lunes, 5 de enero de 2015

Allí, en el Cielo.


     Recuerdo, con una amplia sonrisa, ahora que ya no volveremos a vernos, cómo la primera vez que me separé, ensimismado yo en mis cosas, viniste a mí, valiente, directa y majestuosa, en tu línea, para "ofrecerte" en todo aquello en lo que yo pudiera necesitarte. Y como no sabías si me había quedado claro, me repetiste, "para todo, Albino, para todo, como si quieres que nos demos ese revolcón que me gustaría darme contigo". Como si nada, con dos ovarios vamos, a lo Isabel Andrades. Y pasado el tiempo, cuando uno evalúa quién está entre esos que muchos denominan amigos, resulta que te cuento entre ellos, porque pocas personas me demostraron tanto apoyo en momentos tan críticos. En mi debe, quedará, siempre, el no haber tenido el valor suficiente para enfrentarme al reto que me planteabas.

 
Más allá de anécdotas de esta índole, que a nadie que te conociera puede ocasionarle rubor alguno, hoy quiero despedirme de ti, como mereces. Los que te queríamos, muchos más de los que tus enemigos piensan, estamos felices porque has dejado de sufrir. Y para alguien de tu carácter, verte postrada a esa vida que la enfermedad te había abocado, no podía menos que sumirte en la profunda resignación en la que te encontrabas. Tuviste hasta el final, a tu lado, a tu fiel Pedro, ese bonachón al que queremos casi tanto como te quisimos a ti. Y te trató, hasta el último día, como la Reina que eras para él. Fuiste, en vida, el ciclón que "acosaba" sin pudor a todos los muchachitos que entraban, o entramos en su día, en tu espacio vital. Fuiste, en vida, la compañera que siempre se desvivió por ayudar a cuantos estábamos a tu lado. Fuiste, en vida, la fortaleza que hacía falta para mover cientos de Historias Clínicas. Fuiste, en vida, la alegría de una sonrisa siempre para recibirnos. Fuiste, en vida, la "mula" de cuanta carga quisieron echarte encima de tu escritorio. Fuiste, en vida, la paciencia con la que tratar a superiores "tiquismiquis". Fuiste, en vida, el "alma"  de las Fiestas que se organizaron. Fuiste, en vida, una valerosa mujer que no se arrugaba, jamás, ante la mirada lujuriosa de un hombre. Faltaría más.

   Y ahora que te has ido, ahora que los del Cielo, ingenuos, se te han llevado de aquí, van a conocer, allí, quién eres realmente. No tardarás mucho en revolucionar ese casto lugar en el que, seguro, te encuentras. Hasta el mismísimo diablo hubiera dado lo que fuera por tenerte entre sus garras. Que se preparen allí, en el Cielo, porque ha llegado Isabel Andrades. Casi nada.

   Descansa en paz, compañera.