonrío.  Estoy nervioso.  Me sonríe tratando de transmitirme una tranquilidad que ni ella siente.  ¿Cuánta gente hay en la Iglesia?.  ¿Les gustará mi pregón?.  ¿No será demasiado extenso?.  Veintiocho minutos en las pruebas que he hecho en casa.  No puedo leerlo más rápido.  Tengo que controlar los nervios.  ¿Cómo se controlan los nervios en una situación así?.
-“Con orgullo, sin arrogancias ni pedanterías…” – escuchaba de fondo las palabras que yo me sabía de memoria.  Último párrafo.
Llegó la hora.  Ya no puedo echarme atrás.  <<”Respira hondo”>>, me habían aconsejado.  Toco la pantalla para desbloquearla. Todo preparado.
-Cuando quieras Albino – me pasa el testigo el Boni.
                Me incorporo.  ¿Me giro para comprobar cuánta gente hay?.  Ni se te ocurra.  Paso firme hacia el Altar.  Cuidado al subir los escalones.  Coloco el iPad en el atril y la botella de agua en un hueco que hay en el pulpito, a la altura de las rodillas.  Levanto la vista por primera vez.  Lleno a reventar.  Respiro hondo.  Me agacho y cojo la botella de agua.  Bebo un pequeño sorbo.  La dejo de nuevo en su sitio.  Hago un barrido con la vista.  Hasta en el coro hay gente.  “De bote en bote”.  Sonrío.  <<”Mira al fondo, sin fijarte en nadie, coge una referencia y cada vez que levantes la cabeza, mira a ese punto”>>, me aconsejaba mi buen amigo Marcelino, acostumbrado a estos menesteres de hablar en público y al que tanto envidiaba en estos momentos.  ¿Dónde fijo la vista?.  En la balaustrada del coro.  Decidido.  <<”Yo te deslumbraré con el foco de la televisión local, así ya no verás a nadie”>>, me comentaba el Pepe Abella, sabedor que él ocuparía un lugar privilegiado en la Iglesia.  A mi derecha.  El “jodio” foco y la cámara de televisión.  Sigo distinguiendo las caras de las primeras filas.  <<”No mires a nadie”>>.  Mi primo, mi cuñado, mi hijo, mi hermano, mi cuñada, mis primas, mis tías.  Debo colocarme el micrófono a la altura idónea.  ¿Cuál es la altura idónea?.  Mejor no toques nada.  ¿Debo empezar ya?.  ¡A por todas!.  ¿Dónde estará en estos momentos mi azafata rusa?.  ¿Habrá llegado a comprender todo lo que ésto significa para mí?.  <<”A mí me viene muy bien tener un bolígrafo en la mano mientras hablo en público”>>, es otro de los sabios consejos que me había dado Marcelino.  Y yo que había cogido uno de casa de mi padre, lo tengo olvidado en el bolsillo derecho de la chaqueta del traje que hoy luzco.  El único que tengo, bien es cierto.  Ya no hay tiempo para sacarlo.  Carraspeo para suavizar mi voz aguardentosa.  Allá voy.
-Buenas tardes – comienzo.
Levanto la vista.  La balaustrada del coro.  Mi hermana al frente. Lucio, el cura, Fernando, Pedro y Sofía, de izquierda a derecha, en el primer banco a mi izquierda.  Respiro hondo.
-Alcaldesa, – prosigo volviendo mi mirada al texto – miembros de la corporación municipal, presidente y miembros de la Junta Local…- me lo sé casi de memoria.
                Párrafo a párrafo, sin descanso, voy leyendo el pregón que he preparado durante tanto tiempo.  De vez en cuando levanto la vista del iPad.  Ya casi me he olvidado de los consejos de unos y de otros.  Miro directamente a los ojos del director de la banda municipal.  Busco entre el público a personas conocidas que me dan la confianza necesaria para ir rebajando los nervios que aún siento.  Observo como mi hermana pasa los folios a medida que yo voy pasando pantallas.  Es lo que en el argot taurino se denomina “estar al quite”.  Lo que hubiera cambiado mi vida si yo hubiera tenido el valor suficiente para ser torero.  Voy notando como me estoy quedando sin voz.  Malditos papilomas.  Tendré que hacer una pausa y beber un poco de agua.  Tengo calor.  ¿Hace calor?.  Estoy sudando.  Lo noto en la parte superior de mis labios.  En el bigote.  Levanto la vista.  Mi azafata rusa.  ¿Mi azafata rusa?.  ¿Qué hace aquí mi azafata rusa?.  Del susto que me he pegado, he desplazado el texto a su inicio.  ¡La cagué!.  Trato de buscar rápidamente por dónde iba leyendo.  Silencio absoluto.  Desconcierto.  Pantalla tras pantalla.  Ya había leído casi doce páginas. Mi hermana me mira por si tiene que acercarme los folios.  Los primeros aplausos nos tranquilizan a los dos.  Me he quedado en blanco.  ¿Era mi azafata rusa?.  Sin que “callen” los  aplausos, encuentro el párrafo por donde iba.  Listo.
-Aprovecho y bebo agua. – comento con toda la naturalidad que puedo, acercándome al micrófono y recibiendo las risas del público. –Me estoy quedando sin voz.- los aplausos y las risas van aflojando hasta que solo queda un suave rumor.
                Mientras bebo, recorro con mi mirada cada rincón de la Iglesia.  Ya no la veo.  ¿Dónde se ha metido mi azafata rusa?.  Era ella.  Voy a empezar a leer, de nuevo, por el inicio del párrafo.  Confío en que el Pepe puede manipular el video y que no se note el corte. ¿Está aquí ella?.  No puedo seguir buscándola.  Tengo que centrarme y seguir leyendo.  La balaustrada del coro.  No distingo a nadie.  Nervios.  ¿Saco el boli del bolsillo?.  El foco.  No puedo decirle a nadie que me he quedado parado porque he creído ver a mi azafata rusa. <<"¿A quién dices que has visto?">>.  Tendré que mentirles.  << "Estaba buscando un salto de párrafo donde poder parar para beber agua y sin darme  cuenta, he tocado la tecla de inicio de documento">>. ¡Joder!.  Seguro que era ella.  He visto como me sonreía.  Solo ella tiene esa mueca tan suya.  Ya he terminado de tragarme el agua.  ¿Dónde se habrá metido?.  Prosigo.
-Aquel descenso vertiginoso desde la plaza de la Iglesia hasta casa, … -repito por segunda vez.
                Vuelve la normalidad.  Se suceden los párrafos.  Con el desplazamiento de mi dedo, van pasando las pantallas.  Mi hermana hace lo mismo, pero con los folios. Capote en mano.  Llega la parte final del pregón.  Paro de leer y levanto la vista mientras tomo el aire suficiente para acometer los últimos y definitivos párrafos.  Mi cuñado trata de darme ánimos levantando el dedo pulgar de su mano derecha.  Respiro profundamente.  No sé si le está gustando a la gente.  ¿Quién puede saberlo?.  Siempre que he introducido un pequeño toque de humor, las risas del respetable me han acompañado.  Buen síntoma, sin duda.  Ya debo llevar alrededor de veinticinco minutos.  El tiempo máximo que debería durar una buena misa, como siempre sentenciaba el bueno de mi padre.  Pobres penitentes.  De pie y aguantando semejante tostón.  Lo siento, de verdad, pero no quiero dejar de vivir este inolvidable lance.
-Aquí subido, quizás, sea el momento en que más cerca he estado de cumplir uno de los deseos más disparatados de mi madre, que siempre quiso que fuera yo arzobispo de Zaragoza. - leo entrecortado. 

           Una sonora carcajada emana de todos los rincones de la Iglesia. Todavía siguen escuchándome.  ¡Bien!.  Se van difuminando las risas mientras prosigo con el texto.  No debo pararme porque estoy sintiendo que me tiembla la voz.  Y no es que note que tenga que volver a beber agua.  Sé de memoria lo que voy a leer a continuación y me estoy empezando a emocionar.  Hoy, no.  Aquí, no.  Ahora, no.  Lentamente, el recuerdo de mis padres.  Su emotivo e indiscutible momento.  Por y para ellos.  No quiero levantar la vista porque escucho algún que otro sollozo en los primeros bancos.  Las roscas de Pascuica me devuelven la entereza que necesito.  Levanto la vista mientras gesticulo con ambas manos.  Ya casi he terminado.  Tan solo la dedicatoria final.  Y la despedida.  Se acabó.

 
          Los aplausos me reconfortan.  Nunca los he recibido.  Es la primera vez que hablo en público.  Una sonrisa se dibuja en mi rostro y miro agradecido al público que me aplaude.  Siento paz.  Los nervios me abandonan.  Cierro la tapa azul celeste del iPad mientras observo como mi hermana guarda los folios en su bolso.  Cojo la botella de agua. Me alejo del pulpito.  Cuidado al bajar los escalones.  Recibo la primera enhorabuena de manos de Sofía, la alcaldesa.  El presidente de la Junta Local, Pedro, me estrecha la mano mientras me felicita.  El presidente de la Cofradía del Cristo de los tambores y bombos, Fernando, me abraza con una sonrisa cómplice de satisfacción.  El Sacerdote, Lucio, me saluda efusivamente.  Continúan los aplausos.  Nos sentamos.

-Muchas gracias, Albino.- exclama la Fina Carmen siguiendo con el guion del acto, mientras se callan ya los últimos aplausos que a mí me están sabiendo a Gloria Bendita.-A continuación el presidente de la Junta Local de la Semana Santa hace entrega de un diploma y un libro al pregonero.-silencio absoluto mientras nos levantamos.

                De pie, frente a todos, recibo los regalos.  Resuenan, nuevamente, algunos aplausos que tímidamente van desapareciendo, mientras busco con mi mirada su presencia.  Me desconsuela comprobar que no logro encontrarla.  ¿Dónde te has metido?.  Fijo mi vista en la ventana vidriada de medio punto que preside el coro.  El colorido de la misma me atrae.  Amarillo, verde, naranja, rosa, lila y, finalmente, blanco.