Quiso mi madre que naciera yo en Zaragoza, el primer día de Marzo del año 1965, aunque yo siempre me he considerado de mi pueblo, Andorra, sí, la de Teruel. Un entrañable ambiente familiar, formado por mis padres, Albino y Manuela, mi abuela materna, Agustina, que siempre vivió con nosotros y mis dos hermanos, Pilar y Javier, me permitió vivir una infancia tremendamente feliz junto a los que hoy siguen siendo mis amigos, los de siempre, estudiando, en primer lugar, parvulitos, de la mano de mi idolatrada Rosibel, en la Escuela que hubo en la Plaza de las Eras y luego, en el Colegio “Ibañez Trujillo”, en lo que es hoy la Residencia de Ancianos Municipal, con Dª Pilar, D. Manuel Lou,..., hasta que en Quinto de EGB me conceden una beca para estudiar Sexto, Séptimo y Octavo en la Universidad Laboral de Cheste (Valencia) y a la que acudo con tan solo 11 años con más miedo que vergüenza, como siempre me decía mi madre. De ahí a la Laboral de Huesca donde curso los tres cursos de Bachillerato y en COU a Andorra, otra vez, porque al tener Instituto en el pueblo, automáticamente, no se me renueva la Beca. Tras ese fugaz paso por mi Andorra, varios años de rebelde adolescencia por Zaragoza y, gracias a la perseverancia de mis padres, a los que nunca les pude agradecer, suficientemente, cuanto hicieron en ese momento, ni en toda mi vida, por mí, encarrilé mi futuro académico en la Escuela Universitaria Politécnica de Mérida (Badajoz), donde obtuve la Ingeniería Técnica Informática que hoy me da de comer. En el año 1991, tras el año de periodo militar obligatorio en el Cuartel Zaragozano de San Gregorio, empecé a trabajar en el Servicio de Informática del Hospital de Mérida, donde sigo teniendo, en la actualidad, mi puesto de trabajo.
Soy padre de tres hijos; Albino, VI en la saga de los Albinos, de 21 años; Pablo, 17 años los que haga en Julio; Lucas, el pequeño, nacido de mi segundo matrimonio, ya camino de los 6 años. Los cuatro formamos una atípica familia numerosa.
Mis recuerdos “semanasanteros” siempre van de la mano de dos imágenes: mi Paso y mi Bombo. Inseparables ambas. Indivisibles.
Como Abellán que soy, apellido que heredo de mi abuelo Vicente, pertenezco a la "Cofradía de Jesús atado a la columna" desde mi más tierna infancia. Casi antes que supiera andar, en brazos de mi padre, como yo he hecho después con mis hijos, ya había procesionado junto al Paso que mi familia comparte con los Mansicos, los Barrena, los Rodilla y los Ciriacos. Y así seguiré haciendo hasta que mis fuerzas me lo permitan. Contradicción absoluta con mis firmes convicciones religiosas, ya me llevaron a manifestarlo públicamente en aquel Extra del Cierzo de 2010 al que titulaba yo ""¡¡ Bendita Contradicción !!", que bien pudiera servirme de epitafio o como resumen de toda una vida.
El viejo tambor ya jubilado en la falsa y mi Bombo, mi inseparable Bombo desde 1981, cuya piel, la misma después de treinta y tantos años, “mimo” cada Jueves Santo por la mañana, tensándola con la fuerza justa para que emita esos acordes que, los que no son de aquí, denominan ruido ensordecedor, estruendo o incluso estrépito. Solo los que hemos nacido en esta tierra, como decía mi buen amigo José Angel Aznar, "podemos comprender su total significado. Es, sin duda, el ruido hecho cadencia".
Con pasión, devoción y casi con vehemencia, he tratado de divulgar la Semana Santa Andorrana, allí donde me he encontrado. Extremeño de adopción, hice mío el término "ExtreMaño" del reconocido Profesor Usón, tratando de fusionar mi adoración por ambos territorios. No ha sido nada fácil arrimar Andorra a Mérida. Quiero expresar, desde estas líneas, mi más sincero agradecimiento a los que trabajan, bien desde las Instituciones, bien desde los Colegios, bien desde sus propias casas, por mantener viva la llama de nuestras tradiciones.
Con orgullo, sin arrogancias ni pedanterías, me siento afortunado de poder representar, este año, el sentir de miles de andorranos, de nacimiento o adopción, que conjugan, sin absurdos prejuicios, la tradición más religiosa con la manifestación popular más estrepitosa y fiestera. Y fruto de esa “Comunión” entre dos polos tan diametralmente opuestos el resto del año, resurge, cada año, la magia de una Semana Santa sin igual, declarada hoy de Interés Turístico Internacional que no puede, ni debe, perder ni su idiosincrasia, ni las raíces que la vieron nacer hace ya tantos años.