El articulo que acompaño, fue mi pequeña aportación para el Extra de Cierzo de la Semana Santa de 2010. Acabada, recientemente, la del año 2014, sigue estando tan de actualidad como entonces. Y mis sentimientos siguen siendo los mismos.
Recibo, incrédulo, la invitación de mano de mi buen amigo José Ángel de acercaros, a todos, a mi visión personal sobrela Semana Santa
Andorrana y lo primero que me viene a la mente son dos
instantáneas simultaneas, mi Paso y mi Bombo.
Enlace al Extra Cierzo Semana Santa 2010 (tercera página)
Recibo, incrédulo, la invitación de mano de mi buen amigo José Ángel de acercaros, a todos, a mi visión personal sobre
Desde que tengo uso de la
razón que me acompaña, no soy capaz de recordar una sola Semana Santa sin
“vestirme” en el Paso que mi Familia, los Abellanes, comparte con los Mansicos,
los Barrenas, los Rodilla y los Ciriacos (pido perdón si omito, involuntariamente,
alguna), “La Cofradía de Jesús atado a la columna”. Desde aquellas primeras procesiones en las
que introducíamos, como algo novedoso, los Copetes de los niños pequeños,
pasando por las ocasiones en las que hemos acompañado al Santo vestida mi prima
Cuca de Samaritana, hasta el momento de desfilar con nuestros hijos de la mano
y de conducir la peana como exponente máximo de madurez, siempre he asistido,
cuando mis compromisos laborales así me lo han permitido, a las procesiones del
Jueves y del Viernes Santo. El ambiente
familiar en el que hemos crecido ha sido determinante, al igual que en el que
se desenvuelven mis hijos será propicio para que sigan con la tradición de
procesionar a las bellas Imágenes que en su día
nuestros predecesores adquirieron.
Y aunque mi madre siempre ha tratado, ingenuamente, de dirigirnos a
todos sus hijos, los tres, en el camino de la espiritualidad católica, no todos
hemos sido capaces de acatar sus deseos.
Y desde el respeto, la distancia y la libertad de decidir, vemos estas
figuras de escayola, que tantos años han pernoctado en la falsa de casa de mis
padres, con otros ojos que nuestros
ascendientes. El afecto, el cariño, la
“devoción” entendida desde la aconfesionalidad y la nostalgia, la misma. Bendita contradicción
Resido desde hace ya más
de veintitrés años en la ciudad extremeña de Mérida. Aunque su Semana Santa
haya sido catalogada como una de las más entrañables manifestaciones en las que
se combinan con majestuosidad la monumentalidad de una Ciudad Patrimonio de la
Humanidad y de unas Cofradías antiquísimas, al que suscribe nunca le ha llamado
la atención el participar activamente en sus largas Procesiones. Y cuando he presenciado, con agrado, estas
manifestaciones, mi corazón, mi ilusión y mi deseo estaban, lejos, muy lejos de
aquí, en mi querida y añorada Andorra; sí, la de Teruel.
No conozco otra
manifestación igual, quizás desde el desconocimiento más absoluto, en la que de
la mano, fraternalmente, creyentes y no creyentes tratemos de exaltar una
tradición, indiscutiblemente religiosa, para ser catalogada de Interés
Turístico Nacional. Y quizás, quien
sabe, esa entrañable “comunión” entre los dos polos diametralmente opuestos el
resto del año, sea la que permita la Grandeza y Brillantez de nuestra peculiar
Semana Santa. Bendita contradicción.
Mis conocidos extremeños,
observan incrédulos las fotografías en las que aparezco acompañando a Nuestro
Señor atado a la Columna, perfectamente ataviado para la ocasión y mostrando mi
más absoluta satisfacción por hacerlo.
Recuerdo como al principio trataba de explicarles el porque de esta
controversia, argumentando que si se trataban de Cofradías familiares, que lo
son o que lo eran, que si la vinculación con la Iglesia era relativa, que si...,
que si..., .... . Bendita contradicción.
Una de las sensaciones
más maravillosas que he podido experimentar y que me gustaría transmitiros
mediante estas líneas fue el día en que cuatro generaciones de “Abellanes” de
mi arraigo (algunos de adopción como el bueno de mi padre o mi querida abuela) contemplaban,
unos y acompañábamos, otros, el Paso a su paso por la puerta de la casa en la
que hemos crecido: mi abuela Agustina, devota, a su manera, de su Cristo donde
las hubiera, en el ventana derecha del comedor; mi madre y mi padre, en la
puerta; mis hijos en la fila de la izquierda; un servidor empujando la peana.
No soy creyente y aun ahora, se erizan los pelos de
mis brazos recordando aquella bonita estampa.
Bendita contradicción.
La otra imagen que os
comentaba al inicio, era la de mi BOMBO que me “aguarda” hasta la mañana del
Jueves Santo en el corral de mi abuela.
Pirograbado con maestría, como todo lo que hacían las manos de mi madre,
reza la fecha de su adquisición allá por la Semana Santa del año
de 1981, después de “jubilar” aquellos tambores estridentes que aún hoy siguen
haciendo las delicias de los más pequeños de la familia y que no osamos
procesionar por aquello del qué dirán, si los comparamos con la música
celestial que emana de los nuevos tambores sólo con dejar los palillos encima
de su transparente piel. Todos los años,
como manda el ritual, la mañana del Jueves Santo se tensan sus recias cuerdas
para que no se produzca daño alguno en su desgastada piel. Fruto de una juventud que se pierde, irremediablemente,
restos de sangre derramada de unos nudillos cansados en el amanecer del Viernes
Santo cuando varios “parranderos”, los de siempre, tratábamos de mantener
abiertos nuestros adormecidos parpados, después de haber devorado aquella
conserva que la Santa Madre Iglesia
prohibía comer por aquello de no probar la carne en tan señalada fecha y
después de haber pasado “en vela” toda la noche. La Rompida de la hora, la
emotiva subida a San Macario a las cinco de la mañana (luego adelantada a las
dos por aquello de popularizar el acto), la salida y bajada a hombros del
Cristo de los Tambores, el recorrido por la “carretera”, hoy Avenida San Jorge,
haciendo la obligatoria parada en todos y cada uno de los bares de rigor, las
procesiones, etc., etc., ... fotografías que se agolpan en mi mente a una
rapidez trepidante.
Y un buen año, descubres
que aquellos que siempre habían tenido en “la Palillera” el exponente máximo de
habilidad frente al tambor y al Bombo, incentivados bien es cierto, por alguien
a quién quizás nunca agradeceremos bastante su dedicación y su disponibilidad
por difundir la Cultura con letras mayúsculas, se agrupan organizadamente en
una Cuadrilla de magníficos tamborileros, tan dignos como el que más, haciéndote
comprender que “nunca es tarde si la dicha es buena”. Vaya mi admiración por todos vosotros.
Y cuando todo parece
acabar, descubres quizás, uno de los momentos más entrañables. Durante muchos años, mis compromisos
laborales no me permitieron disfrutar del Sábado Santo en mi querido pueblo y
lo utilizaba para retornar a mi Extremadura del alma. Quiso el destino que un buen año, no muy
lejano por cierto, pudiera acompañar a la Procesión del Sábado Santo con mi
Bombo. Al terminar, esperando que cada
uno marchara para su casa con más o menos rapidez, pude descubrir cómo se
“despedía” a la Semana Santa
Andorrana. Los
congregados en la Plaza de la Iglesia, como en un Pacto de estruendo,
permanecen “aporreando” armoniosamente sus Tambores y sus Bombos y parece
transmitirse el sentimiento mutuo de querer detener el tiempo, ingenuamente,
para poder, eternamente, seguir tocando en nuestras raíces mas profundas. Y el tiempo corre, el sonido permanece y las
pulsaciones de los miles de corazones se fusionan. Transcurre una eternidad magnánima. Al
unísono, como no podía ser de otra forma, el sonido se detiene y un sentimiento
de liberación asciende hacia ese cielo que observa, perplejo, semejante
manifestación. Y el silencio se apodera
de todo.
No me gustaría cerrar el
texto sin agradecerte, querido José Ángel, la generosidad de haberme permitido compartir este
pequeño trozo de mí. Gracias.
Igualmente, gracias a
todos vosotros por permitirme haberos robado un poco de vuestro tiempo en leer
algo que he tratado de escribir desde lo más profundo de mi corazón. Gracias.