Al igual que Fray Luis de León, a su regreso a la cátedra de Salamanca tras años de ausencia debido a la Santa Inquisición, hacia célebre la frase "como decíamos ayer.....", hoy, que he tenido el enorme placer de compartir con un viejo amigo, aquejado de una terrible enfermedad que ojala tarde mucho en arrebatárnoslo, una jornada maravillosa después de muchos años de no vernos, hemos comenzado nuestra conversación, después de un efusivo abrazo y dos reconfortantes besos, con un emotivo "como decíamos ayer", con el que hemos querido olvidar todo el tiempo que hemos estado el uno sin saber del otro. Y es que eso hoy no era importante. Había que aprovechar el poco tiempo que ambos habíamos "robado", literalmente, a nuestras familias y ponernos al corriente de todo cuanto acontecía en nuestras alejadas vidas.
Es muy difícil plasmar en un papel, con un puñado de palabras, la emoción que he sentido al reencontrarme con mi amigo. Durante el tiempo que he tardado en llegar al lugar donde reside actualmente, he tratado, mentalmente, de imaginarme aspectos de su vida cotidiana, intrascendentes para muchos, pero importantes para una mente inquieta como la mía. Quería recorrer el tiempo que habíamos estado separados de una manera rapidísima y ansiaba, con entusiasmo, el momento de dibujar una amplia sonrisa en nuestras caras, signo inequívoco de una amistad que perdura. Cosquilleo en el estómago, nervios a flor de piel, aumentos de los latidos de un corazón acostumbrado a esfuerzos atléticos, síntomas más propios de unos jóvenes enamorados que de unos amigos a los que sus propias vidas los había separado irremediablemente.
Durante las pocas horas que hemos estado juntos he percibido que el mundo se detenía a esperarnos. Nada, ni nadie, podía romper el encanto de estar frente a frente. Nada, ni nadie, podía robarnos ni un segundo de nuestro tiempo. Nada, ni nadie, podía difuminar el placer de estar juntos. Nada, ni nadie, ha osado interrumpir nuestra charla. Por un momento todo lo que nos rodeaba ha dejado de tener importancia y tan sólo, él y yo, hemos tenido el protagonismo que los dos ansiábamos. Hemos hablado de todo y de todos. Nos hemos mirado a la cara, frente a frente. Hemos compartido sonrisas. He sentido sus pupilas en las mías. Hemos recordado momentos muy emotivos y otros no tanto. Hemos recorrido cada una de nuestras vidas y nos hemos "desnudado" mutuamente, como quien se desprende de la ropa delante de la persona que uno más quiere.
Pero, como casi todo en esta vida es efímero, pasajero, ha llegado el momento del adiós. No un hasta luego cercano, sino un adiós atemporal, duro, lejano, imposible. Ninguno quería que acabara nuestro día y buscábamos escusas para alargar lo que se dibujaba como una dolorosa despedida. Hacia mucho tiempo que no estábamos juntos, frente a frente y sabíamos que pasará, seguramente, mucho tiempo antes de que volvamos a vernos, de nuevo. Pasará mucho tiempo hasta que volvamos a mirarnos con la dulzura con la que hoy lo hemos hecho. Nuestras vidas están tan lejanas, tan dispersas, que no hemos sido capaces de ver la forma de acercarnos.
He sentido, querido amigo, la locura de cogerte de la mano, llevarte junto a la playa que imaginaba en el horizonte, descalzarte, remangarte el pantalón y pasear por la orilla, sintiendo como las olas golpeaban nuestros desnudos tobillos. He sentido, querido amigo, la locura de arrebatarte de tu mundo y desaparecer contigo. He sentido, querido amigo, la locura de retar a la vida y apostar por ti. He sentido, querido amigo, la locura de buscar un lugar donde poder compartir contigo todo lo que la vida no nos permite, aquí y ahora. He sentido, querido amigo, la locura de saber que un día nuestras vidas se cruzarán nuevamente y entonces, sólo entonces, mis manos no dejarán que se suelten las tuyas.
Y cuando ese día llegue, recuerda, querido amigo, que empezaremos nuestra charla, como hoy, diciendo aquello de "como decíamos ayer.......".