jueves, 20 de octubre de 2016

Ochenta y Cinco Otoños


Tu aplomo, mi rebeldía.
Tu constancia, mi devenir.
Tu serenidad, mi locura.
Tu rectitud, mi anarquía
Tu seriedad, mi picardía.
Tu silencio, mi secreto.
Tu cariño, mi guía.
Tu llamada, mi tristeza,
Tu ausencia, mi lamento.
 
Tu día, mi recuerdo.
 
¡¡ Feliz Cumpleaños, Papa !!
(donde quiera que te encuentres)

miércoles, 29 de junio de 2016

Te has ido





"Para mi chati con todo el cariño de este que te quiere de
 todo corazón y no te olvidará jamás en la vida."
Albino García
Sama de Langreo, a 29 de Marzo de 1955
   Con el mismo sigilo, con la misma discreción y con la misma prudencia con la que caminaste por tu vida, y por la nuestra, te has ido. Te has evitado sufrimientos futuros innecesarios y los que has tenido mientras viajabas al lado de tu Gran Amor, mi madre, los has disimulado haciéndote fuerte en tu terreno más preciado, tu intimidad. Cuando te creías solo, cuando pensabas que nadie escuchaba tus lamentos, cuando no te creías vigilado, exhalabas ese "Ufff!!!, Dios mío", salido de los más profundo de tus entrañas, que helaba nuestras desconocidas almas. Era el signo inequívoco que sufrías el dolor pautado, el que te producía la muerte al tratar de arrancarte de nuestro lado. Y vaya si se te ha llevado rápido. Nos pedías una "pastillica para el dolor", aunque afirmabas que no te dolía nada cuando te preguntábamos.  Cerrabas los puños de tus manos al tragar el poco liquido que podías absorber y aguantabas, estoicamente, el dolor que te producía su paso por tu cuerpo. Sin demostrar la más mínima sensación de dolor. Imperturbable. Con los mismos cojones que siempre tuviste para trabajar o para defender a quienes tuvieron la suerte de trabajar a tus ordenes.  Solo te faltaron éstos, los "güevos" digo, permíteme que te lo diga una vez más, para haber puesto en su sitio a quién te "persiguió" durante toda su vida, tu suegra, mi abuela Agustina. O quizás sabías que, tu silencio y permisibilidad, eran la única forma de seguir con mi madre, tu "Chati", ya que nunca hubiera consentido haber vivido dejando a su madre sola tras la muerte de su esposo, mi abuelo, a quién, dicho sea de paso, le debo yo mi segundo nombre. Albino Vicente. Casi nada. Y desde el momento en que cedisteis y os fuisteis a vivir a su casa, en la calle La Fuente, vendiendo la casa que con tanto esfuerzo habíais construido, "la mejor casa del pueblo", como siempre la definías con orgullo, le disteis a entender que la Dueña y Señora era ella. Y ¡chitón!. Si hasta os descalzabais mi madre y tu, los dos con muchísimos años a vuestras espaldas, para no despertarla, Dios os librara de tanta osadía, cuando salíais con vuestros amigos de parranda. Pese a todo, y sobre todo, antepusiste la devoción que sentías por mi madre, a la que le dedicaste tu vida entera, a cualquier encontronazo con su familia. Y haberlos, debió de haberlos. No supiste nunca ponerte en el sitio en el que deberías haber estado, pero bien es cierto que es muy fácil criticar desde la barrera del tendido . Aún después de muerto, sigues haciéndole, a mi madre, pruebas de amor irrefutables y nos has pedido que tus cenizas reposen junto a las de ella, pegaditos los dos, en el nicho contiguo al que se encuentran los restos de tu queridísima suegra. Juntos para siempre. ¡Ya te vale!.
  
   Cuando nos dieron el alta, el día 3 de Junio de 2016, en el Hospital General de la Defensa de Zaragoza (H.G.D.Z.), antiguo Hospital Militar, no podíamos saber cuanto tiempo transcurriría hasta el desenlace final inevitable. Éramos conocedores de la gravedad de tu enfermedad y de las malas perspectivas que nos habían dibujado los Doctores Sancho y Silva, Digestivos ambos, pero poco podíamos imaginar que tan solo una semana después, en la madrugada del sábado 11 de Junio, nos dejarías "huérfanos" a mis hermanos y a mi.  Habían pasado tres semanas escasas desde que tuviste aquella primera crisis en casa de la Tata. De aquella primera impresión de sintomatología depresiva, fruto de las numerosas muertes que nos habían rodeado recientemente, habíamos pasado a un Cáncer de Páncreas, con metástasis en el Hígado y en los Pulmones. De aquella primera "charla" con el Doctor Silva, en la que él pensaba que no tenías nada achacable a su Especialidad, al "llévese a su padre a su casa para que muera tranquilo y rodeado de los suyos", del Doctor Sancho, habían pasado menos de quince días. En medio, una reveladora gastroscopia, una demoledora ecografía de Páncreas y un contundente TAC. En tres semanas, te has ido.
   Vaya, desde aquí, mi agradecimiento más sincero para todos los Profesionales, sin excepción, del H.G.D.Z. que nos arroparon con gran dulzura, nos trataron con una enorme amabilidad y nos atendieron con una increíble profesionalidad, cualidades todas que quiero destacar en este humilde blog.


  Acababan de enseñarte las fotografías de tu estomago, obtenidas mediante la Gastroscopia e incluso habían bromeado contigo con tu aspecto, ya que yo te había afeitado con mi maquinilla eléctrica, te había intentado "arreglar" tus tupidas cejas, poniendo en practica lo que aprendo de mi azafata rusa cada vez que adecenta las mías, e incluso te había cortado los pelillos de la nariz y de los oídos, que tanto te crecían y que con tanto miedo te cortaba, regularmente, mi hermana.  Bien lavado, bien perfumado con  abundante agua de colonia y bien peinado, como tanto te gustaba , no con tu cepillo de púas de colores, bien es cierto, pero si con un simple peine. Menos es nada. Ah! y sin tu ronquina, ese maravilloso ungüento que te permitió mantener tu pelo cano hasta el último día. ¡Todo un Dandi!, vamos. Aprovechando para despedirme del Médico, salí de la habitación 321 tras él y comenzó a explicarme que, sorprendentemente, había encontrado muy dañado tu  estomago, tremendamente dañado y que este daño solo podía ser el desencadenante de algo que todavía se escondía a sus ojos. Tenía varias piezas de un puzle sin encajar, pero tras la ecografía que te haría mañana, empezaría a acoplarlas. Después te haría un TAC para confirmar cualquier sospecha o para completar lo que no hubiera podido ver con la Eco. Su cara ya no era la de pretender completarte el estudio digestivo para que tuviéramos la seguridad que no tenías nada. Aunque tienen una tremenda habilidad para transmitirte malas noticias, sin que casi ni te inmutes, intuí que algo no iba bien.  Cuando entré en la habitación, me interrogabas con la mirada y me pedías, sin hablar, que te contara qué me había dicho. Pero no pude. No tuve el arrojo suficiente. Lo siento. Se hizo el silencio, ese que incluso puede llegar a cortarse, ese que transmite más que cualquier palabra, ese que solo me permitió contarte lo que tu ya sabias. Pasado un tiempo, no sabría decirte si mucho o poco, quise saber si querías conocer toda la verdad sobre lo que tenías y tu respuesta fue contundente, Cañada hasta la muerte, "A mí, tu no me engañes. Con tu hermana, la pobre, decidís lo que tenéis que contarme, pero tú, sobre todo tú, a mí no me engañes.". Me pedías que te dijera, días después, que te morías, irremediablemente y que no podíamos hacer nada por evitarlo. Me estabas pidiendo que te dijera, días después, que afrontaras la muerte con la misma entereza con la que viviste siempre. Me estabas, casi suplicando, que te dijera, días después, que asumieras que un cabrón, con perdón, de Cáncer de Páncreas te iba a transportar a una profunda galería de una olvidada mina, de la que, por  desgracia, no regresarías jamás. En tu epitafio, si lo tuvieras, debería rezar: "Aquí yace un autentico MINERO", tal y como me pidió hace años un compañero de trabajo tuyo.

   No se me ha ido un amigo. Nunca fuiste un amigo para mí. Eras mi Padre y siempre me he sentido muy orgulloso de ser tu hijo. Y así lo he manifestado, públicamente, cada vez que he tenido oportunidad de hacerlo. Te has ido cuando más unidos estábamos. Compartíamos secretos que no he desvelado ni a mis mejores amigos. Recuerdo que cuando estuviste ingresado en el Hospital de Alcañiz esta Navidad, esta pasada Navidad de 2015, discutíamos porque no querías que bajara al Hospital para despedirme de ti, antes de volver a mi Mérida, tan solo para que no hiciera ochenta kilómetros más. Ochenta míseros kilómetros más. Me rogabas que me fuera desde Andorra, sí, la de Teruel, a lo que te contesté que si todavía no te habías dado cuenta, que a mis cincuenta años, siempre había hecho lo que había querido y que pocas, por no decir ninguna vez, te había hecho caso en mi vida.  Dirigiéndome esa mirada que solo los Cañada sois capaces de reproducir, con la maestría que os caracteriza, me espetaste un "mejor te hubiera ido en tu vida, si me lo hubieras hecho" a lo que no pude, ni supe, responderte absolutamente nada. ¡Cómo no!. Tu cordura, una vez más, derrotaba a mi corazón desbocado. Tu sensatez, nuevamente, vencía a mi locura. Tu moderación, como siempre, aplacaba a mi arrojo. Tu y yo sabíamos, también, que a la mañana siguiente me despediría de ti en el mismísimo Hospital. Faltaría más.

   No sé si donde estás podrás leer esta pequeña publicación a modo de homenaje. No sé si podrás pedirle a alguien que te la imprima, como hacías hasta ahora con  mis escritos, para luego guardarlos en tu carpeta negra, esa en la que preservabas tu documentación más preciada. Descubrirlos allí, ordenados por su fecha de publicación, fue uno de los momentos más emotivos de cuantos he vivido desde que te fuiste. Seguías mis publicaciones con el mismo silencio, con la misma cautela, con la misma cordura con la que viviste.  Te has ido, Papa, sin hacer "ruido", como viviste toda tu vida.

Descansa en Paz.


P.D.: Se me olvidaba comentarte. Aunque, por un motivo u otro, ninguna de las nueras que fui capaz de darte en vida, asistieron a tu funeral, como tanto te hubiera gustado, ya que en varias ocasiones así lo habías manifestado socarronamente, quiero que sepas, porque de bien nacido es ser agradecido, que algunas de ellas han llorado sentidamente tu muerte. Y eso si que dice mucho sobre tu forma de ser.