miércoles, 30 de abril de 2014

¡¡ Bendita Contradicción !!

El articulo que acompaño, fue mi pequeña aportación para el Extra de Cierzo de la Semana Santa de 2010. Acabada, recientemente, la del año 2014, sigue estando tan de actualidad como entonces. Y mis sentimientos siguen siendo los mismos.



              Recibo, incrédulo, la invitación de mano de mi buen amigo José Ángel de acercaros, a todos, a mi visión personal sobre la Semana Santa Andorrana y lo primero que me viene a la mente son dos instantáneas simultaneas, mi Paso y mi Bombo.
Desde que tengo uso de la razón que me acompaña, no soy capaz de recordar una sola Semana Santa sin “vestirme” en el Paso que mi Familia, los Abellanes, comparte con los Mansicos, los Barrenas, los Rodilla y los Ciriacos (pido perdón si omito, involuntariamente, alguna), “La Cofradía de Jesús atado a la columna”.  Desde aquellas primeras procesiones en las que introducíamos, como algo novedoso, los Copetes de los niños pequeños, pasando por las ocasiones en las que hemos acompañado al Santo vestida mi prima Cuca de Samaritana, hasta el momento de desfilar con nuestros hijos de la mano y de conducir la peana como exponente máximo de madurez, siempre he asistido, cuando mis compromisos laborales así me lo han permitido, a las procesiones del Jueves y del Viernes Santo.  El ambiente familiar en el que hemos crecido ha sido determinante, al igual que en el que se desenvuelven mis hijos será propicio para que sigan con la tradición de procesionar a las bellas Imágenes que en su día  nuestros predecesores adquirieron.  Y aunque mi madre siempre ha tratado, ingenuamente, de dirigirnos a todos sus hijos, los tres, en el camino de la espiritualidad católica, no todos hemos sido capaces de acatar sus deseos.  Y desde el respeto, la distancia y la libertad de decidir, vemos estas figuras de escayola, que tantos años han pernoctado en la falsa de casa de mis padres,  con otros ojos que nuestros ascendientes.  El afecto, el cariño, la “devoción” entendida desde la aconfesionalidad y la nostalgia, la misma.  Bendita contradicción
Resido desde hace ya más de veintitrés años en la ciudad extremeña de Mérida. Aunque su Semana Santa haya sido catalogada como una de las más entrañables manifestaciones en las que se combinan con majestuosidad la monumentalidad de una Ciudad Patrimonio de la Humanidad y de unas Cofradías antiquísimas, al que suscribe nunca le ha llamado la atención el participar activamente en sus largas Procesiones.  Y cuando he presenciado, con agrado, estas manifestaciones, mi corazón, mi ilusión y mi deseo estaban, lejos, muy lejos de aquí, en mi querida y añorada Andorra; sí, la de Teruel.
No conozco otra manifestación igual, quizás desde el desconocimiento más absoluto, en la que de la mano, fraternalmente, creyentes y no creyentes tratemos de exaltar una tradición, indiscutiblemente religiosa, para ser catalogada de Interés Turístico Nacional.  Y quizás, quien sabe, esa entrañable “comunión” entre los dos polos diametralmente opuestos el resto del año, sea la que permita la Grandeza y Brillantez de nuestra peculiar Semana Santa.  Bendita contradicción.
Mis conocidos extremeños, observan incrédulos las fotografías en las que aparezco acompañando a Nuestro Señor atado a la Columna, perfectamente ataviado para la ocasión y mostrando mi más absoluta satisfacción por hacerlo.  Recuerdo como al principio trataba de explicarles el porque de esta controversia, argumentando que si se trataban de Cofradías familiares, que lo son o que lo eran, que si la vinculación con la Iglesia era relativa, que si..., que si..., ....  .  Bendita contradicción.
Una de las sensaciones más maravillosas que he podido experimentar y que me gustaría transmitiros mediante estas líneas fue el día en que cuatro generaciones de “Abellanes” de mi arraigo (algunos de adopción como el bueno de mi padre o mi querida abuela) contemplaban, unos y acompañábamos, otros, el Paso a su paso por la puerta de la casa en la que hemos crecido: mi abuela Agustina, devota, a su manera, de su Cristo donde las hubiera, en el ventana derecha del comedor; mi madre y mi padre, en la puerta; mis hijos en la fila de la izquierda; un servidor empujando la peana.  No soy creyente y aun ahora, se erizan los pelos de mis brazos recordando aquella bonita estampa.  Bendita contradicción.
 
La otra imagen que os comentaba al inicio, era la de mi BOMBO que me “aguarda” hasta la mañana del Jueves Santo en el corral de mi abuela.  Pirograbado con maestría, como todo lo que hacían las manos de mi madre, reza la fecha de su adquisición allá por la Semana Santa del año de 1981, después de “jubilar” aquellos tambores estridentes que aún hoy siguen haciendo las delicias de los más pequeños de la familia y que no osamos procesionar por aquello del qué dirán, si los comparamos con la música celestial que emana de los nuevos tambores sólo con dejar los palillos encima de su transparente piel.  Todos los años, como manda el ritual, la mañana del Jueves Santo se tensan sus recias cuerdas para que no se produzca daño alguno en su desgastada piel.  Fruto de una juventud que se pierde, irremediablemente, restos de sangre derramada de unos nudillos cansados en el amanecer del Viernes Santo cuando varios “parranderos”, los de siempre, tratábamos de mantener abiertos nuestros adormecidos parpados, después de haber devorado aquella conserva que la Santa Madre Iglesia prohibía comer por aquello de no probar la carne en tan señalada fecha y después de haber pasado “en vela” toda la noche.  La Rompida de la hora, la emotiva subida a San Macario a las cinco de la mañana (luego adelantada a las dos por aquello de popularizar el acto), la salida y bajada a hombros del Cristo de los Tambores, el recorrido por la “carretera”, hoy Avenida San Jorge, haciendo la obligatoria parada en todos y cada uno de los bares de rigor, las procesiones, etc., etc., ... fotografías que se agolpan en mi mente a una rapidez trepidante. 
Y un buen año, descubres que aquellos que siempre habían tenido en “la Palillera” el exponente máximo de habilidad frente al tambor y al Bombo, incentivados bien es cierto, por alguien a quién quizás nunca agradeceremos bastante su dedicación y su disponibilidad por difundir la Cultura con letras mayúsculas, se agrupan organizadamente en una Cuadrilla de magníficos tamborileros, tan dignos como el que más, haciéndote comprender que “nunca es tarde si la dicha es buena”.  Vaya mi admiración por todos vosotros.
Y cuando todo parece acabar, descubres quizás, uno de los momentos más entrañables.  Durante muchos años, mis compromisos laborales no me permitieron disfrutar del Sábado Santo en mi querido pueblo y lo utilizaba para retornar a mi Extremadura del alma.  Quiso el destino que un buen año, no muy lejano por cierto, pudiera acompañar a la Procesión del Sábado Santo con mi Bombo.  Al terminar, esperando que cada uno marchara para su casa con más o menos rapidez, pude descubrir cómo se “despedía” a la Semana Santa Andorrana.  Los congregados en la Plaza de la Iglesia, como en un Pacto de estruendo, permanecen “aporreando” armoniosamente sus Tambores y sus Bombos y parece transmitirse el sentimiento mutuo de querer detener el tiempo, ingenuamente, para poder, eternamente, seguir tocando en nuestras raíces mas profundas.  Y el tiempo corre, el sonido permanece y las pulsaciones de los miles de corazones se fusionan.  Transcurre una eternidad magnánima. Al unísono, como no podía ser de otra forma, el sonido se detiene y un sentimiento de liberación asciende hacia ese cielo que observa, perplejo, semejante manifestación.  Y el silencio se apodera de todo.
 
No me gustaría cerrar el texto sin agradecerte, querido José Ángel, la generosidad de haberme permitido compartir este pequeño trozo de mí.  Gracias.
Igualmente, gracias a todos vosotros por permitirme haberos robado un poco de vuestro tiempo en leer algo que he tratado de escribir desde lo más profundo de mi corazón. Gracias.